Microondas
Forero del todo a cien
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- 26 Ago 2007
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Sin Ánimo de pecar de perroflauta ni de indocumentado, a continuación os hablaré de mi experiencia en Amsterdam, que aunque sea incompleta y os defequéis 300 veces en mi puta madre porque vuestro viaje fue mejor, follásteis más, vísteis más monumentos y cogísteis más SIDAS, es la que he vivido en las dos ocasiones que he visitado la ciudad:
Como ya sabréis, Amsterdam se encuentra dentro de la mal llamada Holanda (Países Bajos), un país de política social avanzada, industria consolidada y encanto de ese que a un español le hace sospechar cuando viaja que le quieren vender un reloj o crujir el ojal.
A la ciudad se puede llegar por avión, tren, carretera y, si eres un hippie, Perico Delgado o Manuel Torreiglesia, en bicicleta.
A lo anterior diré que es bastante caro desplazarse desde Amsterdam a otras ciudades como París, Berlín, Frankfurt o Hamburgo, pero la calidad de los trenes -que te llevan aproximadamente por 100 euros- es bastante considerable. No obstante, no tendréis problemas en moveros por los Países Bajos -buena frecuencia y relativamente bajos precios- y Bélgica, aunque tendréis que hacer transbordo en Amberes (Antwerpen) si queréis ir directos a ciudades de Flandes como Brujas; o Maastrich si lo que queréis es visitar Lieja (ciudad fea y peligrosa, aunque propia para desfasar), Namur o cualquiera de la mierda Valona. A Bruselas podéis ir directos en el tren del precio que más os convenga.
Mi llegada a Amsterdam se produjo en tren, y nada más llegar me encontré con la típica estampa de urbe europea, en la que destacaban dos elementos: la estación y la puta banderita de la ciudad que está colgada de todos los sitios:
¿Y qué hacer una vez aquí? Pues conocer un poco el ambiente de esta urbe. ¿Y cómo conseguir tal objetivo? Callejeando, en mi caso por el centro, es decir, el barrio rojo y alrededores, que cuentan con bonitos canales para pensar sobre lo que estás haciendo con tu vida, suicidarte o, simplemente y por 120 euros la noche, alquilar una barca, montarte una fiesta, empotrarla y matar a tus amigos.
Una vez callejeas un poco te das cuenta de varias cosas, como que la ciudad no era tan limpia como te parecía en un primer momento, que no es tan cara como te la imaginabas, que el mito de las putas en los escaparates era cierto, que puedes comer comida de cualquier parte del planeta en el restaurante que te dé la gana, que si ves un black le puedes pedir cualquier tipo de droga, que te la suministrará -aunque, tranquilo, seguro que antes ya te la habrá ofrecido, y que como te metas en la calle equivocada del barrio rojo te pueden romper el himen intestinal, desvalijar o empaquetar en un vuelo a Uganda para ser comido en una merienda de blacks.
También podrás comprobar cómo un sábado a las 19.00 horas es el momento perfecto para que el turista ingiera ingentes cantidades de cualquier droga que tenga a su disposición. En el albergue juvenil donde me alojé (sí, es de poors y lo mejor hubiera sido ir al Ritz a tomar un cóctel de gambas y una botella de champaña con un rubí dentro; mientras conversas con Donald Tramp y follas con alguna hembra de los Onassis) era curioso observar cómo, mientras intentabas evitar los ataques de pánico y las alucinaciones producidas por la psilocibina, un pobre cocainómano tenía convulsiones encima de tu cama y otros dos españoles miraban fijamente a la pared angustiados por los efectos de una White Widow que no es el costo culero ni la hoja de seto que consumen en Zaragoza.
¿Y qué hacer mejor un sábado por la noche tras cinco horas colocado por los efectos de los hongos alucinógenos, con claros síntomas de Bocasecaman, hambre de arrasar con un bufet entero y ganas de beber aumentando? Pues, lo primero, saciar las necesidades alimenticias en algún garito del barrio rojo y, después, callejear por las angostas callejuelas de ese distrito y observar lo variopinto de las fulanas allí ubicadas. Para los puteros de pro que pueblan estos lares y hacen fichas con cada pelo del coño de las meretrices que frecuentan seguro que la sensación no será tan distinta a cuando van donde Puri a vaciar la cañería; sin embargo, para un universitario jugador de mus, alcohólico en potencia y aficionado a Los Soprano y a las películas de Vincent Price, el paisaje resulta, cuanto menos curioso.
A lo largo del paseo que des por allí te encontrarás putas espectaculares, con bikinis, trikinis, modelitos de enfermera, secretaria, cirujana, luchadora de catch, etc.; negras, gordas, feas, shemalotes, etc. Y mientras paseas: hay por ahí algunos bares en los que tomarte una Guiness de barril y reencontrarte con los viejos placeres de la vida.
Posteriormente lo suyo es salir del barrio rojo, y no os costará encontrar pubs de fiesta -más o menos elitistas- donde inflarte a cubatas (de esos que te venden los hijos de puta el licor y el refresco por separado), entrar a mujeres hablando tu inglés de Santillana o destruir algo de mobiliario. Es recomendable probar alguna de las ginebras holandesas, que son para echar líquido preseminal a cada momento. Eso sí: cuidado con fumar porros en la calle fuera del barrio rojo, que os pueden poner una multa y dejaros en gayumbos.
Es normal que al día siguiente, tras dos días fumado, borracho y engronjado, te entre remordimiento de conciencia y, por ende, miedo por las cero fotos que llevas hechas y qué vas a enseñar a la familia cuando vengas. Es la hora de ver cosas. Dado que habíamos malgastado buena parte del tiempo, decidimos hacer en una mañana el completo cultural: el Rijksmuseum, el museo de Van Gogh y la Heineken Experience.
Respecto a los dos primeros, decir que son de obligada visita. Por 20 euros ves los dos. Pero, no me seas cutre, no vuelvas con el canuto enorme ése con las láminas de los cuadros de Van Gogh, que es para tirarte piedros de aquí a fin de año verte después lo que te queda de viaje cargando con ese trasto de mierda, del que sólo vas a aprovechar Los Girasoles para enmarcarlo y regalárselo a tu abuela.
Respecto a la Heineken Experience, es de obligado cumplimiento para todo aspirante a alcohólico su visita. Allí te enteras de cómo se hace ese producto que consumes todos los sábados a las seis de la mañana tras haberte tomado 10 cubatas para que te baje el pedo, y lo único que te hace es: a.-vomitar; b.-amuermarte, o c.-cagar.
Al entrar te darán cuatro fichas: tres blancas y una naranja. Las primeras tres será para pimplarte tres cañas y la última para recibir a la salida un abridor metido -a modo Kinder Sorpresa- dentro de una botella de Heineken de plástico. Si estás un poco listo y te pones detrás del omnipresente grupo de japoneses, en la taberna del final de la visita te pueden caer fichas -lo que se traduce en cañas- por doquier y, como en mi caso, puedes aumentar las tres cañas que te dan de regalo a la entrada, a siete u ocho; y salir con una borrachera infernal de allí.
¿Y qué hay mejor cuando estás borracho a las 2 de la tarde? Visitar alguno de los coffee shop de la ciudad y pillar marihuana por doquier -white widow, ak-47 y jamaicana-, costo nepalí, un grinder, un librillo de papelas XXL de ésas que te proporcinan en ese santo país y una pipa. Tabaco, a menos que vayáis ya bastante desquiciados, no pilléis, pues mezclar esas maravillas de la drogadicción con tabaco es atentar contra la humanidad.
¿Cuál es la putada de estos recintos? Que la mayoría no venden alcohol, y seguro acabes adicto al Lipton, a menos que seas un cultureta con complejo de británico en Calcuta y bebas té. No obstante, en alguno podréis beber alguna cerveza, aunque para beber buen zumo de cebada y pasar un poco de la manida Heineken, será mejor que busquéis una cervecería por la ciudad y probéis alguna de las varias excelentes cervezas con las que cuenta el país.
Todo esto hasta que un día por la mañana optes por abandonar la ciudad. En ese momento te darás cuenta que tu cabeza no funciona igual y, mientras el tren te lleve a tu siguiente destino (no dejéis de visitar Harlem, que está al lado de Amsterdam y es como esta ciudad, pero más pequeña, más limpia y con menos blacks) caerás en la cuenta de que tu vida es una mierda. Pero se te pasará pronto. Exactamente hasta que entre el colombiano que vende café y bollitos en el tren y te lo ofrezca sus productos.
Un saludo
Como ya sabréis, Amsterdam se encuentra dentro de la mal llamada Holanda (Países Bajos), un país de política social avanzada, industria consolidada y encanto de ese que a un español le hace sospechar cuando viaja que le quieren vender un reloj o crujir el ojal.
Países Bajos rebuznó:CAPITAL: La Haya
POBLACIÓN: 16.297.196 habitantes.
PIB PER CÁPITA: 43.386 dólares.
MONEDA: Euro.
IDIOMAS OFICIALES: Neerlandés y Frisón.
FORMA DE GOBIERNO: Monarquía Constitucional.
A la ciudad se puede llegar por avión, tren, carretera y, si eres un hippie, Perico Delgado o Manuel Torreiglesia, en bicicleta.
En avión rebuznó:Son muchas las compañias que operan con el aeropuerto de Schiphol. La Holandesa KLM suele ofrecer siempre buenas ofertas superiores a las tan polemicas compañias de bajo coste. Aunque no hay que dejar de lado a Basiqair o Transavia.(...) El aeropuerto Schiphol esta a 15 minutos de la capital de Holanda. En el mismo aeropuerto se cogen los trenes que se dirigen a la Central Station de Amsterdam.
En tren rebuznó:Amsterdam esta muy bien comunicada con las principales ciudades europeas en tren como por ejemplo: París, Bruselas, Berlin...
La forma de llegar a Amsterdam en tren desde España es de la siguiente forma:
Tren-hotel Elipsos. Son los trenes-hotel directos que comunican España a Francia, uniendo a la comodidad de un hotel todas las ventajas del tren. Son los trenes nocturnos mejor equipados de Europa.
* Barcelona – París (Tren-hotel Joan Miro): Frecuencia diaria
* Madrid – París (Trenhotel Francisco de Goya): Frecuencia diaria
Una vez en París deberemos de dirigirnos a la estación del norte (Gare de Nord). Existe mucha frecuencia de trenes entre ambas ciudades. La compañía Thalys ofrece el servicio París - Ámsterdam, en trenes de alta velocidad con una duración de 4 horas realiza paradas en Rótterdam y la Haya. Se puede comprar en las estaciones de Renfe. En Holanda se puede usar el pase Interrail y Eurail.
A lo anterior diré que es bastante caro desplazarse desde Amsterdam a otras ciudades como París, Berlín, Frankfurt o Hamburgo, pero la calidad de los trenes -que te llevan aproximadamente por 100 euros- es bastante considerable. No obstante, no tendréis problemas en moveros por los Países Bajos -buena frecuencia y relativamente bajos precios- y Bélgica, aunque tendréis que hacer transbordo en Amberes (Antwerpen) si queréis ir directos a ciudades de Flandes como Brujas; o Maastrich si lo que queréis es visitar Lieja (ciudad fea y peligrosa, aunque propia para desfasar), Namur o cualquiera de la mierda Valona. A Bruselas podéis ir directos en el tren del precio que más os convenga.
En autobús rebuznó:La compañía Eurolines ofrece trayectos a Amsterdam en autobús. Consultar en las taquillas de autobuses de las principales ciudades.
En coche rebuznó:Ámsterdam tiene una distancia con España por carretera:
* Desde Barcelona: La distancia es de 1570 km.
* Desde Bilbao: la distancia es 1434 km.
* Desde Madrid: la distancia es de 1735 km.
Posibles rutas:
* Desde Madrid: Madrid - Burgos - San Sebastián - Amberes - Breda - Amsterdam.
* Desde Barcelona: Barcelona - Gerona - Pepiñán - Nimes -Lieja - Maastrich - Amsterdam.
Mi llegada a Amsterdam se produjo en tren, y nada más llegar me encontré con la típica estampa de urbe europea, en la que destacaban dos elementos: la estación y la puta banderita de la ciudad que está colgada de todos los sitios:
¿Y qué hacer una vez aquí? Pues conocer un poco el ambiente de esta urbe. ¿Y cómo conseguir tal objetivo? Callejeando, en mi caso por el centro, es decir, el barrio rojo y alrededores, que cuentan con bonitos canales para pensar sobre lo que estás haciendo con tu vida, suicidarte o, simplemente y por 120 euros la noche, alquilar una barca, montarte una fiesta, empotrarla y matar a tus amigos.
Una vez callejeas un poco te das cuenta de varias cosas, como que la ciudad no era tan limpia como te parecía en un primer momento, que no es tan cara como te la imaginabas, que el mito de las putas en los escaparates era cierto, que puedes comer comida de cualquier parte del planeta en el restaurante que te dé la gana, que si ves un black le puedes pedir cualquier tipo de droga, que te la suministrará -aunque, tranquilo, seguro que antes ya te la habrá ofrecido, y que como te metas en la calle equivocada del barrio rojo te pueden romper el himen intestinal, desvalijar o empaquetar en un vuelo a Uganda para ser comido en una merienda de blacks.
También podrás comprobar cómo un sábado a las 19.00 horas es el momento perfecto para que el turista ingiera ingentes cantidades de cualquier droga que tenga a su disposición. En el albergue juvenil donde me alojé (sí, es de poors y lo mejor hubiera sido ir al Ritz a tomar un cóctel de gambas y una botella de champaña con un rubí dentro; mientras conversas con Donald Tramp y follas con alguna hembra de los Onassis) era curioso observar cómo, mientras intentabas evitar los ataques de pánico y las alucinaciones producidas por la psilocibina, un pobre cocainómano tenía convulsiones encima de tu cama y otros dos españoles miraban fijamente a la pared angustiados por los efectos de una White Widow que no es el costo culero ni la hoja de seto que consumen en Zaragoza.
¿Y qué hacer mejor un sábado por la noche tras cinco horas colocado por los efectos de los hongos alucinógenos, con claros síntomas de Bocasecaman, hambre de arrasar con un bufet entero y ganas de beber aumentando? Pues, lo primero, saciar las necesidades alimenticias en algún garito del barrio rojo y, después, callejear por las angostas callejuelas de ese distrito y observar lo variopinto de las fulanas allí ubicadas. Para los puteros de pro que pueblan estos lares y hacen fichas con cada pelo del coño de las meretrices que frecuentan seguro que la sensación no será tan distinta a cuando van donde Puri a vaciar la cañería; sin embargo, para un universitario jugador de mus, alcohólico en potencia y aficionado a Los Soprano y a las películas de Vincent Price, el paisaje resulta, cuanto menos curioso.
A lo largo del paseo que des por allí te encontrarás putas espectaculares, con bikinis, trikinis, modelitos de enfermera, secretaria, cirujana, luchadora de catch, etc.; negras, gordas, feas, shemalotes, etc. Y mientras paseas: hay por ahí algunos bares en los que tomarte una Guiness de barril y reencontrarte con los viejos placeres de la vida.
Posteriormente lo suyo es salir del barrio rojo, y no os costará encontrar pubs de fiesta -más o menos elitistas- donde inflarte a cubatas (de esos que te venden los hijos de puta el licor y el refresco por separado), entrar a mujeres hablando tu inglés de Santillana o destruir algo de mobiliario. Es recomendable probar alguna de las ginebras holandesas, que son para echar líquido preseminal a cada momento. Eso sí: cuidado con fumar porros en la calle fuera del barrio rojo, que os pueden poner una multa y dejaros en gayumbos.
Es normal que al día siguiente, tras dos días fumado, borracho y engronjado, te entre remordimiento de conciencia y, por ende, miedo por las cero fotos que llevas hechas y qué vas a enseñar a la familia cuando vengas. Es la hora de ver cosas. Dado que habíamos malgastado buena parte del tiempo, decidimos hacer en una mañana el completo cultural: el Rijksmuseum, el museo de Van Gogh y la Heineken Experience.
Respecto a los dos primeros, decir que son de obligada visita. Por 20 euros ves los dos. Pero, no me seas cutre, no vuelvas con el canuto enorme ése con las láminas de los cuadros de Van Gogh, que es para tirarte piedros de aquí a fin de año verte después lo que te queda de viaje cargando con ese trasto de mierda, del que sólo vas a aprovechar Los Girasoles para enmarcarlo y regalárselo a tu abuela.
Respecto a la Heineken Experience, es de obligado cumplimiento para todo aspirante a alcohólico su visita. Allí te enteras de cómo se hace ese producto que consumes todos los sábados a las seis de la mañana tras haberte tomado 10 cubatas para que te baje el pedo, y lo único que te hace es: a.-vomitar; b.-amuermarte, o c.-cagar.
Al entrar te darán cuatro fichas: tres blancas y una naranja. Las primeras tres será para pimplarte tres cañas y la última para recibir a la salida un abridor metido -a modo Kinder Sorpresa- dentro de una botella de Heineken de plástico. Si estás un poco listo y te pones detrás del omnipresente grupo de japoneses, en la taberna del final de la visita te pueden caer fichas -lo que se traduce en cañas- por doquier y, como en mi caso, puedes aumentar las tres cañas que te dan de regalo a la entrada, a siete u ocho; y salir con una borrachera infernal de allí.
¿Y qué hay mejor cuando estás borracho a las 2 de la tarde? Visitar alguno de los coffee shop de la ciudad y pillar marihuana por doquier -white widow, ak-47 y jamaicana-, costo nepalí, un grinder, un librillo de papelas XXL de ésas que te proporcinan en ese santo país y una pipa. Tabaco, a menos que vayáis ya bastante desquiciados, no pilléis, pues mezclar esas maravillas de la drogadicción con tabaco es atentar contra la humanidad.
¿Cuál es la putada de estos recintos? Que la mayoría no venden alcohol, y seguro acabes adicto al Lipton, a menos que seas un cultureta con complejo de británico en Calcuta y bebas té. No obstante, en alguno podréis beber alguna cerveza, aunque para beber buen zumo de cebada y pasar un poco de la manida Heineken, será mejor que busquéis una cervecería por la ciudad y probéis alguna de las varias excelentes cervezas con las que cuenta el país.
Todo esto hasta que un día por la mañana optes por abandonar la ciudad. En ese momento te darás cuenta que tu cabeza no funciona igual y, mientras el tren te lleve a tu siguiente destino (no dejéis de visitar Harlem, que está al lado de Amsterdam y es como esta ciudad, pero más pequeña, más limpia y con menos blacks) caerás en la cuenta de que tu vida es una mierda. Pero se te pasará pronto. Exactamente hasta que entre el colombiano que vende café y bollitos en el tren y te lo ofrezca sus productos.
Un saludo