La Epifanía
Antedecentes. (Pa ponerles un poco en situación.)
Durante años, salí a rastras. A terrazas, conciertos, bares. Me daba palo ir y estar, saludar a gente a la que no conocía de nada. Al final, a sabiendas de que había que salir, me ponía fino de alcohol. Para bajar el alcohol. Troja. Para bajar la troja, alcohol. Fighting fire with fire.
El caso es que conocía mucha gentuza de toda índole y poder adquisitivo. Moros, pijos rancios, perroflautas, y todas las mezclas: pobres pijos, perroflautas ricos, moros, negros, gitanos, logroñeses varios...
Para ver a la misma gente en los mismos bares, acabé saltándome la parte de los bares. Acabé liándola o en mi casa, o casa de hamijos o de quién tocase. El caso es que el círculo social se amplía, y al final, la lista de drogolegas, conocidos y saludados era interminable.
The situation.
Harto de la vacuidad y el planimentalismo, hice de la encerrona con los más afines, mi razón de ser. Salir era para los Otros, una mezcla de gente normal y gentuza. Con los míos, podía hablar hasta las mil entre risas, birra y disparos. Hubo noches de mierda, de locura, de risiones y de pura magia. Esta última, un poco más cara de ver.
El día D. La hora H. 5:00 AM
Tras una temporada limpio de vicio y borracheras, viajando y hasta enamorado, volví a las andadas. Un rollo lúser recurrente de cabra que tira pal monte del que no pondré ejemplos por ser demasiado obvios.
El caso es que un día salí. Y allí estaba de nuevo, rodeado de la misma panda de subnormales, la misma tortillera pueblerina comiéndome la oreja con su perfidia, y Dios sabe por qué extraña perversión, con sus
mind games y conflictos internos sin resolver.
Allí, a las 5:00 AM dije para mi mismo, como viéndolo todo desde fuera: ¿Pero no has tenido suficiente desde hace diez años de la misma de gente sin luces, sin ambición, sin conversación? ¿Cansado de
posers? ¿De pijas de pueblo? ¿De camellos de medio pelo? ¿De electrolatino?
Dicho esto, esa misma noche, bueno, ya era de día, me encontré dos de los mayores perdedores que jamás haya conocido. Uno, de unos cuarenta y muchos, a punto de quedarse en la calle por meterse espiz, tener el cerebro podrido, una edad mental de 15 (literal, por su forma de vestir). El otro, un moro, compañero ocasional de correrías, recién salidito de la cárcel.
Total, que la gilipollas, el zombi y el moro, me mostraron con claridad el camino de la derrota.
El tercer tiempo.
No dejé de hacer el subnormal ese día, pero empezó a germinar en mí la idea de no aguantar nunca más gorrones, gilipollas, putas de mierda y gente más falsa que el beso de Judas.
Me cansé de las pajas de mandril en Youporn
, de la lengua marrón, de los ojos de serpiente. Del pentimento y la redención, de la tentación y la caída semanal; del teletecho, los nervios, la depre, de la miseria de no saber vivir, de la miseria de no apreciar la vida.
Total, que una noche más de tantas, entre tiros y cermezas escuchando las mismas canciones con sus mismos subidones y bajones, acabé de joderla gastándome 200 aurins en la ruleta on line. 200 aurins que me hacían falta para comer.
Es ahí cuando mordí el polvo de una puta, santa y definitiva vez. A la mañana siguiente se acabó. Y se acabó todo y para siempre. Y no miro atrás.
Perfect citizen.
Tranquilidad, buenos alimentos, estudio, trabajo, deporte y algunos viajes con mayor o menor ventura... Volví a ser el que era, con una muesca imborrable dentro de mí, pero con la infinita suerte haber virado a tiempo, de ser dueño de mis acciones e inacciones, de mis silencios y mis palabras, de pasar de todos y de no necesitar a nadie, puesto que todo lo llevo conmigo. Nunca me aburro. Soy, más o menos, feliz.
Dedicado a los subnormales que vienen aquí a volcar sus mierdas. A ver si espabiláis de una vez, llorones.