Retrospectivamente, está claro que la época de mayor libertad y desmadre fue desde el final del franquismo (no sé si después de la muerte de Franco o incluso desde algún tiempo antes) hasta el asentamiento de la democracia, más o menos a partir de la hegemonía del PSOE, a mediados de los 80. Me jode mucho reconocerlo, porque no aguanto la glorificación de la transición y de lo que luego se ha llamado régimen del 78, pero hubo un período de incertidumbre y de ilusión en el que parecía que todo era posible y todo estaba permitido. Todavía no se había puesto en marcha la maquinaria legislativa que ha terminado por ahogar cualquier resquicio de libertad, ni estaba de moda victimizarse y hacerse el ofendidito.
Yo recuerdo cuando para hacerte rayas no tenías que esconderte en los lavabos. La ruta del bakalao pudo triunfar porque no había leyes de horarios, ni de contaminación sonora ni hostias. Recuerdo poder hojear revistas porno en cualquier kiosko de prensa, o que el propio kioskero colgara los pósters a la vista de todo el mundo, incluso a la puerta de colegios. O los cines S sin cortarse a la hora de poner los carteles y láminas en los escaparates. Recuerdo poder ir a la mascletà y ponerte en primera fila a escasos metros de los petardos, sin apenas distancia de seguridad. Tenderetes callejeros con propaganda política de todo tipo, desde los nazis a comunistas y anarquistas de todo pelaje. Humoristas en prime time en la televisión estatal con gracietas que hoy serían motivo de escándalo y denuncia. Y así muchísimas más cosas.
También hay que hablar de lo chungo. Esa efervescencia tenía su reverso violento: no solo el terrorismo, también revueltas y algaradas, disturbios... Había muchísimas manifestaciones y huelgas, y lo normal es que acabaran a hostias, con la policía o con los adversarios políticos. Los matones de Cristo Rey campaban a sus anchas. Y en otro hilo ya se está hablando del rollo kinki y drogota, de los atracos a bancos y farmacias o de los yonkis muertos en los parques.
Pero más o menos el sentimiento general era que cada uno podía hacer lo que le viniera en gana, y luego ya apechugaría con las consecuencias. Ahora parece que es justo al revés. Cada vez da la sensación de que la opción por defecto es que todo está prohibido. Y ahora cualquier mindundi amenaza con acudir a comisaría, al juzgado, o peor aún, a las redes sociales, con la idea de neutralizar todo lo que no sea de su agrado. Es una mierda.
Antes he hablado de la incertidumbre, pero con ilusión. Esta puta pandemia nos ha traído incertidumbre, pero ahora sabemos que todo irá a peor.