El chapandaz de bar cutre no tiene más que el nombre, mas bien al contrario el sábado no se puede ni mover uno de la cantidad de personal que por allí pulula, bastante pijeril en su mayoría. Por cierto que la leche de pantera encima es bebida del infierno.
Si realmente quereis ver algo cutre en Madrid buscar la Bodega Sol en el barrio de Lucero, un antro de 4 metros cuadrados regentado por un gordo seboso y sudoroso, calvo y vestido con una camiseta de tirantes blanca con más mierda que el palo de un gallinero. No se os ocurra pedir una caña, porque los vasos no saben lo que es catar el agua, sólo tercios o latas, y los boquerones que te puede poner de tapa ni mirarlos, que seguro que te contagian algo. Mención especial a las posturitas y del gordo, que cuando no se está rascando el sobaco se magrea los cojones.
Lo mejor de todo es los personajes que te encuentras allí, desde un negro rastafari con muleta a un indigente que dice que es amigo del asesino de la baraja, pasando por gruístas, peones de obra, etc.
Pero como bar de verdad, el Porrón de Santiago, del que ya he hablado más de una vez en éste foro:
https://www.elcorreogallego.es/index.php?idNoticia=60323
Lo que no dice el artículo es que el baño era un puto chamizo que tenían en un patio interior, de los de agujero en el suelo y unisex, y el pestazo que había dentro era el mayor hedor que hubieras catado. El bar en si, tenía tres partes. La estancia principal era un bar mas o menos normal, donde podía haber algún que otro viejo tomándose los vinos, pero traspasando unas puertas estaba el verdadero espíritu del local. Una sala grande y con 3 mesas rectangulares enormes, con sus correspondientes bancos a lo largo de ellas, donde te podías sentar con cualquiera que allí estuviera. Las paredes blancas de yeso completamente llenas de pintadas de todo tipo, a rotulador, a boli, etc, y en esa sala estabas completamente a tu puta bola, ya que los viejos no entraban para nada. Tu pedías y te llevabas los porrones allí, y luego hacías lo que te salía del nabo: porros, cantar a grito pelado, coger un trozo de madera y aporrear las mesas hasta hartarte, cagarte en los muertos de todo dios, etc.
Encima, de esa sala había una puerta que te llevaba a una tercera estancia, que era un patio interior (amplio, eso si), con dos mesas largas también y una uralita sobre ellas por si llovia. Allí tampoco entraban éstos ni por asomo, y hacías mas o menos lo que te salía de los cojones. Nosotros no solíamos salir a éste patio, pero recuerdo que la única vez que nos dió por salir (un martes que no había ni dios allí) terminaron por largarnos, ya que se nos ocurrió la feliz idea de hacer un concurso de alaridos, a ver quien era capaz de convocar mas cabezas de vecinos en las ventanas del patio. Desde luego, el haber sido expulsado del Porrón es a dia de hoy uno de los mayores méritos de mi época estudiantil que puedo recordar.