Yo también fui a aprender a nadar, y lo aborrecía. Es posible que fuese el único que no aprendió en todo el tiempo que estuve, que no recuerdo cuánto sería. Un curso supongo. Me resultó humillante y desagradable. Y mi madre supongo que tampoco tendría pensamientos positivos. Tal vez se sintiese herida en su orgullo materno. O un poco humillada, viendo a su hijo chapotear como un perro día tras día.
Poco después aprendí yo solo en la piscina durante el verano.
Me llevaron a las pruebas del conservatorio para testear mis aptitudes musicales. Era un filtro para aceptar a los alumnos en el nuevo curso. No recuerdo nada concreto, pero si recuerdo a las madres juntas esperando en la calle, y luego a mi madre y a mí dejando el grupo atrás, enfilando el camino a casa derrotados, parias ignorados en ese grupo de madres e hijos jubilosos que celebraban la pequeña victoria. Tal vez yo fuese el único declarado no apto, de un grupo de siete u ocho.
En algún momento me apuntaron a clases de guitarra. Tendría ocho años.
No aprendí una puta mierda. El himno de la alegría tocado regular y punto. Odiaba aquello. Tengo recuerdos de Los Simpson en la tele por la tarde, y calles lluviosas y grises. Aquellas clases eran lo menos apetecible del mundo.
También en casa me obligaban a practicar. Me parecía todavía peor que las clases, así que tocaba el himno de la alegría una y otra vez por pura inercia, dejando pasar lentamente los minutos hasta que me señalaban que era suficiente por ese día.
Cuando hasta a mí me pareció que tocar lo mismo día tras día era demasiado sospechoso me puse a improvisar notas aleatorias mientras acallaba suspicacias con la trola de que estaba aprendiendo un tema nuevo.
No recuerdo cuando acabó aquello pero es evidente que también fracasé. Muchos años después aprendí algo por mi cuenta, pero todavía lo tengo como una espina clavada.
A academia de inglés fui también. Un verano, si acaso. La academia estaba en el mismo bloque que la casa de mi mejor amigo. Súmale que tanto mi padre (mi madre ya había picado ticket en la barca de Caronte) como los de mi amigo trabajaban de mañana, y ya tenemos los ingredientes para el fracaso. Falté un montón y mentí un montón. Mi padre se enteró, pero no fue tan contundente como yo esperaba, tal vez porque los malos tiempos que vivíamos le habían hecho mella, o pensaba que yo ya tragaba suficiente mierda con la situación familiar.
Años después me puse por mi cuenta un día y ya apenas fallé en mi rutina de estudio durante años. Hasta el C1 llegué.
Mi problema con el aprendizaje de cualquier cosa es que tengo que tener un interés genuino. No me gusta que me digan qué tengo que aprender ni como. Debe haber una chispa que me encienda, y entonces ya me pongo muy serio y aprendo lo que sea. Tal vez hace tres años si me hubiesen obligado a ir a clases de dibujo el resultado hubiese acabado en frustración, fracaso, aburrimiento y dinero tirado. Ahora que me he propuesto personalmente aprender a dibujar iría encantado a clases. Y de hecho lo acabaré haciendo cuando pueda.
En cuanto a los estudios y la elección de un camino formativo puedo decir exactamente lo mismo. Cuando al terminar el instituto me metí en alguna cosa fue por seguir a mis colegas, y lo dejé al poco tiempo. Cuando algo me interesó un poquito encontré razones para no salir de mi zona de confort y abandonar la idea. No fue hasta los 21 que me figuré que era lo que me interesaba y entonces le di duro por mi cuenta.
Ahora cuando veo algunas cosas en Youtube me entra una inquietud por según qué temas y una motivación acojonante. Ojalá hubiese tenido eso en los años de instituto. Vive dios que habría tenido una docena de ideas sobre qué camino seguir en la vida.