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1945 años hace ya que nos contemplan desde el vacío las cuencas de los ojos del panadero Neo y su esposa, matrimonio venido a más en Pompeya.
Como tantos miles, murieron sepultados por toneladas de lava, ahogados por los gases.
Ciudadanos insensatos, quizá ignorantes, u optimistas y cuñados del "esto ha pasao siempre", "es otro terremotillo", desoyeron los temblores y el rugido del Vesubio, y en pocas horas la lluvia de material piroclástico les llegó como granizo ardiente del cielo, seguro castigo de los dioses; como la lluvia que rodó el otro día desde el barranco del Poyo (cuyo origen etimológico proviene, irónicamente, del latín 'podium').
Aferrados unos a sus joyas y monedas de oro, otros a sus coches. Ahogados por las cenizas, unos, por el lodo otro, todos comprendieron por fin la humildad del humano ante la furia de la naturaleza.