Comencé los 90 con un poderío impertinente. Mi presencia era anunciada por un yelmo dorado con forma de tupé. Que erección más refulgente, que selvática melena, que preciosa y precisa estructura capilar lucía en aquellos años. No me negaba ningún capricho, todos los afeites admitía mi vanidad: espuma, laca, agua azucarada,... cualquier aditamento que fuera necesario para mantener erectas mis aúreas crines. Eso fueron para mi los 90, el imperio de una corona sobre mi cabeza y su miserable ruina. Lo que comenzó imponiéndose sobre la gravedad y el tiempo, terminó siendo un cadáver, una sombra lánguida y desvaída desmoronándose sobre mi frente. Años 90...gloria y caída de mi añorada cabellera.