Uno se echa novia con diecisiete años o 24, no con más de cuarenta.
Lo que te echas con más de cuarenta ya no es una novia: es una manera de seguir estirando un chicle de fresa emocional que ya no da más de sí y que hace mucho tiempo estaba muy rico.
Echarse "novia" después de los cuarenta es un psicodrama, una manera de perpetuar algo que se os ha dicho desde pequeños que hay que hacer y que no podéis estar sin pareja porqueeeeeee, porque patata.
Gente de más de cuarenta dañada, estropeada, con un sistema nervioso que ya no siente las emociones ni con una décima parte de la intensidad de antaño, cuando el mundo todavía era nuevo, y que hogaño se esfuerza por perpetuar una obra de teatro en la que el púb(l)ico hace tiempo que se marchó de la sala dejándote a ti solo representando no se sabe muy bien qué.
Un montón de diálogos vacíos, eternamente repetidos en decenas de rituales de apareamiento a lo largo de tu vida y que hoy ya no significan nada, como cuando repites una misma palabra treinta veces que empieza a perder su significado.
Novia, dice, las novias tienen veinte años, no cuarenta.