Bares qué lugares.....Historias LOL

Entrados en el nuevo siglo, pero bastante antes de que la llamada crísis no se la oliera ni el Goldman Sachs, por circunstancias acabé viviendo en la ciudad donde han entalegado a más de la mitad de la mediática manada. Compartía piso con un amigo que encontró trabajo enseguida en un local "convertible", de estos que se estilaban mucho por allá en aquel entonces: bar de pintxos de día, garito de copas ocasional de noche y madrugada, restaurante con ínfulas y hasta hostal sito en la zona vieja de la ciudad. Nos unía la típica amistad de juergas, desmanes etílicos, muchachas y esas cosas de la edad, además de un compadreo muy sanote.

Un buen día, por un quítame allá esas pajas, acabamos desafiándonos, entre bravuconeos, a-que-no-hay-cojones, presiones inter-inguinales por exceso de hormonas nefastamente gestionados y una importante cantidad de cerveza como premio, todo hay que decirlo, a participar en uno de estos grupos por sms de contactos con tordax en edad de merecer. Esos precursores de los baducs, mitics, alquila-un-pagafantas y estas hostias de hoy en día, vamos.

Después de la inscripción de rigor, vía varios sms que cuando llegó la factura resultaron no ser muy económicos, entramos en una especie de base de datos clasificada en función de varias preguntas chorras a fin de filtrar perfiles y facilitar contactos por gustos, aficiones y demás, "compatibles". Empezaron al poco a llegarnos a los móviles los sms del operador de marras con mensajes del tipo "Zorrinalda Pútez desea contactar con ustec, envíe un sms con la palabra noséqué" a cascoporro. Yo que por entonces tenía un estartac de mototrola con la friolera de ¡12 sms! almacenables, tuve pronto que tirar de libreta y boli para liberar memoria y recibir nuevos contactos. Aunque el ganador del espumoso premio era el primero en enchufar la churra a través de la tonterida de los mensajitos, la competitividad se extendió a regocijarnos y envidiarnos alternativamente comparando el número de mensajes recibidos. De la cantidad de sms que reenviamos apenas recibíamos retorno, ya fuera por falta de interés, tongazo de la empresa (sospechamos...) o lo que fuera, pero cuado se establecía la comunicación, la dinámica posterior se resumía en una serie de mensajes cruzados con fruslerías tipo "holaquétal, dedónderes, jijs, jajs, jijas" y poco más, a veces con cierta continuidad, y a veces con menos.

Uno de los contactos que cuajó en mi caso fue con una chatona de provincia aledaña con la que al de varios días de mensajeos decidimos dar el paso a la conversación por voz. Y qué voz. Tenía un timbre algo grave pero sin perder ni ápice de feminidad, una cadencia muy dulce e inspiraba cercanía y sinceridad tales que me hice mil pajas mentales (y de las otras alguna cayó... qué candidez, madre) imaginando quién podría estar detrás de esa voz que me había cautivado. Intercambiamos varias llamadas, las cuales fueron incrementando en duración y complicidad. Hasta que un día durante una de ellas la musa de mis lúbricas fantasías propuso una cita con la peregrina excusa de que venían de fiesta ella y una pareja de carabi... o sea, de amigos, y que sería buena ocasión para, por fin, conocernos. Yo casi me había olvidado de la birra, porque lo que realmente anhelaba era conocer a ese ángel terrenal.

Quedamos a la hora y lugar acordados, expectación y nervios. Los veo llegar a lo lejos. "Hola, Tongue, soy Mamanda Cóñez, y estos son tal y tal". Efectivamente, era La Voz, pero el jepeto... No exagero, era lo más parecido al de una yonkarra con piñata pero en decadencia incipiente. Tez tirando a pálida, rostro hirsuto, nariz a caballo entre Rossy de Palma y Poli Díaz, unos pelos lacios mal teñidos de negro como caidos del cielo a la quijotera. Un auténtico fistro (Don Gregorio, le recordamos).

No había vuelta atrás, y como habíamos acordado cenaríamos previamente al copeo. Yo había reservado mesa, dónde y en el garito de mi colega, por aquello de jugar en casa, el cual ya estaba al loro de la movida. Al entrar y ver a la tipa, su sonrisita sarcástica desde detrás de la barra me abofeteó. Eso yes (Carlitos, vuelve), la andoba gastaba un culo embutido en un pantalón de pana negra como para hacerle un doggy rectal siquiera con el bolo enfundado en una capucha de fieltro bien grueso. Eso me dio cierto cuartelillo. Pasamos al comedor directamente y nos sentamos para pedir. Padecí la cena como Larra en el pasaje de aquella mesa de patanes. Risas estentóreas, modos de gañán en la mesa, charleta insustancial a voz en grito sin mínimo decoro, malas maneras al camarero que resultó ser el jefe de mi compadre... Tierra, trágame. La guinda del pastel fue cuando al servirle el entrecot a la Sonia Martínez de servicio en Casa de Campo este no estaba a su gusto, y de malas formas espetó al camarero un sonoro "¡es que no me lo puedo comer!".

Postres, cafés y chupitos. Llega la cuenta. Decidimos pagar entre todos y el cambio de fondo común para el copeo de después. Nadie recoge las vueltas del platillo. "Casanova, pillad la pasta que es hasta demasiado para bote", ironiza mi colega. Le toca al menda, que el Trío Zapatista se hacen los longuis. Salimos del local y al de 50 metros mal contados aprovecho un descuido y me voy rezagando del grupo. No se pispan. A paso ligero huyo en dirección contraria, doblo la esquina y busco refugio de nuevo en el restaurante. Risotadas del colega y su jefe. Cuento el esquinazo y más risotadas aún. "Anda, métete en el comedor mientras recogemos". Al poco toque al móvil de ella ¿Contestar? Ni jarto. Un sms. Tampoco. Otro sms, pero este es de mi compañero de andanzas. "Están aquí". Me meto debajo de una mesa y el jefe, a la vista del percal y rápido de reflejos, apaga la luz del comedor. Oigo que preguntan por mí y mi colega se presta a llamarme al móvil. "¡Hostia! Que estoy aquí al lado y me va a sonar". Me apresuro a quitar el sonido, pero afortunadamente anduvo vivo y la llamada era fingida. "Pues está apagado o fuera de cobertura", le oigo decir. Se van. Un último mensaje, vuelve a ser ella. Nunca he sido un jetas ni un vivillo, la picaresca tan extendida y hasta jaleada nunca ha sido de mi devoción. El sms decía: "por lo menos danos nuestra parte del bote". Ni pa'la hostia, antes canalla que verte otra vez el careto. En su pecado tuvieron su penitencia.

Pagué cara la lección pero ¿citas a ciegas? ¡Nunca más!

PD: perdón por el ladrillaco, espero tenga su LOL.

PD': la birra del premio la acabé pagando yo... pero al menos me salió gratix :lol:
 
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