Pues como comenté en el fracachat he estado en Bilbado. Vengo a poner recomendaciones e impresiones varias. Que me perdonen los nativos pero no hice más que una noche (y además el Alsa de ida que cogí llegaba a las 4 porque el anterior ya estaba completo

) , así que el nivel de impresionismo es elevado y podría equivocarme en algo, pero eso.
Nos alojamos en el Akelarre, no por recomendación foril sino porque ya lo habíamos pillado de oferta. Para lo que es me pareció bastante caro (20 euros por una litera en habitación de seis camas con desayuno a elegir entre cereales servidos de un pozal —tal cual—, magdalenas del Lidl, pan a palo seco o manzanas + café con leche) y además está a tomar por el culo de la zona turística, pero un punto MUY a su favor es que no hay pub crawling, game night ni mamoneo chupi en el que te veas forzado a interactuar con gente. Los huéspedes eran todos muy normales, todo el mundo iba a su rollo. Y las cosas como son, las mozas que llevan el sitio son más majas que las pesetas.
Dicho esto, voy a lo importante: los pintxos. Me decepcionó bastante en ese sentido. No son para tanto ni hay tanta variedad. La zona de Santutxu fue lo mejor en cuanto al tema. Hay un sitio que se llama Mendia en el que por cinco pavos te puedes ir comido y bebido. Tortillas como cabezas de mongolo, hoyga.
En otro orden de cosas, el bacalao es carísimo. Si pillas un buen sitio es ambrosía divina y merece mucho la pena, pero eso, que me sorprendió.
Otro sitio cojonuten es una especie de herriko hipster de la calle Somera. Buenas hamburguesas.
Cambiando de tercio. Nosotros sólo queríamos salir de la claustrofóbica capital del Ebro por salud mental, así que tampoco llevábamos idea de hacer mucho más que pasear y comer. El primer día nos paseamos por la ría y las orillas del Guggen; es un sitio bastante agradable, con mucha vidilla y cuando hace 30 grados el vaporizador ese al lado de Mama es gloria bendita. Paramos a tomar el consabido helado Capra a la sombra mientras veíamos los Bilboats pasar. Muy relaxing. Después seguimos por el centro sin pretensión alguna de nada, intercalando horas de paseo con horas de terraza. Y se nos ocurrió que podríamos mirar a ver si había algún concierto decente o algo.
Encontramos lo que creíamos que era un bolo de death metal por cinco shekels. Y allá que fuimos. Subimos por San Francisco e Irala (me gustaron las dos zonas) Google Maps en mano y llegamos a una zona bastante cutre que ni me acuerdo dónde estaba ni cómo se llamaba. Google nos deja en la puerta de una suerte de fábrica abandonada. En la misma puerta hay un cartel del bolo. Dice que subamos al cuarto. Da muy mal rollo, pero subimos igualmente. Hay una especie de apartamento que en tiempos mejores fue una chapistería. Entramos. Gente normal, rollo alternativo pero bastante normal, majos, fumando al lado de una puerta del tamaño de la pared (como en los contenedores industriales) que está abierta. Dar un traspiés significa banearse del mundo. A los diez minutos o así cierran el portón, apagan las luces y enchufan una máquina de humo. Mucho humo. No se ve nada. Salen dos mendas en albornoz con sendas guitarras eléctricas. Ponen los amplis a tope y empiezan a tocar una especie de intro. Pasan diez minutos y nos damos cuenta de que no es una intro, sino que nos hemos metido en una performance sobre la muerte y lo diabólico. La intro machacona se prolonga treinta minutos. No nos vamos porque había poca gente y, qué cojones, nos tenía fascinados aquello. Acaban la performance arrodillándose ante un altar de luces led en forma de triángulo. Nos vamos de allí porque hacía un calor de la hostia y estábamos a medio minuto del desmayo, pero desde luego que fue lo mejor del viaje con diferencia.
Pillamos el cercanías hasta Abando y nos acercamos a la Plaza Vieja a echar la última mierdacola. Volvemos en metro (otro punto a favor del hostel: está a dos minutos de la estación de Deusto) y plegamos.
Al día siguiente vamos a Getxo/ Portugalete con el metro hasta Areeta. Más de lo mismo. Domingueamos por la playa, echamos fotos y vemos peces plateados desde el espigón. Muy relaxing también. Cruzamos en el transbordador por hacer la gracia y damos una vuelta por el otro lado. Volvemos en metro hasta Santutxu y pillamos la hora punta de los pintxos. Después vamos andando hacia el funicular de Artxanda, buscando el fresco. De camino paramos en el restaurante en el que Chicote metió mano hará ya unos cuantos años. Subimos al monte con un cargamento de guiris y nos tiramos a echar la siesta en el césped. Bajamos y volvemos al hostel a recuperar nuestros zarrios, no sin parar antes a tomar otro cucurucho de Capra en el Guggen. Y vuelta. Y eso es todo.
Muy agradable y muy muy limpia la ciudad. Uno de los pocos reductos del Reino que de verdad se parece algo al resto de Europa. 10/10 would bang again. Pero bajadme los precios del bacalao al pil-pil, por el amor de LOL os lo pido.