Y todos los sucnors son tíos, buen argumento para supremacistas feministas.
Y blancos. La moronegrada se parte el ojete, viendo cómo el número de occidentales autóctonos va en declive. Menos competencia genética.
Las subnormalidades como éstas de jugarse la vida porque sí, tirando por el acantilado años de estudios, millares de euros en alimentación, medicamentos y sanidad invertidos en una sola persona, me hace reflexionar acerca de qué clase de sociedad tenemos. Un jovenzuelo que potencialmente habría podido llegar lejos en la sociedad, en un arrebato de masculinidad mal canalizada, decide sorprender a las hembras de su grupo y termina estampándose contra suelo en su intento infructuoso de emular a Spiderman.
Que sí, que lo entiendo. La testosterona. La superación. El minuto de gloria. Los likes en las redes sociales. Las bragas mojadas.
Pero no. Es una gilipollez. Jugar a la ruleta rusa por la posibilidad de mojar el churro de una forma tan rápida como humillante o incluso letal. Doble o nada, hamijos. Gloria o muerte súbita desde el rascacielos. Tan efímero es lo uno como lo otro. Y sólo por atraer a las chicas. No deja de ser otra forma de pagafanteo.
El valor está en luchar cada día, en pelear contra la adversidad, en revolverse como gato panza arriba cuando uno se encuentra en posición desfavorable. En levantarse una y otra vez, pese a estar herido y ensangrentado. En cagarse en los muertos del rey, del presidente, o del sumo sacerdote cuando el pelotón de fusilamiento apunta con sus armas.