Juvenal
Clásico
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- 23 Ago 2004
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Siglos antes de que el bardo de Stratford-upon-Avon cantase la tragedia de los veroneses, vivían Píramo, apuesto joven, y Tisbe, hermosa doncella, en Babilonia. La proximidad, pues habitaban palacios contiguos, los hizo blanco de saetas de aúrea punta. El tiempo aumentaba el amor poco a poco y se hubieran unido por lazos conyugales de no mediar entre sus familias profunda y grave discordia.
Tanto más espolea Citerea a ambos, cuanto más severa la interdicción de los padres. ¿De qué no se da cuenta el Amor? Hendida por una rendija la pared medianera, por allí se deslizan las palabras de una a otra mansión y, a salvo de las miradas inquisidoras, hablan los amantes cautivos todas las noches y lanzan besos que no llegan al otro lado.
Tras muchos lamentos, acuerdan abandonar el hogar y huir de la ciudad de admirables pensiles. Pactan como lugar de encuentro el árbol frondoso, cargado de blancas moras, que se halla junto al nemoroso sepulcro del rey Nino.
Escapa primeramente Tisbe, con rostro oculto por velos y gasas, el amor la hace audaz y aguarda a Píramo al pie del árbol. Mientras, una leona de fauces sangrientas tras haber devorado unos bueyes, acude a la fuente cercana para saciar la sed causada por el festín. La joven babilonia, viendo tan próxima la fiera, se espanta y marcha apresuradamente a refugiarse en una cercana cueva. En la huída abandona el velo, y la leona, ya calmada la sed, olisquea con hocico ensangrentado la ligera prenda antes de regresar al bosque...
Llega Píramo al lugar convenido y su rostro muda de color: advierte en el polvo las huellas de una fiera y halla el velo cubierto de sangre. Maldice mil veces la osadía de su plan y lamenta la pérdida de su amada. Con el velo en la mano, llega al alto moral donde convinieron el encuentro y allí hunde en su pecho la espada que portaba. Cae moribundo y la sangre brota hacia arriba. Las moras se ennegrecen con el sanguíneo líquido y la raíz, también humedecida por la fatal hemorragia, tiñe de púrpura los frutos que cuelgan.
Tisbe, a quien el pavor todavía no ha abandonado, regresa al lugar para no fallar a su amante y allí lo encuentra tendido al pie del moral; boquea Píramo con ojos vidriosos y rostro marmóreo, maldice Tisbe.
La joven se golpea y arranca sus cabellos, y suplica permanecer juntos en la muerte, ya que no en vida y ruega al árbol que los contempla que produzca siempre frutos negros en recuerdo de la doble sangre vertida, pues también Tisbe se traspasa con la misma hoja.
Una única urna guarda las cenizas de los dos babilonios.
"Thisbe" por Waterhouse (1909)
Tanto más espolea Citerea a ambos, cuanto más severa la interdicción de los padres. ¿De qué no se da cuenta el Amor? Hendida por una rendija la pared medianera, por allí se deslizan las palabras de una a otra mansión y, a salvo de las miradas inquisidoras, hablan los amantes cautivos todas las noches y lanzan besos que no llegan al otro lado.
Tras muchos lamentos, acuerdan abandonar el hogar y huir de la ciudad de admirables pensiles. Pactan como lugar de encuentro el árbol frondoso, cargado de blancas moras, que se halla junto al nemoroso sepulcro del rey Nino.
Escapa primeramente Tisbe, con rostro oculto por velos y gasas, el amor la hace audaz y aguarda a Píramo al pie del árbol. Mientras, una leona de fauces sangrientas tras haber devorado unos bueyes, acude a la fuente cercana para saciar la sed causada por el festín. La joven babilonia, viendo tan próxima la fiera, se espanta y marcha apresuradamente a refugiarse en una cercana cueva. En la huída abandona el velo, y la leona, ya calmada la sed, olisquea con hocico ensangrentado la ligera prenda antes de regresar al bosque...
Llega Píramo al lugar convenido y su rostro muda de color: advierte en el polvo las huellas de una fiera y halla el velo cubierto de sangre. Maldice mil veces la osadía de su plan y lamenta la pérdida de su amada. Con el velo en la mano, llega al alto moral donde convinieron el encuentro y allí hunde en su pecho la espada que portaba. Cae moribundo y la sangre brota hacia arriba. Las moras se ennegrecen con el sanguíneo líquido y la raíz, también humedecida por la fatal hemorragia, tiñe de púrpura los frutos que cuelgan.
Tisbe, a quien el pavor todavía no ha abandonado, regresa al lugar para no fallar a su amante y allí lo encuentra tendido al pie del moral; boquea Píramo con ojos vidriosos y rostro marmóreo, maldice Tisbe.
La joven se golpea y arranca sus cabellos, y suplica permanecer juntos en la muerte, ya que no en vida y ruega al árbol que los contempla que produzca siempre frutos negros en recuerdo de la doble sangre vertida, pues también Tisbe se traspasa con la misma hoja.
Una única urna guarda las cenizas de los dos babilonios.
"Thisbe" por Waterhouse (1909)
