Martín Lutero
Novato de mierda
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"Fa vint anys que tinc vint anys", que dijo el poeta. Veinte años sobre veinte, caminando por un sendero más bien pedregoso y que hace de mi avanzar un ejercicio continuo de habilidad y superación. Cada grieta, cada charco, cada rodera supone un nuevo reto para mis llagados pies y yo, consciente de ello, uso con maestría todas las dificultades en mi propio beneficio.
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He encontrado de todo en los lugareños a lo largo de mi derrota. Los ha habido que incluso me han intentado robar el zurrón, y otros a los que, tras ofrecerme un trago de vino, no les ha importado perder unas horas aconsejándome sobre cuál es el camino más cómodo para ir a mi destino.
Ir a mi destino. Pero, ¿cuál es ese destino? ¿acaso lo supe cuando empecé a caminar? Ahora que sé lo que dejé atrás y lo que tengo, me vienen pensamientos de que nada tangible me espera al final de la senda. Tan sólo unas promesas, unos proyectos de vida, personas a las que importo y me quieren, que son las que quiero y me importan. De nuevo encuentro en esto último un motivo para continuar caminando, un motivo para no desear dar un quiebro e ir a tumbarme sobre el verde prado que abriga aquella loma y al que se llega fácilmente por un caminito travesero, dejando atrás la senda principal.
<o></o>
Si mi andadura pudiera expresarse a través de una pieza musical, una que la definiría con bastante exactitud sería sin duda esta. Cambiaría el final, contundente y definitivo en la pieza, difuso e incierto en mi derrota.
<o></o>
Largos años soportando la lluvia y el granizo, he caminado por largos periodos de tiempo a través de espesos bancos de niebla. Ni el ruido del relámpago ni el poder del rayo hiriendo de muerte a una encina han conseguido siquiera que detenga mis pasos. Si desanduve un trecho fue para volver a hacerlo mejor.
<o></o>
Nada puedo hacer para evitar ser golpeado por mi destino; avance o me detenga, él me va a alcanzar. Y sigo caminando, de nuevo con esa mueca en mi rostro, ese amago de sonrisa del que se sabe seguro de lo que hace, pero inseguro a la vez de lo que encontrará allá, donde se contrasta el gris azulado de las montañas con el rojo sangre del cielo del atardecer.
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“Cel rogent al vespre, demà pluja o vent”. Cielo rojizo por la tarde, mañana lluvia o viento.
<o></o>
Las cabañuelas no mentían. Por la mañana, un Cierzo brutal atraviesa mi cuerpo como un cuchillo la mantequilla. Para cuando quiero darme cuenta, el Cierzo me ha atravesado ya el corazón. Sopla con tanta fuerza que consigue con facilidad apartarme de mi camino, el recto, el que siempre he seguido.
<o></o>
Siempre me dijeron que el viento del noroeste era terriblemente frío y desagradable, pero en este caso se equivocaban. En lugar de eso, una explosión de sensaciones a cuál más placentera me recorre todo el cuerpo, el silbido del viento parece hablarme y me recuerda que debería resguardarme, ya que los placeres que produce están prohibidos para mí, que no fue su intención atravesarme el corazón.
<o></o>
Pero ocurre que me desvié lo suficiente del camino y vi, experimenté, sentí, quise, deseé. Y fue tan intenso que por un tiempo deseé acampar allí, en aquel páramo donde el Cierzo podía atravesarme libremente, con los brazos en cruz y dando vueltas lentamente…
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<o></o>
Y sucedió que aquel viento me susurraba al oído bellas palabras, las sensaciones que me regalaba cada vez que arreciaba, me rejuvenecían y mi mente entraba en una catarsis tal, que nada más me faltaba. Si existe el séptimo cielo, yo me encontraba allí.
<o></o>
Un día el viento notóse más húmedo que de costumbre. Húmedo y débil, sus susurros me decían que llevaba demasiado tiempo en aquel páramo, que era consciente de que yo había nacido para caminar por la senda de la que me separó. Pronto comprendí el motivo de tanta humedad en el ambiente: el Cierzo lloraba. Lloraba al saberme incapaz de poder quedarme allí eternamente, y su buen corazón, más grande que el amor que me profería, le llevó a soplar en sentido contrario de nuevo con fuerza, húmedo por el llanto, empujándome de nuevo hacia el camino.
<o></o>
Absorto y desconcertado, contagiado del llanto, comienzo a caminar de nuevo. Cabizbajo, anhelante e indeciso reanudo el camino que un buen día abandoné; gracias al Cierzo conocí sensaciones que jamás habría experimentado por mí mismo a lo largo de mi camino, y pensé, pensé despierto y dormido. Nuevos sentimientos se apoderaban de mi cabeza mientras caminaba.
<o></o>
Jamás imaginé que fuera capaz de encontrar un lugar tan maravilloso… todas aquellas cosas que llegué a percibir en tan poco tiempo, fueron regalos de los dioses; pero al parecer, no tengo derecho a continuar disfrutando de ellas, soy persona de bien y debo confiar en que mi rectitud me recompensará tarde o temprano. De momento me quedo con los recuerdos, los que nadie me logrará arrebatar, el agradecimiento eterno y el anhelo de que algún día, el Cierzo vuelva a golpearme esta vez sin camino que recorrer, quizá en un futuro paralelo, quizá en la próxima vida.
<o></o>
Mohíno y taciturno continúo con aciago por la senda pensando en lo asombroso que es el ser humano. ¿Asombroso? ¡El Diablo se nos lleve! Por cada sentimiento agradable que nos regalan, nos vienen diez de angustia. Las alegrías no compensan las amarguras, mucho más frecuentes y difíciles de digerir.
<o></o>
Camino bajo un cielo ennegrecido por la luz de la Luna llena, y maldigo; sí, maldigo la capacidad de sentir del ser humano.

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He encontrado de todo en los lugareños a lo largo de mi derrota. Los ha habido que incluso me han intentado robar el zurrón, y otros a los que, tras ofrecerme un trago de vino, no les ha importado perder unas horas aconsejándome sobre cuál es el camino más cómodo para ir a mi destino.
Ir a mi destino. Pero, ¿cuál es ese destino? ¿acaso lo supe cuando empecé a caminar? Ahora que sé lo que dejé atrás y lo que tengo, me vienen pensamientos de que nada tangible me espera al final de la senda. Tan sólo unas promesas, unos proyectos de vida, personas a las que importo y me quieren, que son las que quiero y me importan. De nuevo encuentro en esto último un motivo para continuar caminando, un motivo para no desear dar un quiebro e ir a tumbarme sobre el verde prado que abriga aquella loma y al que se llega fácilmente por un caminito travesero, dejando atrás la senda principal.
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Si mi andadura pudiera expresarse a través de una pieza musical, una que la definiría con bastante exactitud sería sin duda esta. Cambiaría el final, contundente y definitivo en la pieza, difuso e incierto en mi derrota.
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Largos años soportando la lluvia y el granizo, he caminado por largos periodos de tiempo a través de espesos bancos de niebla. Ni el ruido del relámpago ni el poder del rayo hiriendo de muerte a una encina han conseguido siquiera que detenga mis pasos. Si desanduve un trecho fue para volver a hacerlo mejor.
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Nada puedo hacer para evitar ser golpeado por mi destino; avance o me detenga, él me va a alcanzar. Y sigo caminando, de nuevo con esa mueca en mi rostro, ese amago de sonrisa del que se sabe seguro de lo que hace, pero inseguro a la vez de lo que encontrará allá, donde se contrasta el gris azulado de las montañas con el rojo sangre del cielo del atardecer.
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“Cel rogent al vespre, demà pluja o vent”. Cielo rojizo por la tarde, mañana lluvia o viento.
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Las cabañuelas no mentían. Por la mañana, un Cierzo brutal atraviesa mi cuerpo como un cuchillo la mantequilla. Para cuando quiero darme cuenta, el Cierzo me ha atravesado ya el corazón. Sopla con tanta fuerza que consigue con facilidad apartarme de mi camino, el recto, el que siempre he seguido.
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Siempre me dijeron que el viento del noroeste era terriblemente frío y desagradable, pero en este caso se equivocaban. En lugar de eso, una explosión de sensaciones a cuál más placentera me recorre todo el cuerpo, el silbido del viento parece hablarme y me recuerda que debería resguardarme, ya que los placeres que produce están prohibidos para mí, que no fue su intención atravesarme el corazón.
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Pero ocurre que me desvié lo suficiente del camino y vi, experimenté, sentí, quise, deseé. Y fue tan intenso que por un tiempo deseé acampar allí, en aquel páramo donde el Cierzo podía atravesarme libremente, con los brazos en cruz y dando vueltas lentamente…
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Y sucedió que aquel viento me susurraba al oído bellas palabras, las sensaciones que me regalaba cada vez que arreciaba, me rejuvenecían y mi mente entraba en una catarsis tal, que nada más me faltaba. Si existe el séptimo cielo, yo me encontraba allí.
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Un día el viento notóse más húmedo que de costumbre. Húmedo y débil, sus susurros me decían que llevaba demasiado tiempo en aquel páramo, que era consciente de que yo había nacido para caminar por la senda de la que me separó. Pronto comprendí el motivo de tanta humedad en el ambiente: el Cierzo lloraba. Lloraba al saberme incapaz de poder quedarme allí eternamente, y su buen corazón, más grande que el amor que me profería, le llevó a soplar en sentido contrario de nuevo con fuerza, húmedo por el llanto, empujándome de nuevo hacia el camino.
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Absorto y desconcertado, contagiado del llanto, comienzo a caminar de nuevo. Cabizbajo, anhelante e indeciso reanudo el camino que un buen día abandoné; gracias al Cierzo conocí sensaciones que jamás habría experimentado por mí mismo a lo largo de mi camino, y pensé, pensé despierto y dormido. Nuevos sentimientos se apoderaban de mi cabeza mientras caminaba.
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Jamás imaginé que fuera capaz de encontrar un lugar tan maravilloso… todas aquellas cosas que llegué a percibir en tan poco tiempo, fueron regalos de los dioses; pero al parecer, no tengo derecho a continuar disfrutando de ellas, soy persona de bien y debo confiar en que mi rectitud me recompensará tarde o temprano. De momento me quedo con los recuerdos, los que nadie me logrará arrebatar, el agradecimiento eterno y el anhelo de que algún día, el Cierzo vuelva a golpearme esta vez sin camino que recorrer, quizá en un futuro paralelo, quizá en la próxima vida.
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Mohíno y taciturno continúo con aciago por la senda pensando en lo asombroso que es el ser humano. ¿Asombroso? ¡El Diablo se nos lleve! Por cada sentimiento agradable que nos regalan, nos vienen diez de angustia. Las alegrías no compensan las amarguras, mucho más frecuentes y difíciles de digerir.
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Camino bajo un cielo ennegrecido por la luz de la Luna llena, y maldigo; sí, maldigo la capacidad de sentir del ser humano.
