FlorianSotoPeña
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- 16 Ago 2009
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Hace algunos años estuve viviendo en Roma por motivos de estudios, concretamente en el barrio de la Romagnina, un auténtico guettho de escoria y untermenschen de lo más variado, abundando especialmente los gitanos rumanos. Yo acudía a la Universidad de Roma Tre y siempre hacía uso del metro por aquello de que el transporte público en la capital italiana es de los más baratos que existen. Después de aquella estancia que duro un año, desde septiembre de 2008 a septiembre de 2009 regresé al hogar, pero todavía algunos meses después volví nuevamente para ver a mis hamijos italianos y a una jamba con la que mantuve un affaire de algo más de un año. De modo que regresé nuevamente para estar los últimos 15 días de diciembre de 2009 y posteriormente en abril de 2010. En esa última fecha tuve un incidente harto desagradable cuando iba andando por la calle una tarde.
Yo estaba con mi maletín esperando el autobús en una parada junto a un McMierdas, del que por cierto vi salir una rata más gorda que las gónadas de Nacho Vidal, algo monstruoso. Enseguida me di cuenta que un personajillo de pelo castaño, así como medio despeinado, de unos 35 años no paraba de mirarme, de forma extraña. Yo pensé que igual eran manías mías y que realmente no me miraba a mi, sino cualquier cosa que estaba sucediendo en la calle, había mucha gente. Con el paso de los minutos ese hijo de puta empezó a ponerme nervioso, porque el gesto de su cara no me gustaba, era raro, como de lujuría y seguía pensando que me estaba mirando a mi ese hijo de la grandísima puta. Esa situación se prolongó durante 10-15 minutos, cuando llegó el autobús y me subí de los primeros. Una vez dentro pensé que lo había perdido de vista, que quizás entre el tumulto de gente podría quitarme de encima esa mirada tan molesta. Pero miré entre la multitud y allí estaba, de espaldas al conductor, entre un grupo de personas otra vez mirándome fijamente y esbozando un intento de sonrisa que no se completó, como esperando algún gesto por mi parte, una declaración de mariconismo infinita. Le miré durante algunos segundos de malas maneras, fijando mis ojos en los suyos, para intimidarle, pero muy mierdas me aguantaba la mirada y parecía que se crecía.
Al llegar al destino fijado casualmente este rompecacas se bajó también, y cuando pensaba que me había librado del sujeto en cuestión aparece a mis espaldas y me empieza a hablar, el muy hijo de puta me dice que si soy español, sin haberle dicho nada ni haber hablado, parece que nos conocen solo vernos esos come-espaguetis. Quiso comenzar una conversación amable conmigo, me preguntó si llevaba mucho tiempo allí, que hablaba muy bien el italiano etc etc, solamente obtuvo de mi respuestas lacónicas, para advertirle de que su conversación no era de mi gusto y no me interesaba seguir con ella. No se dio por aludido y llegó un momento en que dijo que podríamos ir a tomar algo juntos, que vivía solo, todo en un tono claramente homosexual, como invitándome a que nos empujásemos la mierda pa´dentro. En ese momento paré en seco y le dije que era un maricón de mierda y que le daba 5 segundos para que desapareciese de mi vista bajo amenaza de agresión física. El personajillo en cuestión ya se estaba largando antes de que acabase mi frase, sin alterarse lo más mínimo desapareció metiéndose dentro de una de las entradas al metro, por donde yo también tenía que entrar.
Esperando en el andén para coger el metro volví a verlo a lo lejos, dando paseos cortos y mirando la hora en torno a un banco donde había varias personas sentadas. La cuestión es que en los siguientes días volví a ver a ese mierdas pero ya no me miraba con insistencia, aunque detecté alguna mirada tímida, pero sin rencor. Posteriormente nunca más lo volví a ver, respiré aliviado, cada vez que veía a ese enano con su traje que le iba grande y su pequeña cara de maricona italiana me ponía agresivo. La historia la conté a la italiana que me beneficiaba en aquel entonces y a sus hamijas que se mofaron de mi durante largo tiempo.
Por otro lado no era muy raro ver de vez en cuando mariposones por el Trastevere vestidos como si fuesen de carnaval y agarrados de la mano como dos sidrosos que eran. Posteriormente, y en suelo patrio, volví a coincidir con otro de estos infraseres en un bar de mi pueblo, una maricona joven, de las que van con un pañuelo en torno al cuello, que bien podría utilizarlo para ahorcarse, que trabaja en un bar y es muy popular entre la gente joven. Es de esos que van de cools y modelnos y que tiene a todo dios en el feisbuk. Ese desgraciado en una ocasión también me tocó la moral diciéndome que "hasta que no probase con un hombre no sabía si me gustaban", valiente hijo de puta, recuerdo que tuvieron que apaciguar mis ánimos el dueño del bar y otros hamijos que se encontraban junto a mi porque en su argumentación de mierda pretendió afirmar en ese argumento marica tan trillado que "todos somos bisexuales" o que "no había que tener miedo a probarlo todo". No es que vaya de macho alfa, pero las locas me sacan de quicio.
En otra ocasión llegué a un hotel de madrugada y me atendió en la recepción otro de estos infraseres, este iba de gracioso y empezó a hacerme comentarios fuera de lugar, como bromitas que no venían a cuento y que eran como invitaciones que a que le rompiese el ojete, o al menos así me lo pareció a mi, que en ese momento iba al límite de mis fuerzas tras 3 horas de viaje conduciendo. Le grité y le dije que quería la puta habitación que había reservado por la internec previamente, insistió en que tenía que llevar un bono imprimido que me habían enviado por mail y que el muy inútil tenía sobre la mesa. Todo me parecieron excusas para entablar conversación conmigo como esperando cierta condescendencia y un rabo para mamar esa misma noche. El hijo de puta se equivocó y cuando vio que el asunto se le iba de las manos llamó a otro monguer que había por allí para que completase la gestión.
Por lo demás nunca más me he topado con ninguno de estos seres, y de todas las que he contado el caso del italiano fue el que más agresivo me puso, llenándome de ira infinita. Como osaba tirarle los tejos a un joven como yo, que a pesar de no ser un follador compulsivo, y será que no lo intento , podré follar con rumanas, enanas, downies o gordas malolientes, pero jamás con un maromo que emplea el ojete tanto como orificio de salida, aunque no se entere, como de entrada. HIJOS DE PUTA. Fin.
PD: Aprovecho para postear esta botella de coñac 501 para conmemorar mi número de masunos y rememorar el coñac que le gustaba a mi padre y con el que se emborrachaba para luego golpearnos a nosotros, su familia.
Yo estaba con mi maletín esperando el autobús en una parada junto a un McMierdas, del que por cierto vi salir una rata más gorda que las gónadas de Nacho Vidal, algo monstruoso. Enseguida me di cuenta que un personajillo de pelo castaño, así como medio despeinado, de unos 35 años no paraba de mirarme, de forma extraña. Yo pensé que igual eran manías mías y que realmente no me miraba a mi, sino cualquier cosa que estaba sucediendo en la calle, había mucha gente. Con el paso de los minutos ese hijo de puta empezó a ponerme nervioso, porque el gesto de su cara no me gustaba, era raro, como de lujuría y seguía pensando que me estaba mirando a mi ese hijo de la grandísima puta. Esa situación se prolongó durante 10-15 minutos, cuando llegó el autobús y me subí de los primeros. Una vez dentro pensé que lo había perdido de vista, que quizás entre el tumulto de gente podría quitarme de encima esa mirada tan molesta. Pero miré entre la multitud y allí estaba, de espaldas al conductor, entre un grupo de personas otra vez mirándome fijamente y esbozando un intento de sonrisa que no se completó, como esperando algún gesto por mi parte, una declaración de mariconismo infinita. Le miré durante algunos segundos de malas maneras, fijando mis ojos en los suyos, para intimidarle, pero muy mierdas me aguantaba la mirada y parecía que se crecía.
Al llegar al destino fijado casualmente este rompecacas se bajó también, y cuando pensaba que me había librado del sujeto en cuestión aparece a mis espaldas y me empieza a hablar, el muy hijo de puta me dice que si soy español, sin haberle dicho nada ni haber hablado, parece que nos conocen solo vernos esos come-espaguetis. Quiso comenzar una conversación amable conmigo, me preguntó si llevaba mucho tiempo allí, que hablaba muy bien el italiano etc etc, solamente obtuvo de mi respuestas lacónicas, para advertirle de que su conversación no era de mi gusto y no me interesaba seguir con ella. No se dio por aludido y llegó un momento en que dijo que podríamos ir a tomar algo juntos, que vivía solo, todo en un tono claramente homosexual, como invitándome a que nos empujásemos la mierda pa´dentro. En ese momento paré en seco y le dije que era un maricón de mierda y que le daba 5 segundos para que desapareciese de mi vista bajo amenaza de agresión física. El personajillo en cuestión ya se estaba largando antes de que acabase mi frase, sin alterarse lo más mínimo desapareció metiéndose dentro de una de las entradas al metro, por donde yo también tenía que entrar.
Esperando en el andén para coger el metro volví a verlo a lo lejos, dando paseos cortos y mirando la hora en torno a un banco donde había varias personas sentadas. La cuestión es que en los siguientes días volví a ver a ese mierdas pero ya no me miraba con insistencia, aunque detecté alguna mirada tímida, pero sin rencor. Posteriormente nunca más lo volví a ver, respiré aliviado, cada vez que veía a ese enano con su traje que le iba grande y su pequeña cara de maricona italiana me ponía agresivo. La historia la conté a la italiana que me beneficiaba en aquel entonces y a sus hamijas que se mofaron de mi durante largo tiempo.
Por otro lado no era muy raro ver de vez en cuando mariposones por el Trastevere vestidos como si fuesen de carnaval y agarrados de la mano como dos sidrosos que eran. Posteriormente, y en suelo patrio, volví a coincidir con otro de estos infraseres en un bar de mi pueblo, una maricona joven, de las que van con un pañuelo en torno al cuello, que bien podría utilizarlo para ahorcarse, que trabaja en un bar y es muy popular entre la gente joven. Es de esos que van de cools y modelnos y que tiene a todo dios en el feisbuk. Ese desgraciado en una ocasión también me tocó la moral diciéndome que "hasta que no probase con un hombre no sabía si me gustaban", valiente hijo de puta, recuerdo que tuvieron que apaciguar mis ánimos el dueño del bar y otros hamijos que se encontraban junto a mi porque en su argumentación de mierda pretendió afirmar en ese argumento marica tan trillado que "todos somos bisexuales" o que "no había que tener miedo a probarlo todo". No es que vaya de macho alfa, pero las locas me sacan de quicio.
En otra ocasión llegué a un hotel de madrugada y me atendió en la recepción otro de estos infraseres, este iba de gracioso y empezó a hacerme comentarios fuera de lugar, como bromitas que no venían a cuento y que eran como invitaciones que a que le rompiese el ojete, o al menos así me lo pareció a mi, que en ese momento iba al límite de mis fuerzas tras 3 horas de viaje conduciendo. Le grité y le dije que quería la puta habitación que había reservado por la internec previamente, insistió en que tenía que llevar un bono imprimido que me habían enviado por mail y que el muy inútil tenía sobre la mesa. Todo me parecieron excusas para entablar conversación conmigo como esperando cierta condescendencia y un rabo para mamar esa misma noche. El hijo de puta se equivocó y cuando vio que el asunto se le iba de las manos llamó a otro monguer que había por allí para que completase la gestión.
Por lo demás nunca más me he topado con ninguno de estos seres, y de todas las que he contado el caso del italiano fue el que más agresivo me puso, llenándome de ira infinita. Como osaba tirarle los tejos a un joven como yo, que a pesar de no ser un follador compulsivo, y será que no lo intento , podré follar con rumanas, enanas, downies o gordas malolientes, pero jamás con un maromo que emplea el ojete tanto como orificio de salida, aunque no se entere, como de entrada. HIJOS DE PUTA. Fin.
PD: Aprovecho para postear esta botella de coñac 501 para conmemorar mi número de masunos y rememorar el coñac que le gustaba a mi padre y con el que se emborrachaba para luego golpearnos a nosotros, su familia.