Yo nunca caí en la tentación de enamorarme de uno de los melenudos pro-nazis de Hanson, pero no muchos años antes se produjo en mi una extraña asociación que paso a relatar.
Andaba yo descubriendo el maravilloso mundo de las pajas. Como todo niño de edad temprana, me la meneaba como un mono pero no lograba echar el grumazo del que muchos amigos de clase ya presumían. Lo único que lograba era un capullo gloriosamente escocido, y muchos minutos perdidos.
En aquel entonces yo vivía en casa de mi abuela, y para echar unos vicios a la Megadrive me iba a la puerta de enfrente, a casa de mi madre, donde la tenía conectada sin mayores problemas. Jugaba y jugaba y jugaba, y entre partida y partida me dedicaba a intentar fundir monedas de duro con un mechero o una vela (era un pequeño alquimista obsesionado con la fundición de los metales), y a meneármela es busca de la corrida prometida.
Un día, en pleno éxtasis pajeril, y mientras jugaba a esto
decidí que sería buena idea frotar mi pequeña polla tiesa contra los cojines del sofá, por aquello de sentir algo parecido a lo que sería follarse a una pava. Pocos años más tarde descubriría que lo del cojín era mucho mejor que lo de follar, pero lo cierto es que en aquel glorioso momento logré por fin mi primer pseudo orgasmo, con líquido triste y transparente incluído. Emocionado como estaba, repetí, en mi furtivo retiro, la operación, hasta que confirmé que aquello era una paja y que por fin me estaba corriendo como un mirlo.
Desde aquel entonces, y para mi desgracia social y personal, no podía jugar al puto FIFA 95 sin agarrar unas empalmadas monstruosas. Por eso, años después, mis colegas, fanáticos del PRO, no llegan a entender por qué les digo que EL FIFA ME PONE PALOTE.