La humedad del suelo reptaba por los pequeños surcos de las marmóreas baldosas del urinario. El embalsamente hedor del agua fluyendo como cascadas por los meaderos eran simples melodías comparadas con las heces de los usuarios del cagadero, sus sonidos contra el agua repiqueteaban como crótalos en manos infantiles. Mera sintonía roja, aromas de la transición, rosas de izquierdas en ramilletes de tumbas de cementerio.
Apenas eran las dos de la tarde y todo el mundo estaba borracho, puesto de droga hasta las cejas. Roberto vio por el rabillo del ojo su cara, amarillenta cual cadáver. Pero aquello no tenía nada de importancia, nada, ya que profusos ruidos de placer, grotescos y profusos como el apareamiento de un jabalí, salían del excusado número doce. Aquel ahogado bufido de pasión orgiástica más propio de un hombre maduro y acabado que de un joven era lo único que se permitía oír en aquel cubículo de semen y mierda.
-Escúchalo bien, Roberto, deléitate con los gemidos pasionales de Pedro Almodóvar-. Apenas podía dar crédito a lo que estaba escuchando, aquellas alucionaciones acústicas no podían provenir de ninguna garganta humana; la mente de Farias estaba puesta en la esencia del Hombre Paja.
-¡Oh, sí, oh, sí!- gritaba aquel avejentado ser, apolillado por el vicio -¡Te prometo que te daré un papel en la Mala Educación Dos si me dejas chuparte tu sucio ano de adolescente!-. Ya se habían despejado completamente las dudas, en verdad que era Pedro Almodóvar.
-Escucha, escucha, Roberto- decía Costras –Pedro es un auténtico trabajador, un proletario de los de antes, no sólo piensa en sus profundas películas sino que encima reinvierte en la gente, es un auténtico humanista-.
Roberto había vivido momentos sórdidos y grotescos a lo largo de su vida. En el Psiquiátrico de Mondragón aprendió el término absoluto de la supervivencia. Pinchazos de metadona en las arterias, palizas de los celadores, noches de aislamiento en celdas especiales, pañales sudados, comida rancia anidada por parásitos, constantes vómitos y diarreas...pero lo que vió en el excusado sobrepasó todo cuanto su enfermiza mente de degenerado hubiera podido concebir en sus horas más bajas.
Un fino reguero de sangre oscura fluía entre las baldosas, la cargante pestilencia a sudor orgánico era ineludible. Un joven adolescente yacía con la cabeza sumergida en la base del meadero, aparentemente muerto o asfixiado por los fétidos hedores de las pastillas de naftalina del desagüe. La puerta número doce estaba abierta, unos quejumbrosos sonidos famélicos podían escucharse desde las profundidades de la misma.
¿Qué había pasado?¿Qué es lo que había sucedido en aquel lugar de perdición?. Roberto observó las muescas deformes del supuesto camarero; Pedro había dado cuenta pasionalmente de su ano. -¿Pero qué demonios?-. Ahí estaba Pedro, era una mera caricatura de lo que antaño había sido.
Pedro estaba abierto de patas encima del retrete, cagado, con sus pantalones militares grises bajados, su diminuto pene se perfilaba entre su peluda ingle. Llevaba una rasgada camiseta de licra transparente tras la cual se escondía un abombado torso peludo, sus pezones eran obesos, parejos a los de un orangután, pero anillados. Sin embargo su calzado era un degeneración, portaba zapatos naranjas estilo Garfield, y para nada eran fashion. Roberto Farias se quedó perplejo, la cara de Almodóvar era de un vicio tan atroz que no se atrevía a entrar en el cubículo de defecaciones.
-...vete a Ferraz, allí encontrarás a Caldera y a...- un arrebato de tos ahogó sus pensamientos. Aquel hombre estaba enfermo terminal, tenía tantos sarcomas en la cara que era innegable que tuviera un sida avanzado. Al lado de la escobilla de váter había un set de cosmética. Maldito Pedro, tantos años ocultando su enfermedad para sufrir un bajón en medio de un fornicio. -...Caldera, Rubalcaba...tengo un mensaje para ellos...- el chapoteo de las cañerías se tornaba ensordecedor, todavía no conseguía explicar el por qué de aquel cadáver en el urinario. -...El Partido Popular va a dar un...- apenas podía respirar, sus pulmones no daban abasto, debía de tenerlos encharcados.
-Pedro, yo siempre te he admirado, me encantó La Mala Educación- la cara de Almodóvar no distaba nada de la del Travesti Sidoso de su última película.
-...Un golpe de Estado...-
Sabor...