Los hombres que más ayudan en el hogar tienen menos sexo - Psicocode
El trailer de la siempre inspiradora Scarlett es magnífico. Es real, es la vida tal y como la sufrimos. Lógicamente lo vi primero en español y por eso entiendo el sentido de la escena. Básicamente le dice al galán del pelo engominado que un hombre con una mopa en mano, no es sexy, esta desubicado, no debe ocuparse de algo que no le corresponde. De la boca de más de una y más de dos he oído la misma frase: limpiar no es cosa de hombres. En mi casa no toco una escoba desde hace años. Mi mujer se pone muy nerviosa si me ve con un bayeta en la mano o bailando amarrado a una fregona. La noto avergonzada, me mira con recelo y desapego. No espera eso de mí. Puedo cocinar, ir a la comprar, o levantar los pies si está barriendo, siempre que no esté movimiento no interrumpa cualquiera de los transcendentales actos en los que ocupo mi ocio. Puedo arriesgar mi vida cambiando una bombilla ("¡espera, espera, que corto la luz!" adorable sin duda..:D) o guardar el coche en el garaje con mi pericia al volante, pero jamás permitirá que su HOMBRE sea uno "de esos modernos"
El movimiento feminista, una vez más contra natura, busca el abrigo y el respaldo del Estado para imponer una distribución de tareas que las propias mujeres encuentras antinatural. Quieren que los problemas de una pareja, si en realidad existe ese problema, lo arbitre un ministerio o una campaña institucional, como si mañana el Ministerio de la Gobernación o el de Marina editara un bando para establecer las normas, correcta ejecución y frecuencia que las felatrices conyugales deben acatar. Es aberrante, como todo lo relacionado con la liberación femenina, que un gobierno democrático, por muy sospechoso y desacreditado de este término, se meta en mi casa para determinar si es conveniente o no que yo haga estiramientos de escroto mientras la reina de la casa le saca brillo a la encimera o me plancha las camisas. La armonía y el amor en el hogar se nutre de fuentes diversas e inexplicables. Al final, por debajo de esta pátina de reivindicación y asertividad que ha narcotizado el impostado discurso femenino, acaba apareciendo el poder del estrógeno y sus querencias primitivas.
La enfermedad metal que asola nuestro siglo, tal y como establecía Jung, tiene mucho que ver con el abandono de la catarsis que nos ofrecía la religión, la tradición, los valores primitivos. Las mujeres viven alienadas en medio de una inercia que las arrastra hacia lugares donde no quieren estar, que las intimidan y desilusionan. Ahora tienen una nómina, tienen independencia y autorealización, pero en contra de todo pronóstico, tienen un alto contenido de antidepresivos en sangre. Son como los ciclistas malos, han llegado a la cumbre gracias al dopping. Mujeres infelices y hombres con la fregona en la mano sacando brillo al terrazo. De fondo suena algo de jazz y la tarde languidece, otoñal y fría. Otro siglo más, seguimos sin encontrarnos.