Hay que vengarse de ellas, sí. No vengarse literalmente, con auténtica saña o provocando un daño estéril y superfluo, sino actuando con sus mismas armas, con sus vilezas, en su terreno; haciéndoles sentir lo que hemos ido viviendo todos nosotros debido a sus negligencias, a sus desplantes continuos, a mucha despreocupación, a su desinterés flagrante hacia nosotros si no es para obtener lo que les place.
Son seres viscerales, primitivos en su salvajismo natural. No entienden de raciocinio, sino de malas ideas, de malas artes, de urdir y de ganancias, triunfos, lorealismos y pavadas. Nunca juegan limpio, ni dejan ver con claridad sus cartas. Casi todo en ellas es enrevesado y laberíntico y nos piden que las amemos, justo cuando más odio hemos ido engendrando en nuestro interior por la insatisfacción que nos han dado de mamar.
Nos piden que les demos todo, sencillamente por el estéril gesto de dejarnos alguna breve y exigua satisfacción sexual casi siempre incompleta o por habernos mostrado sus facetas maternales de protección. Juegan con el sexo para obtener beneficios; urden tramas para alcanzar un propósito, caiga quien caiga. Se odian entre ellas, se sacan las uñas; sólo les interesa destacar y competir y si no lo obtienen, desgarrando piel con sus uñas, recurrirán a la lágrima fácil, a los hipidos y al gimoteo, para que nosotros las protejamos, una vez más, del infierno que ellas mismas buscan crear.
No esperéis de una mujer generosidad sana y altruista. No esperéis limpieza y transparencia. Quizás son innatamente destructivas.
Creo que ese momento de cambio surge casi siempre ya pasada la adolescencia, cuando eres joven y buscas esa mujer de tu vida que crees que será capaz de albergarte dentro de sí, cuando lo que de verdad desea es arrancártelo a trozos para conseguir sus propósitos. El resto de experiencias, breves o no, sólo nos lleva a confirmar la evidencia. Luego ya es tarde. El daño es casi irremediable.
En mi caso, aún no he superado (ni creo que lo consiga jamás) mi atracción irresistible hacia sus piernas, sus pechos, sus culos, sus curvas, hacia las mujeres como hembras, como si fuera una brújula que se dirige hacia un eterno polo. Mi atracción a ese cimbreo magnético que te atrae de sus caderas y de sus cinturas y hacia sus coños como si de agujeros negros se tratara. Sí he conseguido, ya hace mucho, que una mujer, como ser humano, no pueda sorprenderme con su inteligencia, o pueda hacerme creer que posee una mente pura debajo de su pelo con mechas, permanente y malos humos.
Me hubiera gustado creer que sí existe el AMOR con mayúsculas al lado de una mujer, y no un enamoramiento en el que sólo el encoñamiento es parte inseparable, dejando al margen el negocio que ellas llaman "compartir". A veces una pareja me recuerda más una empresa (con todos sus defectos) que una relación humana.
¿Habrá alguna que no se aproveche de todo lo que mencionado para sacar partido y beneficiarse? Es posible, pero yo no he tenido suerte en mi búsqueda. Supongo que en algún momento también tendré que darme por vencido y presentar mi rendición para terminar haciendo sólo lo que de ellas espero a estas alturas. Ése será mi punto de no retorno.