Hace muchos años, en una celebración de cumpleaños en el piso de estudiantes de una compañera de carrera, yo estaba ayudando a retirar los platos sucios. Unos compañeros míos, Arnaldo y Leovigildo, animados por el exceso de alcohol, continuaban charlando diciendo toda clase de babuinadas mientras las chicas se turnaban en recoger los cubiertos. Yo iba fregando a mi rollo, y escuchaba cómo las chicas entraban y salían de aquella cocina de mierda quejándose de lo poco que los hombres ayudamos en las tareas domésticas. Más tarde secaba los platos, sereno pues no bebía, mientras Arnaldo y Leovigildo, ya borrachos como cubas, recibían sendas mamadas en habitaciones llenas de peluches, zapatos, botas de tacón y pilas de ropa sucia.
Como recompensa a mi colaboración recibí una conversación sin sentido intentando animar a una chica que lloraba desconsoladamente porque su amiga se había ido con Arnaldo a una habitación. Fui el único tío al que se le exigió poner parte de los costes de la comida del supermercado, cosa a la que me negué, aún a pesar de que yo había llevado mi propia comida de casa y ya había contribuído a pagar de antemano el componente más caro, la tarta, que ni siquiera había probado. Nadie me agradeció haber ayudado, cosa que tampoco esperaba, porque es lo que consideraba que se debía hacer en casa ajena. A partir de entonces se dio por hecho tácitamente que yo recogería los platos, exceptuando una ocasión en la que cenamos para ver un partido. Yo había ido a entrenar pocas horas antes y estaba reventado así que me limité a sentarme a ver el partido como los demás. Aquél día escuché a la chica llorona un comentario crítico tipo "los hombres nunca ayudan en las tareas del hogar" y que "debería sentir vergüenza de tanto ir al gimnasio y no poder ni ayudar a recoger la mesa". Horas después me la chupaba con fruición, y en el éxtasis creo que teñí poderosamente su paladar de blanco.
Con los años descubrí, no me preguntéis cómo, que mi armamento era adorado en silencio por las féminas que públicamente renegaban de él. Volvieron las cenas y las críticas a los hombres que no ayudan en las tareas del hogar. Me retiraron la palabra un día en el que el hermano pequeño de una cenó con nosotros y viendo que lo medio obligaban a recoger la mesa yo dije, "es que si tiene que elegir entre fregar y que le chupéis la polla, pues prefiere que se la chupéis".