Perder la dignidad, asumir la derrota, revolcarme sin tibiezas en la humillacion, apurar el fracaso hasta las heces; eso me ayudó a superar el mayor revolcón sentimental de mi vida. No había nada a lo que agarrarme, nada que me ayudara a salvar su recuerdo ni el tiempo que compartimos. La verdad era hiriente y luminosa, jamás me amó ni me amaria como había querido al gran amor de su vida.Él era el príncipe azul que siempre buscó y yo simplemente alguien con quien compartir sexo y entretener el tiempo por si él condescendia a darla una segunda oportunidad. Durante unos meses me lo ocultó y jugamos a los novios, pero finalmente terminó por confesarme la verdad, sabiendo que aquello era la puntilla a una relación que yo habia sostenido obstinada y desesperadamente.
Después de aquello, me dedique durante dos meses a fingir, a poner caras felices delante de mis amigos, a sofocar con sexo urgente y salvador cualquier amago de tristeza, cualquier pequeño atisbo de amargura o decepción. Yo quería que el mundo supiera que ella no había sido nada para mí, apeñas un arañazo que sana sin dejar citraces, que no era más que una anécdota curiosa y trivial a la que recordar entre risas y miradas lascivas y ebrias.
Sin embargo no hay nada peor que no darle espacio a la tragedia, intentar esquivarla con un escorzo rocambolesco y fútil. Todo es inutil y desesperado, ella siempre pasa a cobrarse las cuentas, espera pacientemente sabiendo cual es la parte de tu felicidad que le corresponde. Sabe que un día el teatro termina y las máscaras se caen, y queda el hombre solo, inerme ante la catásfrofe que cae de golpe sobre él como una ola gigatesca e imparable.
A mi me tocó el día de su cumpleaños, sólo era una llamada de cortesía, porque pensaba que no felicitándola, la estaría regalando un desprecio que no se había ganado, era concederla una importancia que no tenía para mi. No quería significarla con mi ignorancia. Pretendia ser educado y correcto, ofensivamente impersonal, ejecutando un trámite que no me contaminaba en absoluto. Y al oir su voz, su risa, su felicidad de los meses que pasó sin mi, su cercanía, su ganas de ser amable y cordial, sus ganas de acercarse a alguien que no era nadie para ella,...cedió la última resistencia de mi arquitectura de defensa. Me derrumbé absoluta e irreparablemente. Mi voz tembló y casi con desesperación conseguí una cita para celebrar su cumpleaños tomándonos unas copas, por los viejos tiempos, sin rencor, porque esta bien practicar la coordialidad con los antiguos amantes.
Y partir de ahi empezó la vorágine de súplicas, lloros, lamentos, pérdida de dignidad y demás acrobacias de un corazón desesperado. Todo me daba igual. Solo quería que estuvieramos juntos. Ella amaba a otro, por mi apenas sentía un afecto vago y lejano, ni siquiera molesto o divertido, pero quería apurar hasta el último instante de su presencia que pudiera concederme la pena que sentìa por mi, antes de convertirme en alguien incómodo y aburrido.
Pensba irse a vivir un año al extranjero, apenas le quedaban dos meses en Madrid. La pedi, sabiendo lo ridículo y triste de mis súplicas, volver a vernos, aprovechar las ultimas semanas que nos veriamos en la vida para estar juntos. Yo la quería, aceptaba sus condiciones sin reproche alguno, sin pedirla nada, tan sólo sentirme cerca de ella antes de que todo fue fuera definitivamente imposible. Se negó, sólo me veía como a un amigo, nada mas, no podía fingir como había hecho los meses anteriores. Suplique, como jamas he hecho ninguna mujer, prometia no molestarla, aceptarlo todo con tal de estar juntos. En unos meses se iría definitivamente y la perdería para siempre.
Al final por pena y por hastio aceptó y durante unos dias