es triste decir esto (y resulta fundamental evitar A TODA COSTA dejarse llevar por la tristeza; en lugar de ello hay que hacer de la lucidez del reconocimiento de una situación un punto de felicidad, por dura que resulte la verdad de lo reconocido), pero la mayoría de las veces, ese afán por sincerarnos arranca de aspectos no curados de nuestra personalidad, de presiones infantiles para que "digas la verdad", de espíritu curil, qué sé yo (cada circunstancia es distinta, pero esa tensión es común a muchos); por otro lado, se dispara hacia una idea que, si bien llena de nobleza, resulta una decepcionante falsedad, a saber, la de que aquellos a quienes nos dirigimos son más dignos que nosotros......por desgracia, la mayoría de las veces, como he podido comprobar en carne propia, los autoimproperios que podía dedicarme eran producto de agudo sentido crítico e intelectualismo, pero el mal al que me dirigía resultaba un juego de niños comparado con el mal efectivo en que navegan casi todos cuantos me rodean (y muy especialmente familiares). Quienes hacen el mal de veras apenas suelen deternerse a tener remordimientos. Sólo piensan en llevarse por delante a los que tengan cerca. Por eso, es un error sincerarse; sólo se deparará una situación de vulnerabilidad que los demás (esa sociedad criminal organizada a la que llamamos familia, o civilización) no dudarán en aprovechar para su provecho. Nadie tratará de entender de veras los motivos que te pudieran haber impulsado a hacerlo (soledad extrema, profundo dolor tras una ruptura, orfandad emocional, etc), sino que sólo se cebarán en la apariencia externa, en el estigma. Y ellos no son mejores. Esas hermanas, por ejemplo, a las que en tu afán de sinceridad elevas a alturas dignas, te crucificarán, pero son mucho peores que tú. No dudarán en dejarte en la estacada con tal ded pillar un buen partido, o de gastarse en ropa o en tratamientos médicos a su histeria o esquizofrenia apenas disimulada (es muy chic eso) el patrimonio familiar. Ante lo cual, las saludas puteriles de tu padre o tuyas (si no han caido en el exceso ludópata que lleva a la ruina) serán calderilla.