Crees necesario dar un cachete a tu hijo si se lo gana?

Yo a mis hijos les voy a meter unas ostias en cuento me hinchen la vena.
 
SuPeR rebuznó:
Yo a mis hijos les voy a meter unas ostias en cuento me hinchen la vena.

Tú deberías meterles nabos de batalla, lo demás vendrá por si sólo :lol:
 
CALVOROTA rebuznó:
El problema es cuando son mas mayores.Entonces ya son unos hombrecitos y a base de recibir hostias o palizas,se vuelven ellos igual,se rapan la cabeza y van pegando palizas.

Sí, y los que se ponen palestinos es porque lo sodomizaron.


Un leche a tiempo funciona es así de simple, y hablo de una bofetadilla no una paliza.

a)
Pepito cielo, estoy harto de decirte que pintar con los plastidecor en la pared no está bien, que ya nos hemos gastado una pasta en pintarla tres veces, sé que te entrará por un oido y te saldrá por el otro ya que a ti no te duele el bolsillo ni tienes porque saber de economía doméstica y mañana cuando la arreglemos volverás a usarla de mural.


b)
Pepito, (cachete en el culo) como pintes de nuevo te volverá a doler el culo, que eso no se hace.


En cuál de las opciones crees que Pepito no volverá a pintar la pared, sinceramente y dejando a un lado progresías y quedar bien cara al público.
 
Manospajeras, aqui no hablamos de dar palizas, hablamos de dar algun cachete a tiempo que son cosas claramente distintas.
 
Yo he aprendidddddddddddddddddddo a base ddddddde ostias. Y es lo mejor una vez acostumbrado. Mi viejo me ha pegaddddddo unas palizas increibles, menudo cabron

Con los niños a puños, nadddda de tortas ni mingadas. A puño limpio
 
frenillo rebuznó:
Yo he aprendidddddddddddddddddddo a base ddddddde ostias. Y es lo mejor una vez acostumbrado. Mi viejo me ha pegaddddddo unas palizas increibles, menudo cabron

Con los niños a puños, nadddda de tortas ni mingadas. A puño limpio

Llevo días evitando contestar tus ddd post.

A ti te han dado pocas ostias, te deberían haber propinado más palizas a ver si dejabas de existir. Cansino.
 
Sólo falta que hagan una ley por la que algún niño hijo de puta (que
los hay, y muchos), pueda denunciar a sus padres por una (tal vez)
inexistente hóstia... (que ha pasado, incluso con cosas mas graves
como niñas que han denunciado a su padre por violación y ha
resultado ser mentira)...
Miedo me da tal ley...
Oremus!

Si no recuerdo mal hubo alguna proposición parecida al respecto en
Gran Bretaña pero una mayoria de parlamentarios votaron en contra.
Conclusión: los padres ingleses pueden dar una hóstia a sus hijos
caso de que se la hayan ganado. Forma parte de los métodos de
educación.
 
Manolito rebuznó:
frenillo rebuznó:
Yo he aprendidddddddddddddddddddo a base ddddddde ostias. Y es lo mejor una vez acostumbrado. Mi viejo me ha pegaddddddo unas palizas increibles, menudo cabron

Con los niños a puños, nadddda de tortas ni mingadas. A puño limpio

Llevo días evitando contestar tus ddd post.

A ti te han dado pocas ostias, te deberían haber propinado más palizas a ver si dejabas de existir. Cansino.

Te invito cuanddddddddo quieras a castigarme el higaddddo, la nariz, el culo o las pelotas. Con la parte dddel cuerpo que prefieras, asi como con el objeto inanimadddo que mas te guste.

Oferta dde final dddddel verano, pero no te creas especial el que quiera hacerlo que me lo pidda.

Manolito, manolito.... no seras el manolito del alla tu. el afamadddddddo enano, o casi hombre de cerca de un metro sesenta, conocido en telecinco por ser aspitante a participar en competiciones ddddde tiro con arco.


JAMAS, las competicones en las que participarias y muy probablemente lucharias por ganar, estarian compuetas por mutiladddos, lisiaddos, frikis ddde esos que han sufrido una trombosis y andan como si fuesen gilipollas... y demas alegres afeminados.
 
Pegar un cachete a tu hijo no es violencia, como sigan así violencia terminará siendo pensar cosas malas. Hay que joderse.
 
bien, yo tengo una hija de 7 años y, segun los mismos "expertos" que no recomiendan el castigo fisico, hasta esta edad, 7 años, los niños no toman conciencia de si mismos y de los comportamientos correctos para la sociedad.

Aqui tenemos un punto opuesto directamente al de no castigar.

el niño no tiene conciencia de que está haciendo algo mal por lo que con hablarle no solucionas nada, debes pasar a la accion. Con esto no digo, al igual que la mayoria del foro, que se le de una paliza, con darle una plamada en el culo tal que para quitarle el polvo es suficiente.
Yo he visto la reaccion de mi hija, cuando le hablaba no sabia que le estaba contando, hasta se reia de las broncas pero al darle un cachete en el culo se sorprendia y asumia que algo habia echo mal.

si eso es maltratar y puede ser penado prefiero que me detengan y me imputen el delito a dejar a mi hija campar por sus anchas.

Aqui os dejo un copi-paste muy curioso de Heinlein: (Ojo, ladrillo pero interesante, recuerden que está sacado de una novela de C&F, Tropas del Espacio)



Recordé de pronto una discusión en nuestra clase de historia y filosofía moral. Dubois hablaba sobre los desórdenes que precedieron al colapso de la república de Norteamérica, allá en el Siglo XX. Según él, antes de que todo se viniera abajo hubo un período en el que crímenes como el de Dillinger eran tan corrientes como las peleas de perros. El Terror no sólo se hallaba implantado en Norteamérica; Rusia y las Islas Británicas lo sufrían también, así como otros países. Pero llegó al colmo en Norteamérica poco antes de que la civilización se hiciera pedazos.

Las gentes cumplidoras de la ley —nos había dicho Dubois— apenas se atrevían a ir a un parque público por la noche. Hacerlo suponía correr el riesgo de verse atacados por jóvenes salvajes armados con cadenas, cuchillos, pistolas de fabricación casera o porras, y como mínimo resultar herido, robado con toda seguridad o quedar inválido de por vida, o muerto incluso. Tal estado de cosas duró muchos años, hasta que estalló la guerra entre la Alianza ruso-anglo-americana y la Hegemonía china. El asesinato, el vicio, las drogas, el robo, los asaltos y el vandalismo estaban a la orden del día. Y no sólo ocurría en los parques, sino también en las calles y a plena luz del día, en los alrededores de las escuelas, incluso en el interior de las mismas. Pero los parques, sobre todo, eran tan peligrosos que las gentes honradas se alejaban de ellos en cuanto caía la noche.

Yo había intentado imaginar que aquello ocurriera en nuestras escuelas, y sencillamente me había resultado imposible. Ni en nuestros parques. Un parque era un lugar para divertirse, no para que te atacaran. En cuanto a que te mataran en uno de ellos...

—Señor Dubois, ¿acaso no tenían policía? ¿Ni tribunales?

—Tenían mucha más policía que nosotros. Y más tribunales. Y todos sobrecargados de trabajo.

—Entonces no lo entiendo.

Si un chico de nuestra ciudad hiciera algo semejante, él y su padre serían azotados, uno junto a otro. Mas esas cosas no ocurrían ahora. Dubois me pidió entonces:

—Defina a un «delincuente juvenil».

—Pues... uno de esos chicos que solían pegar a la gente.

—Mal.

—¿Cómo? Pero el libro dice...

—Discúlpeme. El texto lo dice así. Sin embargo, llamar rabo a una pata no hace que el nombre encaje. «Delincuente juvenil» es una contradicción de términos, que expresa la clave del problema y el fallo en resolverlo. ¿Ha criado alguna vez un cachorro?

—Sí, señor.

—¿Le enseñó a comportarse bien dentro de casa?

—Pues... sí, señor. Precisamente, mi lentitud en domesticarlo fue lo que hizo que mi madre decidiera al final que los perros debían estar fuera de casa.

—¿Sí? Y cuando su perrito cometía algún error, ¿se enojaba usted?

—¿Por qué? Él no sabía hacerlo mejor. Sólo era un cachorro.

—¿Qué hacía usted?

—Bueno, le reñía, le frotaba el morro con aquello y le daba unos golpes.

—Con toda seguridad él no comprendía sus palabras.

—No, pero sí veía que yo le estaba riñendo.

—Sin embargo, acaba de decir que usted no estaba furioso.

Dubois tenía un modo muy molesto de confundirle a uno.

—No, pero tenía que hacerle pensar que lo estaba. Había de aprender, ¿no?

—Concedido. Pero, si ya había quedado bien claro que usted desaprobaba aquello, ¿cómo podía ser tan cruel como para pegarle además? Usted dijo que el pobre animalito no sabía que obraba mal. No obstante, le bacía daño a propósito. ¡Justifíquese! ¿O acaso es un sádico?

No sabía entonces lo que era un «sádico», pero conocía a los cachorros.

—Señor Dubois, ¡el caso es que hay que hacerlo! Primero le riñes para que sepa que ha hecho algo malo, luego le metes el morro en la porquería para que sepa a qué te refieres y le pegas para que no vuelva a hacerlo otra vez. Y hay que hacerlo en seguida. No sirve de nada castigarle más tarde; eso sólo le confunde. Incluso así, el cachorro no aprende con una sola lección; de modo que se le vigila y se le coge otra vez y se le pega aún más. Pronto aprende. Pero limitarse a reñirle es una pérdida de tiempo. —Y entonces añadí—: Supongo que nunca ha educado cachorros.

—Muchos. Ahora estoy criando un pachón... según sus métodos. Volvamos a esos criminales juveniles. Los peores eran algo más jóvenes que ustedes, los de esta clase, y con frecuencia habían empezado de niños su carrera fuera de la ley. No nos olvidemos de ese cachorro. Los chicos eran capturados a menudo. La policía los arrestaba a puñados a diario. ¿Les reñían? Sí, y a veces con severidad. ¿Les frotaban el morro en lo que habían hecho? Raras veces. La prensa y los organismos oficiales solían mantener sus nombres en secreto; en muchos lugares, así lo exigía la ley para los criminales menores de dieciocho años. ¿Les pegaban? ¡Por supuesto que no! A la mayoría no les habían pegado ni de niños. Había una teoría, y muy extendida, según la cual los golpes, o cualquier castigo que supusiera dolor, causaban al niño un daño psíquico permanente.

(Pensé entonces que sin duda mi padre jamás había oído hablar de esa teoría.)

—El castigo corporal en las escuelas estaba prohibido por la ley —había continuado Dubois—. Los azotes, como sentencia de un tribunal, sólo se permitían en una pequeña provincia, Delaware, y únicamente por algunos crímenes, y rara vez se llevaban a efecto. Estaban considerados como un castigo «cruel y extraordinario». —Y Dubois había murmurado—: No comprendo esas objeciones al castigo «cruel y extraordinario». Aunque un juez haya de ser benévolo en sus propósitos, su sentencia ha de hacer que el criminal sufra o no hay castigo, y el dolor es el mecanismo básico, innato en nosotros merced a millones de años de evolución, que nos salvaguarda al avisarnos de que algo amenaza nuestra supervivencia. ¿Por qué ha de negarse la sociedad a utilizar un mecanismo de supervivencia tan altamente perfeccionado? Sin embargo, ese período estaba dominado por las teorías seudo-psicológicas y pre-científicas.

»En cuanto a lo de «extraordinario», el castigo debe ser extraordinario, o no sirve a sus propósitos. —Entonces señaló a otro chico con el muñón—: ¿Qué ocurriría si a un cachorro se le pegara cada hora?

—Pues... probablemente le volveríamos loco.

—Probablemente. Desde luego, no le enseñaríamos nada. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que el director de esta escuela tuvo que azotar a un alumno?

—No estoy seguro. Unos dos años. El chico había robado...

—No importa. Es suficiente tiempo. Significa que tal castigo resulta tan extraordinario como para tener un gran significado, e instruir. Volviendo a aquellos jóvenes criminales..., probablemente no les pegaban de niños; desde luego, no les azotaban por sus crímenes. La secuencia normal era: por una primera ofensa un aviso, una reprimenda, a menudo sin juicio. Después de varias ofensas, una sentencia de confinamiento, pero una sentencia que podía suspenderse mientras el chico quedaba en libertad a prueba. Podía ser arrestado varias veces. incluso condenado varias veces, antes de ser castigado, un castigo que consistía simplemente en encerrarlo con otros como él, de los que aprendía más hábitos criminales. Si no se metía en líos durante su encierro, generalmente podía librarse de más de la mitad de la condena saliendo a prueba «bajo palabra», según la fraseología de la época.

»Esta secuencia increíble duraba años y años, mientras sus crímenes aumentaban en frecuencia y maldad, sin más castigos que esos encierros esporádicos, aburridos pero cómodos. De pronto, al cumplir los dieciocho años, y según la ley, este llamado «delincuente juvenil» se convertía en un criminal adulto. Y a veces, en cuestión de semanas o meses, acababa en la celda de la muerte esperando su ejecución por haber cometido un asesinato. ¡Usted!

Me había señalado de nuevo.

—Supongamos que se limita a reñir a su cachorro sin castigarlo nunca, que le deja seguir soltando porquería por la casa, que de vez en cuando le encierra en un edificio exterior, pero vuelve a dejarle entrar pronto en casa diciéndole tan sólo que no lo haga de nuevo. Luego, un día, se da cuenta de que ya es un perro crecido y que sin embargo no está educado para la casa, y usted coge un arma y le mata de un tiro. Comentarios, por favor.

—¡Vaya! En cuanto a educar a un perro, ése es el modo más absurdo del que he oído hablar.

—De acuerdo. O a un niño. ¿De quién sería la culpa?

—Pues... mía, supongo.

—De acuerdo otra vez. Mas yo no lo supongo. Lo sé.

—Señor Dubois —estalló una chica—, pero ¿por qué? ¿Por qué no pegaban a los niños cuando lo necesitaban, y usaban buenas dosis de correa con los mayores que lo merecían, una lección que jamás olvidarían? Me refiero a los que hacían algo realmente malo. ¿Por qué no?

—No lo sé —había contestado él secamente—, excepto que el método aprobado durante siglos para instilar la virtud social y el respeto a la ley en la mente de los jóvenes no atraía a la clase precientífica y seudoprofesional, los que se denominaban a sí mismos «asistentes sociales», o a veces «psicólogos infantiles». Era demasiado sencillo para ellos, al parecer, ya que cualquiera podía hacerlo echando mano tan sólo de la paciencia y la firmeza necesarias para adiestrar a un cachorro. A veces me he preguntado si no tendrían intereses creados en aquel desorden, pero es improbable; los adultos actúan casi siempre por «razones elevadas», sea cual sea su conducta.

—¡Pero santo cielo! —rebatió la chica—. A mi no me gustaban las zurras, como a ningún niño; no obstante. cuando la necesitaba, mi madre me daba una. La única vez que me dieron azotes en la escuela recibí otra buena tanda cuando llegué a casa, y eso fue hace años. Confío en que nunca me veré ante un juez que me sentencie a ser azotada; una se porta bien, y esas cosas no ocurren. No veo nada erróneo en nuestro sistema, es mucho mejor que no poder salir a la calle por miedo a que te maten. ¡Cielos, eso es horrible!

—Estoy de acuerdo. Jovencita, el trágico error de lo que hicieron aquellas gentes bien intencionadas, en contraste con lo que ellos creían hacer, tiene raíces muy profundas. Porque ellos no tenían una teoría científica de la moral. Sí tenían una teoría de valores morales, y trataban de vivir de acuerdo con ella (no debería haberme burlado de sus motivos), pero su teoría era errónea: un cincuenta por ciento de sueños quiméricos y otro cincuenta por ciento de charlatanería racionalizada. Cuanto más ansiosos estaban de obrar bien, más se alejaban de la verdad. Verá, ellos suponían que el hombre tiene un instinto moral.

—¿Cómo, señor? Bueno, lo cierto es que sí lo tiene. ¡Yo lo tengo!

—No querida, usted tiene una conciencia cultivada, y muy cuidadosamente adiestrada. El hombre no tiene instinto moral. No nace con sentido moral. Usted no nació con él, ni yo, como no lo tiene el cachorro. Nosotros adquirimos el sentido moral, si es que lo adquirimos, mediante el adiestramiento, la experiencia y el sudor de la mente. Esos desgraciados criminales juveniles nacían sin sentido moral, igual que usted y que yo, pero no tenían oportunidades de adquirirlo; su experiencia no se lo permitía. ¿Qué es el sentido moral? Es una elaboración del instinto de supervivencia. El instinto de supervivencia está en la misma naturaleza humana, y todo aspecto de nuestra personalidad deriva de él. Todo lo que entra en conflicto con el instinto de supervivencia actúa, más pronto o más tarde, para eliminar al individuo, y por tanto deja de aparecer en las generaciones futuras. Esta verdad es matemáticamente demostrable, y comprobable en todas partes. Es el imperativo eterno que controla todo lo que hacemos.

»Pero el instinto de supervivencia puede cultivarse en motivaciones más sutiles y mucho más complejas que el instinto ciego y brutal del individuo por seguir vivo. Jovencita, lo que usted llamó «su instinto moral» no es más que lo que le enseñaron sus mayores: la verdad de que la supervivencia puede tener imperativos más fuertes que los de la suya personal. La supervivencia de su familia, por ejemplo. O de sus hijos, cuando los tenga. O de su nación si seguimos ascendiendo por la escala. Una teoría científicamente comprobable de los valores morales debe estar arraigada en el instinto de supervivencia del individuo, ¡y en nada más!, y debe describir correctamente la jerarquía de supervivencia, observar las motivaciones a cada nivel y resolver todos los conflictos.

»Nosotros disponemos ahora de esa teoría, y podemos resolver cualquier problema moral a cualquier nivel. El propio interés, el deber para con la familia, el deber hacia el país, la responsabilidad hacia la raza humana... Incluso estamos desarrollando una ética exacta para las relaciones extrahumanas. Pero todos los problemas morales pueden ilustrarse con esta cita: «Ningún hombre es capaz de más amor que una gata que muere por defender a sus gatitos». Una vez comprenda usted el problema al que se enfrenta esa gata, y cómo lo resuelve, entonces podrá examinarse y descubrir hasta qué punto de la escala moral está dispuesta a subir.

»Esos delincuentes juveniles estaban en el nivel mas bajo. Nacidos únicamente con el instinto de supervivencia, la moralidad mas elevada a la que llegaban era una débil lealtad hacia los grupos de sus pares, las pandillas callejeras. Pero aquellos «empeñados en hacer el bien» intentaban «apelar a sus mejores instintos» «llegar hasta ellos», «prender la chispa de su sentido moral». ¡Bobadas! Ellos no tenían «mejores instintos»; la experiencia les enseñaba que lo que hacían era su modo de sobrevivir. El cachorro jamás recibió su zurra; por tanto, lo que hacía con placer y con éxito debía de ser «moral».

»La base de toda moralidad es el deber, un concepto con la misma relación con respecto al grupo que el interés egoísta tiene con respecto al individuo. Nadie predicaba el deber a aquellos chicos de modo que pudieran entenderlo, es decir con una zurra. No obstante, la sociedad en que vivían les hablaba constantemente de sus «derechos».

»Y así los resultados hubieran podido predecirse, ya que un ser humano no tiene derechos naturales en absoluto.

Dubois había hecho una pausa. Y alguien mordió el anzuelo.

—¿Señor? ¿Qué opina entonces de lo de «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad»?

—Ah, sí, «los derechos inalienables». Cada año hay alguno que cita esa poesía magnífica. ¿La «vida»? ¿Qué derecho a la vida tiene un hombre que se está ahogando en el Pacífico? El océano no se apiadará de sus gritos. ¿Qué «derecho» a la vida tiene el hombre que debe morir si ha de salvar a sus hijos? Si él prefiere salvar la suya, ¿lo hará por cuestión de «derechos»? Si dos hombres están muriéndose de hambre, y el canibalismo es la única alternativa frente a la muerte, ¿a cuál de los dos pertenece ese «derecho inalienable»? ¿Y es de verdad un «derecho»? En cuanto a la libertad, los héroes que firmaron aquel gran documento se comprometieron a comprar la libertad con su vida. La libertad jamás es inalienable; debe redimirse con regularidad con la sangre de los patriotas, o se pierde para siempre. De todos los llamados «derechos humanos naturales» que se han inventado, la libertad es el más caro, desde luego, y jamás será gratuito.

»Y respecto al tercer derecho, la «búsqueda de la felicidad», en realidad sí es inalienable, pero no un derecho; es, sencillamente, una condición universal que los tiranos no nos pueden arrebatar, ni los patriotas restaurar. Tanto si me meten en una celda como si me queman en la hoguera o me coronan rey, yo puedo seguir «buscando la felicidad» mientras mi cerebro viva; mas ni los dioses, ni los santos, ni los sabios, ni las drogas sutiles pueden asegurar que la consiga.

Entonces Dubois se volvió hacia mí:

—Dije antes que «delincuente juvenil» era una contradicción de términos. «Delincuente» significa que ha fallado en el cumplimiento del deber. Ahora bien, el deber es una virtud de adultos. En realidad, un joven sólo se hace adulto cuando adquiere un conocimiento del deber y lo abraza con afecto idéntico al amor que ha sentido por sí mismo desde que nació. Nunca hubo, ni puede haber, un «delincuente juvenil». Por otra parte, por cada criminal joven hay siempre uno o más delincuentes adultos, gentes maduras que o no conocen su deber o, conociéndolo, fallan en cumplirlo. Y ése fue el punto débil que destruyó lo que durante muchos años fuera una cultura admirable. Los gamberros que asolaban las calles eran síntomas de una grave enfermedad; sus ciudadanos (todos eran ciudadanos entonces) glorificaron su mitología de los derechos... y se olvidaron por completo de sus deberes. Ninguna nación así constituida es capaz de perdurar.

 
Excelente y muy bien traída a cuenta la cita de Heinlein. Es curioso, cuando se abrió este hilo en todo momento tenía en mente este pasaje. Me alegra ver que hay otros que también discurren como yo.

Este fragmento debería ser como la Biblia para todos los jueces de menores, asistentes sociales, ministerio fiscal, abogados y políticos.
Es toda una declaración, un grito (aunque sea en el desierto) contra muchas de las cosas que apestan en nuestra sociedad.

Ojalá todos los que lo leemos y apreciamos sepamos educar de la misma manera a nuestros hijos, sólo así nuestra civilización se salvará.

Nadie nace con derechos, los derechos se ganan. Sino no merecen la pena.
Si algo es gratis terminas despreciándolo. Esto vale también para los mal llamados derechos "fundamentales".
 
Perineo rebuznó:
Interesante, aquí podéis ver las opiniones de algunas personas... tan desagradable es un extremo como el otro, qué putada, no ser ni oveja ni lobo!

https://akin.blogalia.com/historias/18750

Les he dejado esto:

"Discrepo. Creo que la historia terminará dando la razón a Heinlein. El pasado ya se la ha dado, porque el motor de la humanidad es la guerra (en todas sus formas, yo diría, al revés de Von Clausewitz que la política es la continuación de la guerra por otros medios). El presente se la está dando (sus profecías se cumplen rigurosamente). Y el futuro, guste o no, se la dará (ojo al dato, los bloques que el augura no son descabellados, una alianza anglo-ruso-americana contra la hegemonía china, interesante).
Considero infinitamente mejor una sociedad en la que se usa la violencia y los derechos civiles se ganan (podríamos discutir si la forma que propone Heinlein es la mejor), como la del libro, que no una sociedad hedonista y pacifista, la nuestra, que está esperando, como en el poema de Cavafis, la llegada de los bárbaros.
Leed a Toynbee y sabréis lo que nos espera."
 
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