Sir Ano de Bergerac
La becaria de Aramís Fuster.
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Ayer noche, en Salamanca, se celebraba la nochevieja universitaria, una orgía de alcohol y ganas de follar de proporciones descomunales.
La noche empezó muy divertida, bebimos Jack Daniels con cola -venga, tiradme piedras- y cuando terminamos las botellas fuimos a la plaza mayor a tomar las doce gominolas. Cuando terminó el acto, decidimos visitar los locales autóctonos para continuar bebiendo matarratas de calidad.
En uno de esos locales, sucio y acogedor, conocí a una chica Portuguesa, morena, sin bigote, con una sonrisa melancólica y un bonito cuerpo, mentiría si dijera que más tarde no me dejó fascinado. Se llamaba Cecilia.
Estaba con un grupo de amigos de diferentes nacionalidades, todos ellos habían venido a estudiar de Erasmus, entre ellos había un Francés que me resultó bastante simpático, no podía disimular que se encontraba profundamente enamorado de Cecilia, aún así mostró respeto y simpatía hacia mi en todo momento, un buen tipo.
Hablé con Cecilia, sobre Salamanca, sobre Portugal, sobre Pessoa y Saramago, la conversación fluía sin ser forzada, noté como sus labios cada vez me hablaban más cerca de los míos, supe que le gustaba desde el momento que dije hola. La besé, ella se ruborizó, pronto pensé que en su país, o al menos en su caso, besarse en público les producía tremenda vergüenza, mas tarde me lo confirmó. Me dijo que era incapaz de seguir conmigo haciendo lo que hacíamos delante de sus amigos, quedé con ella más tarde en otro bar, Potemkin.
Yo, que estaba tremendamente borracho y salido, y en cierto modo me había olvidado ya de ella, decidí entrar a otra chica en el mismo bar que había quedado con ella, la tía era la típica gafapasta, pedante y snob como pocas, pero tenía dos tetas que me gustaban. Procedimiento habitual: hola, ¿vienes mucho por aqui?, no te había visto nunca, blablablablabla...zas!
Cuando me quise dar cuenta de lo idiota que soy por haber hecho lo que hice en el local que había quedado con Cecilia, ya era demasiado tarde, abrí los ojos y encontré su mirada clavada en mí, decepcionada y triste.
Despaché a la gafapasta como pude, con la promesa de llamarla luego, ya tenía dos Raqueles en la memoria del móvil, así que fingí apuntar su teléfono y lo borré ipso facto, tenía que hablar con Cecilia, para mas inri, mis amigos estaban muertos de risa, no podía hablar con ella delante de ellos.
Le dije que quería invitarle a una cerveza, que me acompañara a la barra, asombrosamente aceptó. Ya en la intimidad que uno puede esperarse de un local tan transitado a esas horas, pero lejos de mis amigos, pedí perdón a Cecilia, me inventé una excusa, le dije que la otra chica era mi exnovia y que teníamos una relación muy especial, la estaba despidiendo porque se iba a casa. Pienso que nunca llegó a creerse mi mentira, pero también vi como todavía me buscaba con la mirada, sin duda le gustaba mucho, después de varias cobras, acabé besándola de nuevo, joder, ese beso me supo dulce, tan dulce que me hizo sentir mal conmigo mismo por haber mentido, ella no paraba de empujarme y llamarme cabrón, alternándolo con excitantes besos que hacían que cada vez estuviera más cachondo.
Le volví a mentir, le dije que mis amigos me habían dejado solo y no tenía donde dormir, me invitó a su casa, la cola para coger un taxi era de aproximadamente quince personas, así que decidimos ir andando, pasé mucho frío, casi no podía hablar de la tiritona, durante el camino me decía que los chicos Españoles éramos unos mentirosos, unos cabrones embaucadores, pero no lo dijo en un tono recriminatorio, ni mucho menos, más bien como cuando intentamos decir a un niño que lo que está haciendo está mal, pero a la vez no podemos evitar esbozar una sonrisa, porque nos divierte su espíritu granuja.
Llegamos a su casa, no pude esperar a que cerrara la puerta para besarla, tiré mi cazadora sobre un sofá y me faltó tiempo para quitarle la camisa, ella no quería hacerlo, decía que me acababa de conocer y en su país no era normal follar la misma noche en la conoces a alguien, pobre inocente, yo ya sabía que desde el momento que entrara a su casa, estaba condenada a tener un orgasmo. Utilicé la táctica de siempre para con las indecisas, besos en el cuello, mano en el clítoris, después de un rifirrafe bastante largo, mi polla estaba descubierta y ella estaba desnuda, cogí un condón de la cartera y me la follé salvajemente, ella no paraba de llamarme cabrón y arañarme la espalda, todavía tengo marcas que son testigos de aquella locura.
Me levanté a eso de las once de la mañana, fui al baño y cagué, volví a la habitación y Cecilia todavía dormía, me vestí, pero no encontraba los calcetines, finalmente desistí de buscarlos y me puse las zapatillas directamente, cerré la puerta cuidadosamente y me fui.
Elisa, la abogada.
Ayer noche, en Salamanca, se celebraba la nochevieja universitaria, una orgía de alcohol y ganas de follar de proporciones descomunales.
La noche empezó muy divertida, bebimos Jack Daniels con cola -venga, tiradme piedras- y cuando terminamos las botellas fuimos a la plaza mayor a tomar las doce gominolas. Cuando terminó el acto, decidimos visitar los locales autóctonos para continuar bebiendo matarratas de calidad.
En uno de esos locales, sucio y acogedor, conocí a una chica Portuguesa, morena, sin bigote, con una sonrisa melancólica y un bonito cuerpo, mentiría si dijera que más tarde no me dejó fascinado. Se llamaba Cecilia.
Estaba con un grupo de amigos de diferentes nacionalidades, todos ellos habían venido a estudiar de Erasmus, entre ellos había un Francés que me resultó bastante simpático, no podía disimular que se encontraba profundamente enamorado de Cecilia, aún así mostró respeto y simpatía hacia mi en todo momento, un buen tipo.
Hablé con Cecilia, sobre Salamanca, sobre Portugal, sobre Pessoa y Saramago, la conversación fluía sin ser forzada, noté como sus labios cada vez me hablaban más cerca de los míos, supe que le gustaba desde el momento que dije hola. La besé, ella se ruborizó, pronto pensé que en su país, o al menos en su caso, besarse en público les producía tremenda vergüenza, mas tarde me lo confirmó. Me dijo que era incapaz de seguir conmigo haciendo lo que hacíamos delante de sus amigos, quedé con ella más tarde en otro bar, Potemkin.
Yo, que estaba tremendamente borracho y salido, y en cierto modo me había olvidado ya de ella, decidí entrar a otra chica en el mismo bar que había quedado con ella, la tía era la típica gafapasta, pedante y snob como pocas, pero tenía dos tetas que me gustaban. Procedimiento habitual: hola, ¿vienes mucho por aqui?, no te había visto nunca, blablablablabla...zas!
Cuando me quise dar cuenta de lo idiota que soy por haber hecho lo que hice en el local que había quedado con Cecilia, ya era demasiado tarde, abrí los ojos y encontré su mirada clavada en mí, decepcionada y triste.
Despaché a la gafapasta como pude, con la promesa de llamarla luego, ya tenía dos Raqueles en la memoria del móvil, así que fingí apuntar su teléfono y lo borré ipso facto, tenía que hablar con Cecilia, para mas inri, mis amigos estaban muertos de risa, no podía hablar con ella delante de ellos.
Le dije que quería invitarle a una cerveza, que me acompañara a la barra, asombrosamente aceptó. Ya en la intimidad que uno puede esperarse de un local tan transitado a esas horas, pero lejos de mis amigos, pedí perdón a Cecilia, me inventé una excusa, le dije que la otra chica era mi exnovia y que teníamos una relación muy especial, la estaba despidiendo porque se iba a casa. Pienso que nunca llegó a creerse mi mentira, pero también vi como todavía me buscaba con la mirada, sin duda le gustaba mucho, después de varias cobras, acabé besándola de nuevo, joder, ese beso me supo dulce, tan dulce que me hizo sentir mal conmigo mismo por haber mentido, ella no paraba de empujarme y llamarme cabrón, alternándolo con excitantes besos que hacían que cada vez estuviera más cachondo.
Le volví a mentir, le dije que mis amigos me habían dejado solo y no tenía donde dormir, me invitó a su casa, la cola para coger un taxi era de aproximadamente quince personas, así que decidimos ir andando, pasé mucho frío, casi no podía hablar de la tiritona, durante el camino me decía que los chicos Españoles éramos unos mentirosos, unos cabrones embaucadores, pero no lo dijo en un tono recriminatorio, ni mucho menos, más bien como cuando intentamos decir a un niño que lo que está haciendo está mal, pero a la vez no podemos evitar esbozar una sonrisa, porque nos divierte su espíritu granuja.
Llegamos a su casa, no pude esperar a que cerrara la puerta para besarla, tiré mi cazadora sobre un sofá y me faltó tiempo para quitarle la camisa, ella no quería hacerlo, decía que me acababa de conocer y en su país no era normal follar la misma noche en la conoces a alguien, pobre inocente, yo ya sabía que desde el momento que entrara a su casa, estaba condenada a tener un orgasmo. Utilicé la táctica de siempre para con las indecisas, besos en el cuello, mano en el clítoris, después de un rifirrafe bastante largo, mi polla estaba descubierta y ella estaba desnuda, cogí un condón de la cartera y me la follé salvajemente, ella no paraba de llamarme cabrón y arañarme la espalda, todavía tengo marcas que son testigos de aquella locura.
Me levanté a eso de las once de la mañana, fui al baño y cagué, volví a la habitación y Cecilia todavía dormía, me vestí, pero no encontraba los calcetines, finalmente desistí de buscarlos y me puse las zapatillas directamente, cerré la puerta cuidadosamente y me fui.
Elisa, la abogada.