cuellopavo
Frikazo
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Abro hilo porque el otro de Conciertos es más bien una agenda, tipo calendario solo con fechas; y este sería para hacer una especie de crítica o crónica de los conciertos a los que vayáis. Para abrir boca comienzo yo.
Ayer empezó el Sinsal, un festival bastante pijo que celebran en Vigo: https://www.sinsalaudio.org/spip.php?rubrique1
Abrió Javiera Mena, una cantautora de Chile. Para mí, intrascendente y aburrida. Sin nervio, entregada a una poética de las nubes y de las cosas que no se sabe a qué huelen. Dormité durante los veinte minutos de su recital. Esperaba, con los ojos y las orejas entreabiertas, un chispazo, un arrebato explosivo en el que se vislumbrase algo de sangre, un poco de víscera -musicalmente hablando-, algo de chicha que me devolviese a la realidad del concierto. En su lugar, pude escuchar a una esforzada imitadora de Julieta Venegas. Algo que no me interesa musicalmente desde ningún punto de vista.
Después los Kings of Convenience.
Hasta hace un año, era bastante fan del grupo, hasta chapurreaba un par de canciones de "riot on la empty street". Ahora mismo, reconozco también que sólo soy capaz de escuchar cuatro o cinco temas seguidos. Pese a todo eso, me senté dispuesto a dejarme llevar y a disfrutar del concierto. A esperar, una vez más el milagro.
El concierto.
Sonido perfect. Los temas, calcados a los cortes de los discos. Los tipos demasiado graciosos. Más de lo que yo soporto, que no es mucho, todo hay que decirlo. Todo calculado y milimetrado. Puesta en escena sobria, con reclamaciones insistentes para subir o bajar las luces de forma continúa. A la segunda canción, el público estaba totalmente entregado. Cada parrafada, cada chiste, cada gesto, eran aplaudidos con pasión. Los hits, cayendo uno detrás de otro (homesick, misread, i'd rather dance wit you, que recuerde ahora) y la gente enloqueciendo en las butacas.
A medida que avanzaba el concierto pude entender como uno puede sentirse involucrado o no en un concierto de estas características. Los kings pedían palmas: ahí iban las palmas. Pedían chasqueos de dedos: ahí iban los dedos. Pedían silbidos: cientos de ellos respondían al instante. Pedían ponerse en bolas haciendo el pino sobre la punta del pulgar: toma de eso también.
Es decir… Admito que en un sentido profesional fue un gran concierto: el sonido, la perfección casi matemática de las canciones, la secuencia de los temas, las intervenciones de los protagonistas, los excelentes músicos de apoyo, la forma de capturar la voluntad de un público dispuesto a ello.
En un sentido personal, desde la óptica de quien va, musicalmente, a ninguna parte, la cosa no funcionó igual de bien. Sentí que había algo de perfección excesiva. Que estos pulcros y profesionales fabricantes de hits intimistas habían dejado, en su trayecto, algo fuera del área de juego musical. Algo que soy incapaz de definir, pero que acotaría en un cuadrilátero determinado por el exceso, por la locura, por cierta rabia cara a uno mismo y cara al mundo, y, por supuesto, al menos, por unas gotas de salirse de la línea recta de calcar las canciones de los discos.
Porque, de alguna forma, sintiéndome como el tipo que está en la fiesta porque lo colaron y no porque fue invitado o por su propio pie, me encontré a mí mismo discutiendo si ese sonido perfecto, si esos estribillos contagiosos, o las armonías celestiales que impregnaban todo el conjunto de las canciones, se acercaban a algo de mí mismo. A eso indefinible que le demanda a la música un algo más que la plácida caricia del bienestar, el tibio transcurrir del tiempo cuando un está medio narcotizado o el atontamiento ante los trucos deslumbrantes de un mago de primera.
El balance, por tanto, es confuso. No terminé de meterme en el concierto. Quizá estoy en esa etapa de renegar violentamente de los propios gustos, de las inclinaciones estéticas naturalizadas por años de escuchas concretas. Y eso ya sabe uno lo que significa. Nada hay peor que un renegado de sí. Ni un converso al estupor permanente.
De alguna forma, el concierto no me gustó porque no dejé de pensar que yo soy el público objetivo de este tipo de música: aquellas personas que durante tiempo se consideraron a si mismas como poseedoras de un cierto "buen gusto", de una determinada "elegancia" estilística, de una visión "intimista" y "sensible" de lo que es la música. Por eso mi desagrado. Yo nunca podré ser más que un buen fan de los Kings of convenience. Precisamente por ese encaje natural necesito desmarcarme. Hacer política de tierra quemada.
Como dicen las personas normales cuando rompen con sus parejas, no eres tú, soy yo.
Ayer empezó el Sinsal, un festival bastante pijo que celebran en Vigo: https://www.sinsalaudio.org/spip.php?rubrique1
Abrió Javiera Mena, una cantautora de Chile. Para mí, intrascendente y aburrida. Sin nervio, entregada a una poética de las nubes y de las cosas que no se sabe a qué huelen. Dormité durante los veinte minutos de su recital. Esperaba, con los ojos y las orejas entreabiertas, un chispazo, un arrebato explosivo en el que se vislumbrase algo de sangre, un poco de víscera -musicalmente hablando-, algo de chicha que me devolviese a la realidad del concierto. En su lugar, pude escuchar a una esforzada imitadora de Julieta Venegas. Algo que no me interesa musicalmente desde ningún punto de vista.
Después los Kings of Convenience.
Hasta hace un año, era bastante fan del grupo, hasta chapurreaba un par de canciones de "riot on la empty street". Ahora mismo, reconozco también que sólo soy capaz de escuchar cuatro o cinco temas seguidos. Pese a todo eso, me senté dispuesto a dejarme llevar y a disfrutar del concierto. A esperar, una vez más el milagro.
El concierto.
Sonido perfect. Los temas, calcados a los cortes de los discos. Los tipos demasiado graciosos. Más de lo que yo soporto, que no es mucho, todo hay que decirlo. Todo calculado y milimetrado. Puesta en escena sobria, con reclamaciones insistentes para subir o bajar las luces de forma continúa. A la segunda canción, el público estaba totalmente entregado. Cada parrafada, cada chiste, cada gesto, eran aplaudidos con pasión. Los hits, cayendo uno detrás de otro (homesick, misread, i'd rather dance wit you, que recuerde ahora) y la gente enloqueciendo en las butacas.
A medida que avanzaba el concierto pude entender como uno puede sentirse involucrado o no en un concierto de estas características. Los kings pedían palmas: ahí iban las palmas. Pedían chasqueos de dedos: ahí iban los dedos. Pedían silbidos: cientos de ellos respondían al instante. Pedían ponerse en bolas haciendo el pino sobre la punta del pulgar: toma de eso también.
Es decir… Admito que en un sentido profesional fue un gran concierto: el sonido, la perfección casi matemática de las canciones, la secuencia de los temas, las intervenciones de los protagonistas, los excelentes músicos de apoyo, la forma de capturar la voluntad de un público dispuesto a ello.
En un sentido personal, desde la óptica de quien va, musicalmente, a ninguna parte, la cosa no funcionó igual de bien. Sentí que había algo de perfección excesiva. Que estos pulcros y profesionales fabricantes de hits intimistas habían dejado, en su trayecto, algo fuera del área de juego musical. Algo que soy incapaz de definir, pero que acotaría en un cuadrilátero determinado por el exceso, por la locura, por cierta rabia cara a uno mismo y cara al mundo, y, por supuesto, al menos, por unas gotas de salirse de la línea recta de calcar las canciones de los discos.
Porque, de alguna forma, sintiéndome como el tipo que está en la fiesta porque lo colaron y no porque fue invitado o por su propio pie, me encontré a mí mismo discutiendo si ese sonido perfecto, si esos estribillos contagiosos, o las armonías celestiales que impregnaban todo el conjunto de las canciones, se acercaban a algo de mí mismo. A eso indefinible que le demanda a la música un algo más que la plácida caricia del bienestar, el tibio transcurrir del tiempo cuando un está medio narcotizado o el atontamiento ante los trucos deslumbrantes de un mago de primera.
El balance, por tanto, es confuso. No terminé de meterme en el concierto. Quizá estoy en esa etapa de renegar violentamente de los propios gustos, de las inclinaciones estéticas naturalizadas por años de escuchas concretas. Y eso ya sabe uno lo que significa. Nada hay peor que un renegado de sí. Ni un converso al estupor permanente.
De alguna forma, el concierto no me gustó porque no dejé de pensar que yo soy el público objetivo de este tipo de música: aquellas personas que durante tiempo se consideraron a si mismas como poseedoras de un cierto "buen gusto", de una determinada "elegancia" estilística, de una visión "intimista" y "sensible" de lo que es la música. Por eso mi desagrado. Yo nunca podré ser más que un buen fan de los Kings of convenience. Precisamente por ese encaje natural necesito desmarcarme. Hacer política de tierra quemada.
Como dicen las personas normales cuando rompen con sus parejas, no eres tú, soy yo.