drewsyduck
Forero del todo a cien
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Aquí os pongo el articulo de ventoso sobre los dos discos de los dos Aes
A & A
LUÍS VENTOSO
POR UN AZAR, coinciden en el mercado los discos nuevos de los dos personajes que dominan el pop masculino en castellano: el madrileño de 37 años Alejandro Sánchez Pizarro -Alejandro Sanz para el mundo- y el bonaerense de 45 años Andrés Calamaro, que se llama igual arriba y abajo del escenario. Las comparaciones son odiosas, pero entretenidas. Y siendo ambos maestros en su oficio cantor, representan dos maneras dispares de entender el arte musical de alto consumo.
Calamaro es prolífico, hondo y verosímil. Sanz es de partos cortos y difíciles: suda tinta para hacer discos de diez canciones y vende sentimientos apretados en clichés efectivos y efectistas, pero sin daños serios.
Los discos del argentino duran a precio alto más que los del madrileño, cuyas teóricas obras maestras caen raudas a la serie media en cuanto se difumina el eco de sus espectaculares campañas publicitarias.
Calamaro viste al descuido. Sanz compra el descuido en las boutiques de Miami. Andrés ha caminado por el lado salvaje y se desparramó en un disco quíntuple, donde dejó genio, locura y un cachito de salud. Alejandro es un fino alquimista de la radiofórmula latina, avalado por la venta de millones de discos.
En su nueva entrega, titulada El palacio de las flores , Calamaro se empareja con Litto Nebbia, padre del rock argentino, un señor de bigote, calva y talento, cercano a los 60; un mito en su país que fue cruelmente ignorado por el respetable en sus recientes conciertos gallegos. El disco de Sanz se llama El tren de los momentos y lo empareja con Shakira, cuya fama se disparó sobre el meneo de su barriga, untada en aceites en clips de presunto alto voltaje.
Calamaro camina a su aire por la senda de Bob Dylan y Marisa Monte. Sanz transita por el vial de Paul Anka y Paulina Rubio. Alejandro es un buen entretenedor. Andrés, un poeta.
A & A
LUÍS VENTOSO
POR UN AZAR, coinciden en el mercado los discos nuevos de los dos personajes que dominan el pop masculino en castellano: el madrileño de 37 años Alejandro Sánchez Pizarro -Alejandro Sanz para el mundo- y el bonaerense de 45 años Andrés Calamaro, que se llama igual arriba y abajo del escenario. Las comparaciones son odiosas, pero entretenidas. Y siendo ambos maestros en su oficio cantor, representan dos maneras dispares de entender el arte musical de alto consumo.
Calamaro es prolífico, hondo y verosímil. Sanz es de partos cortos y difíciles: suda tinta para hacer discos de diez canciones y vende sentimientos apretados en clichés efectivos y efectistas, pero sin daños serios.
Los discos del argentino duran a precio alto más que los del madrileño, cuyas teóricas obras maestras caen raudas a la serie media en cuanto se difumina el eco de sus espectaculares campañas publicitarias.
Calamaro viste al descuido. Sanz compra el descuido en las boutiques de Miami. Andrés ha caminado por el lado salvaje y se desparramó en un disco quíntuple, donde dejó genio, locura y un cachito de salud. Alejandro es un fino alquimista de la radiofórmula latina, avalado por la venta de millones de discos.
En su nueva entrega, titulada El palacio de las flores , Calamaro se empareja con Litto Nebbia, padre del rock argentino, un señor de bigote, calva y talento, cercano a los 60; un mito en su país que fue cruelmente ignorado por el respetable en sus recientes conciertos gallegos. El disco de Sanz se llama El tren de los momentos y lo empareja con Shakira, cuya fama se disparó sobre el meneo de su barriga, untada en aceites en clips de presunto alto voltaje.
Calamaro camina a su aire por la senda de Bob Dylan y Marisa Monte. Sanz transita por el vial de Paul Anka y Paulina Rubio. Alejandro es un buen entretenedor. Andrés, un poeta.