Soulinagñe
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- 11 Oct 2008
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Este hecho tan vergonzoso ocurrió en la década de los 90, una época que suelo evocar con añoranza no porque fuese especialmente grandiosa ni especialmente feliz para mí, sencillamente la evoco con añoranza por ser la época de mi infancia, una infancia y una década que recuerdo entre tamagochis, tazos de Matutano y gente imitando a Chiquito de la Calzada de manera endémica. Situémonos en concreto en 1996, el triunfo de Aznar en las elecciones españolas, el caso Lewinsky, la Oveja Dolly, el primer implante de corazón artificial realizado en España, la disolución de Los Ramones... todas esas noticias inundaban los periódicos de fotos de ovejas, comepollas y bigotudos, aunque a decir verdad yo era ajeno a todas esas primicias, tan solo era un niño en una época en la que los niños todavía eran niños, jugaban en las calles, se hacían sangre y montaban en bicicleta.
Las Spice Girls eran junto con Pamela Anderson la fuente de las primeras pajas de muchos críos de mi generación, aunque no eran los únicos productos made in USA creados con el fin de estimular la lujuria adolescente, había un grupo musical bastante repelente llamado Hanson compuesto por tres hermanos, uno de ellos se llamaba Jordan Taylor Hanson y enamoró a mas de un despistado. Yo fui uno de aquellos que cayó rendido ante aquella belleza de aspecto vikingo, incluso tenía un poster en mi habitación con la foto de la que yo consideraba el amor de mi vida. Desgraciada o afortunadamente la incauta felicidad no duró demasiado, lo que tenía que ocurrir tarde o temprano ocurrió y un día me enteré por boca de mi primo de que a aquella preciosidad rubia le colgaban dos cojones como los míos, o seguramente más grandes, teniendo en cuenta la diferencia de edad.
El mundo se me vino encima, ¿como podía gustarme un tío?, ¿acaso era yo maricón?, aquellas preguntas desbordaron mi mente durante todo el verano y me hicieron sentir sucio y humillado. Solo un tiempo más tarde descubrí que aquello le ocurrió a mucha más gente, y no eramos maricones, la culpa la tenía el tal Jordan por haber nacido con aspecto y voz de mujer y no hacer nada para remediarlo, o tal vez la culpa no la tuviese él sino cualquier manager desequilibrado. Realmente poco importa de quién fuese la culpa, el caso es que todavía quedamos hombres con el sentido del honor demasiado afinado como para que este hecho no quedase marcado en lo más profundo de nuestra memoria de por vida, clamando venganza por haber sido denigrados por un andrógino de voz aterciopelada.
Juro por la poca dignidad que me queda que si algún día me cruzo con él por la calle de la paliza que le meta le haré hombre.
Las Spice Girls eran junto con Pamela Anderson la fuente de las primeras pajas de muchos críos de mi generación, aunque no eran los únicos productos made in USA creados con el fin de estimular la lujuria adolescente, había un grupo musical bastante repelente llamado Hanson compuesto por tres hermanos, uno de ellos se llamaba Jordan Taylor Hanson y enamoró a mas de un despistado. Yo fui uno de aquellos que cayó rendido ante aquella belleza de aspecto vikingo, incluso tenía un poster en mi habitación con la foto de la que yo consideraba el amor de mi vida. Desgraciada o afortunadamente la incauta felicidad no duró demasiado, lo que tenía que ocurrir tarde o temprano ocurrió y un día me enteré por boca de mi primo de que a aquella preciosidad rubia le colgaban dos cojones como los míos, o seguramente más grandes, teniendo en cuenta la diferencia de edad.
El mundo se me vino encima, ¿como podía gustarme un tío?, ¿acaso era yo maricón?, aquellas preguntas desbordaron mi mente durante todo el verano y me hicieron sentir sucio y humillado. Solo un tiempo más tarde descubrí que aquello le ocurrió a mucha más gente, y no eramos maricones, la culpa la tenía el tal Jordan por haber nacido con aspecto y voz de mujer y no hacer nada para remediarlo, o tal vez la culpa no la tuviese él sino cualquier manager desequilibrado. Realmente poco importa de quién fuese la culpa, el caso es que todavía quedamos hombres con el sentido del honor demasiado afinado como para que este hecho no quedase marcado en lo más profundo de nuestra memoria de por vida, clamando venganza por haber sido denigrados por un andrógino de voz aterciopelada.
Juro por la poca dignidad que me queda que si algún día me cruzo con él por la calle de la paliza que le meta le haré hombre.