Spawner
Muerto por dentro
- Registro
- 10 Dic 2005
- Mensajes
- 34.971
- Reacciones
- 3.940
Hace cosa de un par de semanas estaba yo en mi casa tranquilamente, repanchingado en el sofá con mis calzoncillos de no hacer nada, jugando al Uncharted 4 porque me acababa de comprar la PS4. Lo estaba flipando con la fase en la que, montado en un jeep, te recorres media Malasia cuando me llama la Vegui; cosa rara, porque ella el móvil lo tiene porque todo el mundo tiene uno, porque a ella el móvil le soba el coño y la llames a la hora que la llames no le hace ni puñetero caso. Total, que respondo.
- Dime.
- ¿Qué haces?
- Poca cosa, ¿y tú? ¿Has salido ya del trabajo? ¿Vienes para casa?
- Sí y no. Oye, ¿te apetece ir a un congreso de estética y maquillaje? Es que una compañera me ha dado un par de invitaciones.
Yo lo flipo un poco porque cualquiera que me conozca sabe que a mí la estética, meh, y que a mí el maquillaje, bah. Que yo me dejé el pelo largo por no tener que peinarme y cuando me di cuenta del coñazo que era, me rapé la cabeza; que yo sólo tengo barba porque me da pereza afeitarme y, de hecho, una vez al mes voy a que me pelen y afeiten de golpe. Además, mi pareja tampoco es que sea muy de echarse potingues ni nada por el estilo.
- ¿Qué coño se nos ha perdido a nosotros ahí?
- Verás, la chica que me las ha dado participa en un desfile de bodypainting y, claro, le hace ilusión que vayamos a verla ahí, desfilando medio desnuda.
Mi sentido arácnido forero se puso over nine thousand y le dije que iba cagando leches, que, claro, que si a la tía le hacía ilusión, yo iba. Ver un reguero de tías medio en bolingas pasearse dando saltitos era, a priori, mejor plan que lo que estaba haciendo. Ay, iluso de mí.
Este evento se celebraba en una antigua fábrica que ha sido reconvertida a feria de muestras. Tres enormes naves con cerchas plagadas de pequeños stands de vete tú a saber qué. Llego, engancho la bici, que soy moderno y ecológico, y voy a la entrada donde está la Vegui. Nada más ver la clase de personas que hay a mi alrededor empiezo a pensar que debería haberme quedado en casa. Canis, esencialmente canis. Y sus chonis, claro. Aquello era una cacofonía continua de gente gritando con acentos deleznables. Collares de oro y mechas. Anillos y tatuajes en los cuellos. Tacones infinitos y labios rosa chicle. Uñas pintadas y gorras. Y mucho maricón. Bueno, todo sea por ver unos culos al aire.
Nada más entrar me quedo ojiplático. Se anunciaba una competición de barbers. Una Barber Battle. ¿Se liarán a navajazos? ¿Se clavarán tijeras en las espaldas? La curiosidad me puede y entro. Una recua de niñatos de no más de treinta años, vestidos en chándal, con tatuajes en antebrazos, sienes y cuellos, que se dedican a pelar, como si aquello tuviera mucha ciencia, a críos de 12 ó 15 años, con música hiphop de fondo mientras un montón de amigotes les jalean a gritos. Ose, tú ere el mejó.
Todos iguales, todos fotocopias.
Y todos haciendo una mierda de pelados de este palo.
Por supuesto, allí barba no se hizo ni una. Me voy asqueado cuando me para uno de estos genios y me dice que si quiero ser su modelo. Que tengo la barba larga pero algo descuidada y que en ese momento iba a empezar un concurso de retoque de barba, en concreto, según me explico en su idioma cani técnico, de hacer trencitas en la barba. Decliné la oferta y me fui de allí al siguiente pabellón.
Aquello me sobrecogió. Un pabellón casi sólo destinado a las putas uñas. Uñas sintéticas de porcelana profundamente desagradables, extremadamente largas y aderezadas con toda suerte de dibujos estrafalarios. Lo mismo un logo de Nike que una calavera que la imagen de marca de Chanel. Como alguna vez he contado, no hay cosa que me dé más asco que unas uñas pintadas, así que salí cagando hostias de allí.
Por fin llego a lo que, se supone, me iba a alegrar la tarde. En medio del recinto hay una pasarela blanca enorme y, hostia, ¿ésa que lo presenta no es una exconcursante de GH1, la puta vegana que lloraba todo el rato?. Pues sí, es ella. Aquello está petado de niñas y digo niñas porque dudo que la media de edad superase los 20 años. La mayoría rondarían los 17-19 y, coño, esto es otra cosa. Esto sí es una alegría de ver. Casi todas están buenas y, aunque algunas rocen el canismo más extremo, en pelotas eso no se nota.
Empieza el jaleo. Luces estroboscópicas que, unidas a mi miopía, me irritan los ojos. Sale la primera de 15. Pues para llevar desde las 9 de la mañana maquillándose, es una puta mierda y, qué cojones, es bodypainting y lleva una falda y un corsé. Mal vamos. Salen una tras otra. A cada cual más sosilla. No son modelos, son las amigas buenorras -algunas- de las artistas que han hecho las obras y eso se nota, porque son lacias y están nerviosas de cojones. Por lo que luego me cuentan, las ejecutoras son alumnas de un máster de maquillaje y ése es su trabajo final, así que, si esperaba encontrar maravillas, me puedo ir olvidando. Performances de música y estética cuestionables que pretenden contar una historia tan reveladora como la creación del mundo o qué cojones sé yo. A una, que tiene que salir con unas carocas a hacer malabares, nada más empezar se le cruzan y medio empieza a llorar.
Aquello acaba; gracias a dios que acaba. Salen todas a la vez y, a su lado, se colocan los tríos de artistas que han desarrollado aquello. Ahí se entiende casi todo. Choni, mucha choni que llora y da saltitos de alegría mientras mueve las manos arriba y abajo en un gesto que no puedo entender a la vez que señalan y tiran besos a sus familiares.
Pero aún quedaba lo mejor. El martes de esa semana fue el día 8 de marzo y, claro, no iban a perder la oportunidad de hacer una sesuda reflexión sobre la violencia de género. Allí que sale una mujer, disfrazada y pintada como si fuera una gran guerrera que se enfrenta, poniendo caras de odio, a un chico, esmirriado y presumiblemente maricón del culo, mientras una voz en off repite: si me pegas, pegas a tu madre y a tu abuela; ¿de qué tienes miedo, de que sea mejor que tú? Se apagan las luces y entre el público y las personas que aún pisan la pasarela aparecen unos cutres folios, impresos malamente o escritos a mano, con el lema ni una menos. Allí todos aplauden y yo casi vomito.
El hecho es que no entiendo cómo esto tiene tirón y cómo, de hecho, su principal target de público, el de las convenciones de belleza, suele ser gente que, puestos a elegir, no tiene precisamente una situación económica que les permita invertir o gastar en dinero en este tipo de lujos que, además, no son nada baratos.
¿Habéis ido vosotros a alguna mierda de éstas? ¿Qué relación directa o indirecta tenéis con el mundo del cuidado estético profesional? ¿Sois de cremitas y mierdas o pasando? ¿Las preferís maquilladas o sin maquillar?
- Dime.
- ¿Qué haces?
- Poca cosa, ¿y tú? ¿Has salido ya del trabajo? ¿Vienes para casa?
- Sí y no. Oye, ¿te apetece ir a un congreso de estética y maquillaje? Es que una compañera me ha dado un par de invitaciones.
Yo lo flipo un poco porque cualquiera que me conozca sabe que a mí la estética, meh, y que a mí el maquillaje, bah. Que yo me dejé el pelo largo por no tener que peinarme y cuando me di cuenta del coñazo que era, me rapé la cabeza; que yo sólo tengo barba porque me da pereza afeitarme y, de hecho, una vez al mes voy a que me pelen y afeiten de golpe. Además, mi pareja tampoco es que sea muy de echarse potingues ni nada por el estilo.
- ¿Qué coño se nos ha perdido a nosotros ahí?
- Verás, la chica que me las ha dado participa en un desfile de bodypainting y, claro, le hace ilusión que vayamos a verla ahí, desfilando medio desnuda.
Mi sentido arácnido forero se puso over nine thousand y le dije que iba cagando leches, que, claro, que si a la tía le hacía ilusión, yo iba. Ver un reguero de tías medio en bolingas pasearse dando saltitos era, a priori, mejor plan que lo que estaba haciendo. Ay, iluso de mí.
Este evento se celebraba en una antigua fábrica que ha sido reconvertida a feria de muestras. Tres enormes naves con cerchas plagadas de pequeños stands de vete tú a saber qué. Llego, engancho la bici, que soy moderno y ecológico, y voy a la entrada donde está la Vegui. Nada más ver la clase de personas que hay a mi alrededor empiezo a pensar que debería haberme quedado en casa. Canis, esencialmente canis. Y sus chonis, claro. Aquello era una cacofonía continua de gente gritando con acentos deleznables. Collares de oro y mechas. Anillos y tatuajes en los cuellos. Tacones infinitos y labios rosa chicle. Uñas pintadas y gorras. Y mucho maricón. Bueno, todo sea por ver unos culos al aire.
Nada más entrar me quedo ojiplático. Se anunciaba una competición de barbers. Una Barber Battle. ¿Se liarán a navajazos? ¿Se clavarán tijeras en las espaldas? La curiosidad me puede y entro. Una recua de niñatos de no más de treinta años, vestidos en chándal, con tatuajes en antebrazos, sienes y cuellos, que se dedican a pelar, como si aquello tuviera mucha ciencia, a críos de 12 ó 15 años, con música hiphop de fondo mientras un montón de amigotes les jalean a gritos. Ose, tú ere el mejó.
Todos iguales, todos fotocopias.
Y todos haciendo una mierda de pelados de este palo.
Por supuesto, allí barba no se hizo ni una. Me voy asqueado cuando me para uno de estos genios y me dice que si quiero ser su modelo. Que tengo la barba larga pero algo descuidada y que en ese momento iba a empezar un concurso de retoque de barba, en concreto, según me explico en su idioma cani técnico, de hacer trencitas en la barba. Decliné la oferta y me fui de allí al siguiente pabellón.
Aquello me sobrecogió. Un pabellón casi sólo destinado a las putas uñas. Uñas sintéticas de porcelana profundamente desagradables, extremadamente largas y aderezadas con toda suerte de dibujos estrafalarios. Lo mismo un logo de Nike que una calavera que la imagen de marca de Chanel. Como alguna vez he contado, no hay cosa que me dé más asco que unas uñas pintadas, así que salí cagando hostias de allí.
Por fin llego a lo que, se supone, me iba a alegrar la tarde. En medio del recinto hay una pasarela blanca enorme y, hostia, ¿ésa que lo presenta no es una exconcursante de GH1, la puta vegana que lloraba todo el rato?. Pues sí, es ella. Aquello está petado de niñas y digo niñas porque dudo que la media de edad superase los 20 años. La mayoría rondarían los 17-19 y, coño, esto es otra cosa. Esto sí es una alegría de ver. Casi todas están buenas y, aunque algunas rocen el canismo más extremo, en pelotas eso no se nota.
Empieza el jaleo. Luces estroboscópicas que, unidas a mi miopía, me irritan los ojos. Sale la primera de 15. Pues para llevar desde las 9 de la mañana maquillándose, es una puta mierda y, qué cojones, es bodypainting y lleva una falda y un corsé. Mal vamos. Salen una tras otra. A cada cual más sosilla. No son modelos, son las amigas buenorras -algunas- de las artistas que han hecho las obras y eso se nota, porque son lacias y están nerviosas de cojones. Por lo que luego me cuentan, las ejecutoras son alumnas de un máster de maquillaje y ése es su trabajo final, así que, si esperaba encontrar maravillas, me puedo ir olvidando. Performances de música y estética cuestionables que pretenden contar una historia tan reveladora como la creación del mundo o qué cojones sé yo. A una, que tiene que salir con unas carocas a hacer malabares, nada más empezar se le cruzan y medio empieza a llorar.
Aquello acaba; gracias a dios que acaba. Salen todas a la vez y, a su lado, se colocan los tríos de artistas que han desarrollado aquello. Ahí se entiende casi todo. Choni, mucha choni que llora y da saltitos de alegría mientras mueve las manos arriba y abajo en un gesto que no puedo entender a la vez que señalan y tiran besos a sus familiares.
Pero aún quedaba lo mejor. El martes de esa semana fue el día 8 de marzo y, claro, no iban a perder la oportunidad de hacer una sesuda reflexión sobre la violencia de género. Allí que sale una mujer, disfrazada y pintada como si fuera una gran guerrera que se enfrenta, poniendo caras de odio, a un chico, esmirriado y presumiblemente maricón del culo, mientras una voz en off repite: si me pegas, pegas a tu madre y a tu abuela; ¿de qué tienes miedo, de que sea mejor que tú? Se apagan las luces y entre el público y las personas que aún pisan la pasarela aparecen unos cutres folios, impresos malamente o escritos a mano, con el lema ni una menos. Allí todos aplauden y yo casi vomito.
El hecho es que no entiendo cómo esto tiene tirón y cómo, de hecho, su principal target de público, el de las convenciones de belleza, suele ser gente que, puestos a elegir, no tiene precisamente una situación económica que les permita invertir o gastar en dinero en este tipo de lujos que, además, no son nada baratos.
¿Habéis ido vosotros a alguna mierda de éstas? ¿Qué relación directa o indirecta tenéis con el mundo del cuidado estético profesional? ¿Sois de cremitas y mierdas o pasando? ¿Las preferís maquilladas o sin maquillar?