En 4° de EGB, en enero, nos metieron en clase a Salvador. Era como Hugo, el hermano de Bart Simpson escondido en la buhardilla, pero más harapiento.
Era bastante peor que un Asperger, pero estaba muy claro que una parte importante no era su culpa, quizás nació con un leve trastorno y lo dieron por inútil porque no iba a valer para robar.
Lo habían tenido aislado, encerrado y descuidado. No sabía andar derecho, arrastraba una pierna, graznaba en vez de hablar y dibujaba a las personas con las piernas saliendo de la cabeza, sin tronco. Iba peinado como un espantapájaros, olía a cuadra, siempre con la misma ropa negra. Lo sentaron al fondo, con unos lápices para dibujar que mordía y se metía por los orificios.
Imaginad cómo tenía que ser el cuadro para que servicios sociales pudiera obligar a unos gitanos a escolarizarlo.
Antes de acabar el curso ya había dejado de ir. Final feliz, sí, pero nos quedamos con la duda de ver su boletín de notas.