En 1274, el papa Gregorio X convocó un concilio en Lyon donde se solicitaba la conveniencia de la fusión de las órdenes del Temple y del Hospital en una sola institución, como único medio de poner fin a una rivalidad nefasta para ellas con el objetivo de mejorar su eficacia en Tierra Santa. La propuesta fue rechazada por ambas órdenes al considerar que era una estratagema de los reyes para hacerse con su control.
Algunos reyes como Jaime I de Aragón se opusieron a su fusión, al considerar que la institución resultante podría ser tan poderosa que podría constituir una gran amenaza incluso para la corona. La dimensión de lo perdido era trágica al perder sus mejores efectivos y el fabuloso legado militar que habían levantado con sus propias manos para la defensa de Tierra Santa “castillos, torres y fortalezas” que había caído en manos de los mamelucos.