Torquemada2.0
El calzonazos del Xanadú
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Me estaba acordando de un episodio lolesco en un bar que creo que me hizo llorar de risa hasta la extenuación,, cuando era un mozalbete.
Os pongo en antecedentes, 1990, año del mundial. Después de hacer selectividad un colega mío dice que nos vayamos a vender lotería de la Cruz roja para sacar unas pesetillas. Cómo soy un descerebrado me fui con el y dos más. Vamos ya podía dar dinero esa mierda, porque un poco más y vamos una compañía de alabarderos.
Como mi colega conocía a una gorda como un Barreiros allí en la central, nos dió un buen puesto en el Simago de Cuatro Caminos. El puesto era un tenderete de cartón prensado con el logo de la Cruz Roja. Encima los del Simago nos dieron tres hamacas de campo para sentarnos. De uniforme un peto de papel Kraft que era para seres de la estatura de un Ewok porque nos quedaba como un top tetero. La imagen era surrealista, cuatro tíos como castillos, tirados en tumbonas con un peto ridículo dando alaridos para que compraran boletos para el sorteo del oro. Todavía me pregunto cómo permitieron aquello, en especial los del Simago porque era un espectáculo.
Pues bien, tomamos la "sana" costumbre de desayunar en un bar sito en la misma glorieta de Cuatro Caminos pero al otro lado del Simago. Tenían el desayuno especial compuesto por dos huevos fritos, bacon, tostada con mermelada y café con leche. Sólo faltaba la c yo loopa y puro. Todo por 230 pesetas, nada para unos potentados como nosotros, que nos tirábamos todo el puto día haciendo el imbécil para llegar a las 1000 pesetas de ganancia.
El bar era un sitio infecto regentado por tres hermanos que más que camareros eran los hermanos Tonetti. El mayor un tío alto, cano y repeinado, siempre estaba cabreado, echando la peta a los otros dos. El del medio no me acuerdo porque era muy anodino. Del que me acuerdo con gran claridad es del tercero. Un retrasado de libro, con unas orejas como el fondo sur del Bernabéu, de dónde salían unos pelanganos como no he visto en mi santa vida. Los de la nariz eran de récord. Se tiraba todo el día cortando pan y cantando coplillas.
Bueno eso cuando el alto no le mandaba a limpiar el baño, baño al que debía ir a cargar el mismísimo diablo, porque había todas las mañanas unas mierdas como caballos. Siempre mascullaba algo en arameo, y cogía el cubo y se metía en el tigre. Cuando salía de tan reconfortante trabajo, ante un bar a reventar de gente desayunando, contaba con pelos y señales su lucha fraticida con los escopetazos de Leviatán. El alto se ponía morado le echaba la bronca y en ocasiones le daba hasta una colleja
Bueno a lo que iba. Mi colega una bestia de casi dos metros y 120 kilos en canal, se comía a Dios por las patas. Y en especial el pan.
La verdad es que con media barra cualquiera tiene pan para comer dos huevos y dos tiras de bacon. Pero este no. No había llegado los huevos y se había comido media barra. No había terminado con los huevos y necesitaba otra media, os imaginaréis que todavía le faltaba otra media para el bacon. Barra y media. La verdad es que luego nos cobraban las 230 pelas a cada uno. No había suplemento.
El tontaco era el responsable de cortar el pan y a esas horas entre desayunos y bocatas andaba apurado.
Pues bien al tercer día que mi hamijo empezó a decir más pan, al tercer pedido, se oye desde el fondo del bar un grito desgarrador:
" Otro, otro!!! Joder cuánto pan come ese gordo!!!"
Mira creo que me caí de la silla de la risa. Mi colega se levantó como un resorte a por el que le había llamado gordo, el camarero alto dándole capones al tontaco mordiéndose la lengua. De Berlanga era aquello. Todavía hoy, es recordarlo y llorar de risa.
Allí seguimos por un tiempo hasta que el negocio de la venta de boletos para la Cruz Roja apenas nos daba para ir y venirse de Cuatro Caminos.
Os pongo en antecedentes, 1990, año del mundial. Después de hacer selectividad un colega mío dice que nos vayamos a vender lotería de la Cruz roja para sacar unas pesetillas. Cómo soy un descerebrado me fui con el y dos más. Vamos ya podía dar dinero esa mierda, porque un poco más y vamos una compañía de alabarderos.
Como mi colega conocía a una gorda como un Barreiros allí en la central, nos dió un buen puesto en el Simago de Cuatro Caminos. El puesto era un tenderete de cartón prensado con el logo de la Cruz Roja. Encima los del Simago nos dieron tres hamacas de campo para sentarnos. De uniforme un peto de papel Kraft que era para seres de la estatura de un Ewok porque nos quedaba como un top tetero. La imagen era surrealista, cuatro tíos como castillos, tirados en tumbonas con un peto ridículo dando alaridos para que compraran boletos para el sorteo del oro. Todavía me pregunto cómo permitieron aquello, en especial los del Simago porque era un espectáculo.
Pues bien, tomamos la "sana" costumbre de desayunar en un bar sito en la misma glorieta de Cuatro Caminos pero al otro lado del Simago. Tenían el desayuno especial compuesto por dos huevos fritos, bacon, tostada con mermelada y café con leche. Sólo faltaba la c yo loopa y puro. Todo por 230 pesetas, nada para unos potentados como nosotros, que nos tirábamos todo el puto día haciendo el imbécil para llegar a las 1000 pesetas de ganancia.
El bar era un sitio infecto regentado por tres hermanos que más que camareros eran los hermanos Tonetti. El mayor un tío alto, cano y repeinado, siempre estaba cabreado, echando la peta a los otros dos. El del medio no me acuerdo porque era muy anodino. Del que me acuerdo con gran claridad es del tercero. Un retrasado de libro, con unas orejas como el fondo sur del Bernabéu, de dónde salían unos pelanganos como no he visto en mi santa vida. Los de la nariz eran de récord. Se tiraba todo el día cortando pan y cantando coplillas.
Bueno eso cuando el alto no le mandaba a limpiar el baño, baño al que debía ir a cargar el mismísimo diablo, porque había todas las mañanas unas mierdas como caballos. Siempre mascullaba algo en arameo, y cogía el cubo y se metía en el tigre. Cuando salía de tan reconfortante trabajo, ante un bar a reventar de gente desayunando, contaba con pelos y señales su lucha fraticida con los escopetazos de Leviatán. El alto se ponía morado le echaba la bronca y en ocasiones le daba hasta una colleja
Bueno a lo que iba. Mi colega una bestia de casi dos metros y 120 kilos en canal, se comía a Dios por las patas. Y en especial el pan.
La verdad es que con media barra cualquiera tiene pan para comer dos huevos y dos tiras de bacon. Pero este no. No había llegado los huevos y se había comido media barra. No había terminado con los huevos y necesitaba otra media, os imaginaréis que todavía le faltaba otra media para el bacon. Barra y media. La verdad es que luego nos cobraban las 230 pelas a cada uno. No había suplemento.
El tontaco era el responsable de cortar el pan y a esas horas entre desayunos y bocatas andaba apurado.
Pues bien al tercer día que mi hamijo empezó a decir más pan, al tercer pedido, se oye desde el fondo del bar un grito desgarrador:
" Otro, otro!!! Joder cuánto pan come ese gordo!!!"
Mira creo que me caí de la silla de la risa. Mi colega se levantó como un resorte a por el que le había llamado gordo, el camarero alto dándole capones al tontaco mordiéndose la lengua. De Berlanga era aquello. Todavía hoy, es recordarlo y llorar de risa.
Allí seguimos por un tiempo hasta que el negocio de la venta de boletos para la Cruz Roja apenas nos daba para ir y venirse de Cuatro Caminos.