En una ocasión me dio un siroco muy raro en mí, sentí la imperiosa necesidac de hacer algo de turismo de montaña, alguna actividad en la naturaleza para alinear cuerpo y mente; ya saben, esas mierdas jipis. Bien, pues contacté con una de tantas empresas de multiaventura de las que existen por aquí y me apunté a una excursión a la sierra de Grazalema, en Cádiz. Salimos la hostia de temprano para llegar allí a una hora que nos permitise aprovechar bien el día y asín poder volver a eso de las ocho de la tarde, era Enero y hacía un frío del recopetín bendito.
La peña iba repartida en dos furgonas, seríamos unas veinte personas más o menos, y durante el camino de puta maiden con la calefacción y eso, pero cuando llegamos y nos bajamos, fue como si nos cortasen la cara con una cuchilla muy afilada; la rasca era acojonante, como diría el señor Gintonic. Para más inri, en un alarde de subnormalidad extrema, salí del keli sin llevar comida y nos quedaban como doce horas por delante.
Nos reunieron a todos en círculo y nos explicaron lo que íbamos a hacer. Primero íbamos a subir a un risco la leche de alto por un camino empedrado que no hacía presagiar nada bueno, pero las vistas eran impresionantes y blao. Después nos dedicaríamos a hacer senderismo por terrenos de la misma índole mientras el sucnor del guía nos explicaría qué tipo de hojas eran esas o qué cantidad de humedac tenía el suelo, un coñazo de la hostia, vamos. Luego pararíamos para comer de taper y bocatas y volveríamos, por otro sendero diferente al punto donde nos aguardaban las furgonas.
Yo le había echado el ojo a una treintañera que tenía un culazo que me cago en Dios, iba acompañada de su maromo, asín que poco podía hacer salvo proponerles un trío en plena sierra o algo parecido, pero me incliné hacia la idea de que al nota no le iba a hacer puñetera gracia, de modo que desistí de intentarlo. Sin embargo, un detalle llamó mi atención, y es que la colega no iba preparada en absoluto para acometer el ascenso al risco, llevaba unas Vans de estas que lleva hasta el tato, estas negras con la línea blanca de suela plana. Lo ví claro, se trataba de colocarme justo detrás durante el ascenso y esperar atento a que resbalase para, justificadamente, stalkearla y sobarla en la medida de lo posible.
Comenzamos el ascenso y, mientras ella iba justo delante mía con el marido o lo que coño fuese, yo iba ojo avizor a las piedras y a su culazo sin perder detalle. Como el suelo estaba húmedo y lleno de verdina en algunos tramos, pasó lo que tenía que pasar, ella pegó un resbalón acompañado de un pequeño grito y se deslizó hacia abajo en lo que hubiese sido un hostión considerabla. Entonces yo, caballero donde los haya, la auxilie frenando su caída al ponerle una mano en la baja espalda y la otra directamente en su culo. Claro, como la inercia de la caída requería de fuerza por mi parte para frenarla, las manos, tanto la de la espalda como la del culo, apretaron como si me la estuviera jincando salvajemente. Tras los dos segundos que duró el rescate, le pregunté si todo estaba bien respondiéndome ella que sí y dándome ambos las gracias por mi heroica acción.
A partir de ahí comenzamos a hablar y cuando paramos para comer me auxiliaron compartiendo su papeo conmigo. Los mendas llevaban de todo: varios tapers con tortilla, filetes empanaos, pimientos fritos, etc., frutos secos, patatas fritas del DIA y dos cantimploras hasta arriba de water. Yo agradecí su ofrecimiento, pero como arrastraba más hambre que el perro del afilaor, aproveché cada vez que no miraban o se levantaban a hacerse una afoto aquí o allá para hacer que bajase el volumen de los tapers, papeándome todo lo que podía arramplar sin decoro alguno.
Una vez repuestas las fuerzas, volvimos a las furgos por el sendero que quedaba y, al llegar, nos metieron a todos en una especie de venta que había allí para echar el café de antes de la vuelta. Yo aproveché para ir al servicio, me saqué el nabo e imaginé que ella entraba detrás de mí aprovechando que él estaba en la barra pidiendo y me pedía a su vez que le mease en la boca, pero no ocurrió. Eso sí, tuve que esperar un par de minutos antes de salir porque me puso ahí to morsillón shurmano.
Al salir, reparé en una nevera de puertas horizontales petada de helaos, de modo que, ni corto ni perezoso, enganché tres cornetos de chocolata, uno para mí y los otros dos para ofrecerselos a la parejita argumentando que les invitaba, cuando en realidac los acababa de mangar. Aceptaron la "invitación" de buena gana y charlamos un poco más hasta que tocó montarse en las furgos para volver a Sevilla.
Como ellos iban en la otra, nos dimos los telefoninos para quedar en otra multiaventura de estas, pero nunca les volví a ver porque me sudó toda la polla repetir la experiencia. Y eso que estuvo bastante bien; respiré aire puro, magreé un culo, comí de gorra y mangué unos helaos a modo de postre antes de la vuelta que nos supieron a gloria. Quizás algún día me de por repetir, pero en la quedada previa, si no veo a alguna golfa con calzado inadecuado, me doy la vuelta y tiro pal Parque Amate de nuevo a fumar porros y hacerme pajas durante toda la mañana.