-Así por ejemplo, quizá la de peor olor sea la cagalera en ayunas en una mañana de frío. Es un olor ácido y ligeramente afrutado que, sin mirar, te hace saber que lo que acabas de cagar tiene un color más parecido al puré de patata que al batido de chocolate. Si no eres muy espabilado y no te das cuenta a la primera del tipo de caca que acabas de expulsar, la mera pasada del papel por el esfinter y su color amarillento con motitas marrón claro, te hará caer en la cuenta. En caso de no limpiarlo (acción respetable como ninguna), al final de la mañana podrás extraer la costra y, acompañada de un poco de nata y vuelta y vuelta en la sartén, podrás obtener un crèpe cuyo sabor es un foie remember que te volverá un sibarita con el resto de las comidas de lo magnífico que te sabrá.
-El color se tiñe y el olor se intensifica o, mejor dicho, se magnifica, cuando el único desayuno es un café. El desecho, más pardo y menos consistente si cabe, adquiere un hedor que definiría como una mezcla de agua sucia, bicarbonato y carne podrida. No obstante, al ser menos ácido el vapor que sube (por alguna función estomacal que desconozco) es menos penetrante, aunque más característico de la mierda 24/7.
-Sólo una vez en la vida conseguí cagar duro tras desayunar café, y fue acompañándolo de tres piezas de fruta: plátano, manzana y pera. El olor emanaro fue de mierda rudimentaria, parecido al abono que se echa en los huertos de hortalizas. Al no tener un espejo para comprobar lo impoluto de mi ano, sólo requerí pasar una tira de papel para limpiarlo, en la cual podría haber escrito versos de limpia y tersa que quedó.
-La comida de diario produce excrementos variopintos, según el alimento. Si no has desayunado, tu estómago no aceptará muy bien los alimentos cárnicos o líquidos, por lo que, minutos después de su ingesta, notarás en tu ano una especie de vino espumoso, que no será más que descompuesto absoluto que expulsarás cuan meada. Su olor será parecido al resultante de echar agua en un cenicero en el que se han fumado cuatro cigarros. Si el desayuno ha sido copioso y no has tenido la necesidad de defecar durante la mañana, cuando termines los filetes notarás un peso en tu intestino que, si bien no puja con la misma intensidad por salir del interior, en el momento en que lo expulses quizá atasque el retrete por sus dimensiones. Suele alcanzar las 15 pulgadas sin ninguna dificultad. Olerá como el juguillo que desprende la carne roja confitado sobre cabezas de pescado. La última que tengo en mente es la que se produce tras haber defecado después de desayunar y haber comido dos platos y postre. Se caracteriza por cabeza de león y cola de ratón, es decir, al principio es dura como una piedra, pero termina con ligera descomposición y/o inconsistencia. Se podría utilizar para adobar una pared, vamos. Hedionda, de olor intenso como pocos, quizá se distinga por los vapores de calcetín de lefa mezclado con naftalina y pelotillas umbilicales fermentadas.
-Con la comida festiva, compuesta por canapés, entrantes, primero, segundo, postre, café, copa, puro y barra libre de alcohol, con la defecación, negra como Baltasar, sientes un alivio sin igual que, sin embargo, dura unos minutos, bien sea porque te volverán los horribles retortijones que anuncian que tu cuerpo necesita expulsar toda la "lazaña" que has ingerido, o bien porque la mezcla de alimentos ha hecho mucho mal en ti, y pasarás el fin de semana con dolores abdominales, sudores fríos y, quien sabe, si fiebre. Por supuesto, acompañados de visitas al servicio que dejarán un olor que denomino caluroso, de lo lento que lo percibes y hondo que te entra.
-Con la merienda suelen venir las cuentas pendientes por demasiadas comidas copiosas y, tras unos retortijones parecidos a las contracciones que una parturienta tiene minutos después de romper aguas, cagas un producto ancho y corto, al que siguen varias tandas de mierda cada vez más descompuesta. Es el momento del Tanagel o el Fortasec, pues esa cagalera, por dolorosa, sabes que no es estacional.
-Y llega la hora de cenar como un rey o como un mendigo, según el caso que hayas hecho a la doctora Rosselló. La primera produce cagadas que, de no expulsar, no te dejarán dormir, y que huelen a una mezcla de los alimentos que has ingerido durante el día. Una macedonia de desechos cuyo olor a jamón podrido con tintes a madera de teca y recuerdos a pañal de anciano con alzheimer, que no deja indiferente a nadie. La segunda quizá no te haga cagar en el momento, pero por la noche no podrás dormir de los dolores de estómago que tendrás si te sienta mal. Cuando se produzca, se puede comprarar a la de la merienda traicionera que antes expliqué.