Os contaré una historia acontecida hace unos días, no muy lejos de aqui, en mi propia casa. En un sitio conocido por muchos. De eso estoy seguro: el retrete.
Ese retrete blanco e inmaculado con olor a mr. propper. Hogar de pinos bien plantados. Salon del sosiego. Oficina y despacho de esa visitas intimas con el intestino.
Era un día como otro cualquiera y me disponía a hacer los honores habituales como todas las tardes entre las 18 y 20 horas, previa ingestión de algun alimento para facilitar esos últimos empujes subabdominales.
Un día como otro cualquiera dispuesto, incluso, a hojear el "Gala" que siempre pulula por ahí, muy a mano, versión alemana del "Hola".
Pero, cual fue mi sorpresa, cuando en el momento del empuje. Valgame dios. No hubo respuesta. No hubo rozamiento. No hubo esa sensación de descorche. De liberación. De paz interior.
Un poco más. Nada. Un poco mas. Nada. Que el abeto no sacaba la raíz. La cosa empezaba mal. Así que me acomodé las posaderas, digamos, y me dispuse a efectuar nuevas contracciones. Si.
*mmfff* *mmmmfff*.
Nada. Así que probé las respiraciones cortas a ritmo acelearado a las que tanto esta uno acostumbrado en los reportages pseudomedicos del canal phoenix. O en programas del tipo: "Mi bebé".
*mmmfff* *ahh* *mmmmffff* *ahhh*
Algo no funcionaba. Notaba la barriga repleta de fustios. Los intestinos a revosar de mierda. El culo medio abierto. El pedrolo apuntando, cual muela del juicio que viene doblada.
Pero nada. Que la cosa no salía. Y el sudor comenzó a mojar mis rodillas peludas. Un sudor frio. De miedo. Saber que tienes que conseguirlo, que el mojón ha de encontrar su lugar en el fondo de la taza. Sea como sea. Sabia que tenia que seguir empujando. Y empujé como un desgraciado:
*mmmfffggrrraaaaaaccrrrrr*
Y entonces ocurrio lo peor que podía ocurrir: gotillas de sangre goteando a un ritmo acelerado, como sin querer parar.
*blop* *blop* *blop*.
En unos instantes aquello no parecía un bater, sino un matadero. Ala. Todo rojo. El agua, la taza, el suelo, los bordes, los calzones. Porque claro. Acojonado me levanté. El ver la sangre, fue como un espasmo. Cerre todo. Anos, esfinteres. Encorvé el estomago. Incluso aspire por los oidos. Y el pedrolo se introdujo de nuevo adentro. Bien adentro. Y la sangre dejo de gotear.
Alivio y desazon. Joder: Las almorranas.
Ahora venia lo peor. Habia que empujar. Sabias que el chorizo de cantimpalo tenia que pasar rompiendo lo que fuera. Un instinto animal, reptiliano que te decía, empuja!. Y el otro racional, lógico que te decía. No! gilipollas! que te rompes ahí las arterias y la de dios. Que te desangras y despues te encuentran desangrado en el vater. Muerto en tu propia mierda ensangrentada.
Que dilema, que dilema. Pero había que tomar una decisón:
(Continuará...)
Ese retrete blanco e inmaculado con olor a mr. propper. Hogar de pinos bien plantados. Salon del sosiego. Oficina y despacho de esa visitas intimas con el intestino.
Era un día como otro cualquiera y me disponía a hacer los honores habituales como todas las tardes entre las 18 y 20 horas, previa ingestión de algun alimento para facilitar esos últimos empujes subabdominales.
Un día como otro cualquiera dispuesto, incluso, a hojear el "Gala" que siempre pulula por ahí, muy a mano, versión alemana del "Hola".
Pero, cual fue mi sorpresa, cuando en el momento del empuje. Valgame dios. No hubo respuesta. No hubo rozamiento. No hubo esa sensación de descorche. De liberación. De paz interior.
Un poco más. Nada. Un poco mas. Nada. Que el abeto no sacaba la raíz. La cosa empezaba mal. Así que me acomodé las posaderas, digamos, y me dispuse a efectuar nuevas contracciones. Si.
*mmfff* *mmmmfff*.
Nada. Así que probé las respiraciones cortas a ritmo acelearado a las que tanto esta uno acostumbrado en los reportages pseudomedicos del canal phoenix. O en programas del tipo: "Mi bebé".
*mmmfff* *ahh* *mmmmffff* *ahhh*
Algo no funcionaba. Notaba la barriga repleta de fustios. Los intestinos a revosar de mierda. El culo medio abierto. El pedrolo apuntando, cual muela del juicio que viene doblada.
Pero nada. Que la cosa no salía. Y el sudor comenzó a mojar mis rodillas peludas. Un sudor frio. De miedo. Saber que tienes que conseguirlo, que el mojón ha de encontrar su lugar en el fondo de la taza. Sea como sea. Sabia que tenia que seguir empujando. Y empujé como un desgraciado:
*mmmfffggrrraaaaaaccrrrrr*
Y entonces ocurrio lo peor que podía ocurrir: gotillas de sangre goteando a un ritmo acelerado, como sin querer parar.
*blop* *blop* *blop*.
En unos instantes aquello no parecía un bater, sino un matadero. Ala. Todo rojo. El agua, la taza, el suelo, los bordes, los calzones. Porque claro. Acojonado me levanté. El ver la sangre, fue como un espasmo. Cerre todo. Anos, esfinteres. Encorvé el estomago. Incluso aspire por los oidos. Y el pedrolo se introdujo de nuevo adentro. Bien adentro. Y la sangre dejo de gotear.
Alivio y desazon. Joder: Las almorranas.
Ahora venia lo peor. Habia que empujar. Sabias que el chorizo de cantimpalo tenia que pasar rompiendo lo que fuera. Un instinto animal, reptiliano que te decía, empuja!. Y el otro racional, lógico que te decía. No! gilipollas! que te rompes ahí las arterias y la de dios. Que te desangras y despues te encuentran desangrado en el vater. Muerto en tu propia mierda ensangrentada.
Que dilema, que dilema. Pero había que tomar una decisón:
(Continuará...)