Este lamentable ridículo me recuerda a la primera vez que fui a reclamar por la nota de un examen. Había sacado un cuatro y pico alto, y todo el mundo me decía que fuese a reclamar, que no fuese tonto, que casi lo tenía, que un primo suyo tal, que uno de su pueblo cual, que por probar no se perdía nada, en fin, me convencieron y allá que fui el día de las reclamaciones. El examen era de química, mi primer año de estudios en la capital provincial, a la tipa la apodaban la bóxer (porque siempre iba de hocicos y era seca y borde). Y na, entré en el despacho de la bóxer y me llamó la atención que me tratase de usted, lo cual hizo que cogiese un poco de confianza en mí mismo, me senté y le dije que a ver si me podría aprobar y tal, como el pobre Feijóo, a la desesperada, intentando conseguir en los despachos lo que no había sido capaz con el estudio. Y la tía me puso de vuelta y media, me preguntó que si me daban beca, le dije que sí, y me dijo que a lo mejor lo que tenía que hacer era dejar los estudio y que esa beca fuese para alguien que la aprovechase, que ese dinero salía de su sueldo, que no sé qué, y no sé cuánto. En fin, que entré con miedo a verla y salí con el rabo entre las patas y mirando al suelo, eso sí, nunca dejó de tratarme de usted.