ELISA, LA ABOGADA
Estoy postrado en la cama con un dolor de cabeza bárbaro, contaré esto como buenamente pueda.
Era una cena de amigos, la cena de navidad que el más nostálgico del grupo organiza para recordar viejas batallitas, con la ilusión de que vuelvan cosas imposibles de volver. La mitad de la gente no me importaba ya, la otra mitad, digamos que los veo todos los días. El restaurante era un lugar ordinario y barato, pensado para que los más carentes del grupo no tuvieran problemas a la hora de pagar, como podréis imaginar, las esperanzas de pasármelo bien habían caído en picado, no me sentía cómodo entre tanto viejo conocido olvidado, quería cenar rápido e irme.
He de reconocer que la cena transcurrió amena, aún con el ánimo caído me lo pasé bien; tomamos el postre, los chupitos y nos fuimos del restaurante.
En seguida nos dispersamos en grupos de amigos como cabe imaginar, mi grupo de amigos fue a los locales habituales aunque algún rezagado de los otros quiso venir con nosotros.
Nos encontrábamos en el Group´s, un local pequeño, pero de buena música. Yo, tenía pensado irme rápidamente a casa, no se porqué, pero ya no veía posible disfrutar de la noche; todo esto cambió cuando entró ella, no se si fue el vino de la cena o la falta de ánimo en mi, que cuando la vi entrar en el local, me cambiaron los sentidos, ella era un ángel, era morena, alta, esbelta, andaba con ese aire de invulnerabilidad que tanto nos excita a los hombres. Se fue a la esquina contraria a la nuestra en el bar, estuvo hablando con un amigo suyo la mayor parte del tiempo, varias veces pensé que era su novio.
Estuvimos intercambiando miradas durante un buen rato, no veía el momento para hablar con ella, estaba con él y veía descortés interrumpirles. Finalmente vi cómo cogía su abrigo para marcharse, este es el momento -pensé-, me había olvidado de mi grupo, solo tenía en mente ocupar su trayectoria y decir algo ingenioso.
Hola -dije-, no se que me respondió, sólo se que se produzco una ceguera mental en mi que impedía que dijera algo más, me quedé mirándola después de esto durante un buen rato. A la mierda con las palabras -pensé-, son un idioma demasiado tosco para el amor, continué mirándole los labios, viendo para mi regocijo, que a ella también le gustaba mi juego y no pensaba que era un violador maniaco.
Besé su boca, era suave, fresca y húmeda, demasiado para mi, que intentaba disimular mi embriaguez como podía. ¡Cómo me excitó ese beso!, cerré los ojos y disfruté del placer durante mucho tiempo, nos olvidamos del mundo, sólo éramos ella y yo, y los beatles cantando a nuestras espaldas. Abrimos los ojos y todo nos pareció hostil, mis amigos, los suyos, el resto de la gente. Nos dimos los números y acordarnos llamarnos luego, la vi más tarde en otro lugar, le di otro beso sin mediar palabra (con el vino que había bebido podía haberme confundido de persona perfectamente) y la dejé marchar, no veía apropiado que continuáramos allí ni de ese modo, quiero llamarla otro día.