Werther
Veterano
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- 16 Mar 2004
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El otro día estaba releyendo el final de El mundo como voluntad y representación. La parte en la que el Maestro habla de la negación de la voluntad de vivir, de la necesidad de romper el velo de Maya y de, una vez elevados sombre nosotros mismos, trascender para alcanzar la unión mística con el mundo como voluntad, siempre me ha dejado perplejo; y esos aires orientales (hinduismo y budismo) que destila toda su filosofía me encantan. El caso es que precisamente en ese momento de delectación me pregunté a mí mismo, -¿qué prefieres El mundo como voluntad y representación o a una mujer?- no dudé mucho tiempo: ¡mi querido libro!
También me pasa con la música. El otro día estaba escuchando el concierto para piano nº 3 de Prokofiev, y me volví a hacer la misma pregunta. La respuesta fue muy clara: ¡mi querido concierto!
Estoy llegando a la conclusión de que un hombre que se precie a sí mismo tiene que tener a la mujer como algo muy secundario y totalmente prescindible. De hecho, casi estoy convencido de que perder el tiempo con una mujer es, efectivamente, perder el tiempo.
También puede ser que no conozca a la mujer mucho o que no sea esclavo del sexo.
¿Realmente preferís a una mujer que un buen libro?
También me pasa con la música. El otro día estaba escuchando el concierto para piano nº 3 de Prokofiev, y me volví a hacer la misma pregunta. La respuesta fue muy clara: ¡mi querido concierto!
Estoy llegando a la conclusión de que un hombre que se precie a sí mismo tiene que tener a la mujer como algo muy secundario y totalmente prescindible. De hecho, casi estoy convencido de que perder el tiempo con una mujer es, efectivamente, perder el tiempo.
También puede ser que no conozca a la mujer mucho o que no sea esclavo del sexo.
¿Realmente preferís a una mujer que un buen libro?