Las mejores que he probado en mi vida han sido en la cafetería Caracas en Sahagún, tierra de campos de León, donde se mezclan edificios de adobe junto al ladrillo, donde la gente habla como Blesa, donde ves tractores en la carretera junto a BMWs de séptima mano, donde parece que el tiempo aún esta congelado y siguen en 1989, donde en verano el trajín de mochileros que hacen el camino de santiago lo convierten en un espectáculo. Muy recomendable ir los sábados por la mañana y aprovechar a comprar QUESO Y CECINA LEONESA con mayúscula, porque la calidad y sabor del producto es simplemente excelsa.
En la cafetería Caracas utilizan un método sencillo y simple que no tengo ni puta idea de porque nadie lo usa para evitar servir una patata blandurria y mierdosa. Primero confitar segundo freír. Tan sencillo como eso. Confitar significa cocer, cocer en grasa, en el aceite a 60 grados hasta que la pinches con un palillo y notes que lo atraviesas sin esfuerzo. Retiras las patatas y le das caña al aceite para freír, lo cual significa subir la temperatura al menos a 160 grados para tener una fritura digna y de libro, con la cara exterior crujiente y el interior aún blando, jugoso y rebosante.
Nunca quisieron decirnos la receta de la salsa, pero quien coño te daría su receta que hace que cada fin de semana se les llene el local y que la gente haga fila para conseguir una mesa? Están buenas, buenísimas, pero francamente la perfección no existe y hay que buscar la mejora continua, así que mi sugerencia para tener una salsa untuosa, sabrosa y que al día siguiente parezcas un sifón de caca de tanto picante es la siguiente:
Buscar una variedad con el picor al gusto y hacer un aceite picante, lo cual es tan sencillo como triturar las guindillas, chiles, jalapeños o lo que coño sea junto al aceite, hacer una buena emulsión, palabra que significa mezclar dos elementos a priori inmezclables (agua y aceite como en el pil pil). Con ese aceite emulsionado, unos ajos y unos huevos, hacer una mahonesa. Pizca de sal y va que chuta.