En el pasado sucedieron algunos hechos de gran relevancia e interés que
injustamente yacen sepultados por el olvido. Es necesario revivirlos, no
tanto por el mero hecho de recordarlos como para demostrarles a aquellos que
menosprecian la historia, por desconocerla, que algunos de sus
acontecimientos superan la crudeza de cualquier argumento fantástico...
El Desastre de Varo
... Al fracasar su intento de lograr una paz con las hordas bárbaras de
Germanía, que solo escuchaban a sus dioses de guerra y sangre, el general
romano Publio Quintilio Varo ordenó desesperadamente a todos sus legionarios
del campamento avanzado a orillas del Weser que levantaran las tiendas con
rapidez, y le siguieran a la seguridad de la ciudadela fortificada de Aliso.
Desde ese mismo momento el contingente romano estaba en medio de un abrupto
territorio hostil, y les esperaban varios días de marcha a través de los
bosques hasta alcanzar la seguridad amurallada de la actual Haltern.
En esos momentos es el mayor grupo armado al este del Rin, y uno de los
mayores ejércitos puesto nunca al mando de un solo comandante del imperio:
tres legiones completas con toda su impedimenta, que al primer toque del
trompeta comenzaron rápidamente los trabajos y preparativos rituales para la
retirada, bajo la estricta mirada de Varo. Tras partir el destacamento de
jinetes exploradores, formados por aliados germanos, se haría el sorteo de
la legión que debía ir en vanguardia de la marcha. Al segundo toque del
Cornicer se desmantelaba el campamento, tras lo cual el general preguntaba
tres veces a sus hombres si estaban preparados para combatir.
Después del tercer toque iniciaron la marcha guardando el debido silencio
marcial.
Debió ser un gran espectáculo contemplar la larguísima columna de los
legionarios marchando a través de los densos bosques de la Selva de
Teutoburgo. Su general pensaba que esta sencilla demostración de fuerza
ahuyentaría a cualquier salvaje merodeando entre los árboles. El tiempo era
malo, los días eran grises y caía una fina lluvia.
A mediodía comenzarían a llegar algunos exploradores informando que habían
perseguido a pequeñas bandas de germanos que huían entre la espesura. De
otros grupos de exploradores no volvería a tenerse noticias. En ese momento
algunos centuriones veteranos se preguntaban por qué se retiraban en orden
de marcha y no en orden de batalla, como sería de esperar en territorio
enemigo. Pero las pequeñas tribus germanas de la región nada podían hacer
contra una fuerza romana de semejante magnitud.
A primeras horas de la tarde corría el rumor por la columna de que los
jinetes de los flancos y los legionarios de retaguardia eran atacados por
grupos de bárbaros surgidos de la espesura que se retiraban inmediatamente.
Varo tendría serias dificultades para imponer la disciplina evitando que sus
hombres les persiguieran; muchos temerarios se adentraron en la vegetación y
no volvieron a la formación. La lluvia se estaba intensificando, y el cielo
estaba muy nublado.
Mediada de la tarde era evidente que algo iba mal. Las bandas de germanos
hostigaban de continuo al convoy en diferentes lugares, parecía una acción
coordinada, algo impropio de estos brutos indisciplinados. Al comprobar los
cadáveres de algunos de ellos, los exploradores dirían a Varo y a los
oficiales que les escuchaban horrorizados que se trataba de miembros de
diferentes clanes y tribus, lo cual, era impensable. Los bárbaros no se
aliaban entre ellos jamás...
La respuesta se llamaba Arminio. Capturado por los romanos de pequeño, de
joven se alistó en sus legiones, donde sirvió muchos años; padeciendo sus
rigores, aprendiendo su disciplina... y sus tácticas. Luego volvió a su
tierra natal jurando venganza. Los suyos sabían que Hermann conocía los
puntos débiles de la formidable máquina de guerra romana, y le aceptaron
como líder en su lucha contra ellos. Después consiguió lo imposible, logró
aliar a los hijos de Odin contra el enemigo común. Y ahora los lanzaba
contra sus anteriores dueños, donde y cuando el sabía que eran vulnerables:
durante la marcha a través de terreno accidentado, donde no podían mantener
su cohesión. Su día había llegado...
La lluvia arreciaba y los romanos estaban envueltos en una confrontación
irregular donde no había ningún frente, atacados por bandadas de bárbaros
semidesnudos que surgían de la nada y partían la columna en varias
secciones, de las cuales algunas eran aisladas, rodeadas y masacradas. Otros
pequeños grupos de legionarios se perdían en el caos del anochecer y sus
compañeros sabían de ellos por sus gritos. Los romanos sabían que estos
salvajes torturaban despiadadamente a los que atrapaban vivos, aunque
estuviesen heridos, y esto les hacía luchar aún con más desesperación.
Pronto Varo no pudo mantener el contacto con varias de sus unidades, el
bosque se había convertido en una trampa mortal. La lluvia había hecho del
camino un barrizal donde los carros se quedaban clavados y las sandalias de
los soldados cargados de equipo se hundían. Los arqueros no podían repeler a
los germanos por que las cuerdas de sus arcos estaban empapadas, y la
caballería era inútil. El general mantuvo agrupados a unos hombres cada vez
más mermados, cansados, abatidos y aterrados. No podían acampar, ni luchar
del modo en que sabían hacerlo, su única posibilidad era mantener la
retirada organizada cuanto y por donde fuese posible, esto es, por donde los
bárbaros no les atacaran frontalmente.
Así fue como cayeron en la trampa final de Arminio, que les llevó a donde
quería: una estrecha y larga franja de barro entre una ciénaga y una
garganta de piedra. La carnicería duró tres cruentos y oscuros días con sus
noches espantosas, llenas de alaridos de los sacrificados a los dioses de
los bosques. Toda formación militar romana desapareció, sustituida por la
lucha atroz de la supervivencia personal.
Al cuarto día los defensores de Aliso vieron como unos pocos legionarios
llegaban famélicos ante sus puertas...
En Roma, el emperador Octavio no podía creer lo que le estaban diciendo:
había perdido tres legiones completas, 25.000 hombres con toda su
impedimenta, la peor tragedia de la historia de su civilización. El
emperador perdió la compostura, anduvo varios días en estado de trance.
Cuentan que se golpeaba la cabeza contra las paredes, suplicando al fantasma
de Varo que le devolviese sus legiones. El general decidió quitarse la vida
en algún momento de la brutal batalla, no se sabe si para evitar la
deshonra, o el castigo del emperador, aunque dicen que lo hizo para evitar
el horror de ser capturado por los bárbaros.
Al año siguiente el mando de los ejércitos del Rin pasó a Tiberio. Octavio
jamás se recuperó de esta pérdida, aconsejando a su sucesor que nunca se
adentrara en Germania más allá del Limes, y ningún emperador posterior deseó
expandir el Imperio hacia el norte de Europa. Los Germanos no volverían a
coaligarse.
El error de Quintilio Varo es ese del cual han pecado siempre los imperios;
despreciaba a sus rivales por considerarles inferiores, hecho que se ha
repetido incontables veces desde entonces.
Sin embargo, la batalla de Teuteburgo en el año 9 d.c.,"El Desastre de
Varo", sigue siendo la menos recordada, a pesar de ser uno de los hechos
clave de la Historia de Roma.
-------------------------------------------------------------------------------------
Gracias a De Re Militari
injustamente yacen sepultados por el olvido. Es necesario revivirlos, no
tanto por el mero hecho de recordarlos como para demostrarles a aquellos que
menosprecian la historia, por desconocerla, que algunos de sus
acontecimientos superan la crudeza de cualquier argumento fantástico...
El Desastre de Varo
... Al fracasar su intento de lograr una paz con las hordas bárbaras de
Germanía, que solo escuchaban a sus dioses de guerra y sangre, el general
romano Publio Quintilio Varo ordenó desesperadamente a todos sus legionarios
del campamento avanzado a orillas del Weser que levantaran las tiendas con
rapidez, y le siguieran a la seguridad de la ciudadela fortificada de Aliso.
Desde ese mismo momento el contingente romano estaba en medio de un abrupto
territorio hostil, y les esperaban varios días de marcha a través de los
bosques hasta alcanzar la seguridad amurallada de la actual Haltern.
En esos momentos es el mayor grupo armado al este del Rin, y uno de los
mayores ejércitos puesto nunca al mando de un solo comandante del imperio:
tres legiones completas con toda su impedimenta, que al primer toque del
trompeta comenzaron rápidamente los trabajos y preparativos rituales para la
retirada, bajo la estricta mirada de Varo. Tras partir el destacamento de
jinetes exploradores, formados por aliados germanos, se haría el sorteo de
la legión que debía ir en vanguardia de la marcha. Al segundo toque del
Cornicer se desmantelaba el campamento, tras lo cual el general preguntaba
tres veces a sus hombres si estaban preparados para combatir.
Después del tercer toque iniciaron la marcha guardando el debido silencio
marcial.
Debió ser un gran espectáculo contemplar la larguísima columna de los
legionarios marchando a través de los densos bosques de la Selva de
Teutoburgo. Su general pensaba que esta sencilla demostración de fuerza
ahuyentaría a cualquier salvaje merodeando entre los árboles. El tiempo era
malo, los días eran grises y caía una fina lluvia.
A mediodía comenzarían a llegar algunos exploradores informando que habían
perseguido a pequeñas bandas de germanos que huían entre la espesura. De
otros grupos de exploradores no volvería a tenerse noticias. En ese momento
algunos centuriones veteranos se preguntaban por qué se retiraban en orden
de marcha y no en orden de batalla, como sería de esperar en territorio
enemigo. Pero las pequeñas tribus germanas de la región nada podían hacer
contra una fuerza romana de semejante magnitud.
A primeras horas de la tarde corría el rumor por la columna de que los
jinetes de los flancos y los legionarios de retaguardia eran atacados por
grupos de bárbaros surgidos de la espesura que se retiraban inmediatamente.
Varo tendría serias dificultades para imponer la disciplina evitando que sus
hombres les persiguieran; muchos temerarios se adentraron en la vegetación y
no volvieron a la formación. La lluvia se estaba intensificando, y el cielo
estaba muy nublado.
Mediada de la tarde era evidente que algo iba mal. Las bandas de germanos
hostigaban de continuo al convoy en diferentes lugares, parecía una acción
coordinada, algo impropio de estos brutos indisciplinados. Al comprobar los
cadáveres de algunos de ellos, los exploradores dirían a Varo y a los
oficiales que les escuchaban horrorizados que se trataba de miembros de
diferentes clanes y tribus, lo cual, era impensable. Los bárbaros no se
aliaban entre ellos jamás...
La respuesta se llamaba Arminio. Capturado por los romanos de pequeño, de
joven se alistó en sus legiones, donde sirvió muchos años; padeciendo sus
rigores, aprendiendo su disciplina... y sus tácticas. Luego volvió a su
tierra natal jurando venganza. Los suyos sabían que Hermann conocía los
puntos débiles de la formidable máquina de guerra romana, y le aceptaron
como líder en su lucha contra ellos. Después consiguió lo imposible, logró
aliar a los hijos de Odin contra el enemigo común. Y ahora los lanzaba
contra sus anteriores dueños, donde y cuando el sabía que eran vulnerables:
durante la marcha a través de terreno accidentado, donde no podían mantener
su cohesión. Su día había llegado...
La lluvia arreciaba y los romanos estaban envueltos en una confrontación
irregular donde no había ningún frente, atacados por bandadas de bárbaros
semidesnudos que surgían de la nada y partían la columna en varias
secciones, de las cuales algunas eran aisladas, rodeadas y masacradas. Otros
pequeños grupos de legionarios se perdían en el caos del anochecer y sus
compañeros sabían de ellos por sus gritos. Los romanos sabían que estos
salvajes torturaban despiadadamente a los que atrapaban vivos, aunque
estuviesen heridos, y esto les hacía luchar aún con más desesperación.
Pronto Varo no pudo mantener el contacto con varias de sus unidades, el
bosque se había convertido en una trampa mortal. La lluvia había hecho del
camino un barrizal donde los carros se quedaban clavados y las sandalias de
los soldados cargados de equipo se hundían. Los arqueros no podían repeler a
los germanos por que las cuerdas de sus arcos estaban empapadas, y la
caballería era inútil. El general mantuvo agrupados a unos hombres cada vez
más mermados, cansados, abatidos y aterrados. No podían acampar, ni luchar
del modo en que sabían hacerlo, su única posibilidad era mantener la
retirada organizada cuanto y por donde fuese posible, esto es, por donde los
bárbaros no les atacaran frontalmente.
Así fue como cayeron en la trampa final de Arminio, que les llevó a donde
quería: una estrecha y larga franja de barro entre una ciénaga y una
garganta de piedra. La carnicería duró tres cruentos y oscuros días con sus
noches espantosas, llenas de alaridos de los sacrificados a los dioses de
los bosques. Toda formación militar romana desapareció, sustituida por la
lucha atroz de la supervivencia personal.
Al cuarto día los defensores de Aliso vieron como unos pocos legionarios
llegaban famélicos ante sus puertas...
En Roma, el emperador Octavio no podía creer lo que le estaban diciendo:
había perdido tres legiones completas, 25.000 hombres con toda su
impedimenta, la peor tragedia de la historia de su civilización. El
emperador perdió la compostura, anduvo varios días en estado de trance.
Cuentan que se golpeaba la cabeza contra las paredes, suplicando al fantasma
de Varo que le devolviese sus legiones. El general decidió quitarse la vida
en algún momento de la brutal batalla, no se sabe si para evitar la
deshonra, o el castigo del emperador, aunque dicen que lo hizo para evitar
el horror de ser capturado por los bárbaros.
Al año siguiente el mando de los ejércitos del Rin pasó a Tiberio. Octavio
jamás se recuperó de esta pérdida, aconsejando a su sucesor que nunca se
adentrara en Germania más allá del Limes, y ningún emperador posterior deseó
expandir el Imperio hacia el norte de Europa. Los Germanos no volverían a
coaligarse.
El error de Quintilio Varo es ese del cual han pecado siempre los imperios;
despreciaba a sus rivales por considerarles inferiores, hecho que se ha
repetido incontables veces desde entonces.
Sin embargo, la batalla de Teuteburgo en el año 9 d.c.,"El Desastre de
Varo", sigue siendo la menos recordada, a pesar de ser uno de los hechos
clave de la Historia de Roma.
-------------------------------------------------------------------------------------
Gracias a De Re Militari