El sábado por la tarde quedé con una. Sin estar buena, derrama volutuosidad por los cuatro costados.
Fuimos a un bar y estuvimos charlando. Casi todo medio en broma medio en serio. Pasa el rato y la tía no hace los típicos gestos de querer largarse. Va pasando más rato y yo cada vez más flipado de que la tía aguante tanto rato conmigo, hasta que empieza a insinuar que tiene hambre. Me pregunta si quiero cenar. No estaba particularmente hambriento, pero le digo que sí porque quiero ver hasta dónde es capaz de llevar la coña. Que la tía aguantase conmigo más rato del habitual ya era sorprendente, pero que encima quisiese alargarlo con una cena ya era de gala "Inocente, inocente".
Al ser festivo, había mucha cosa cerrada y lo abortamos. Justo cuando vamos a entrar en el metro para ir cada uno a su casa, me propone ir a un local de lo-que-en-Cataluña-se-llama-tapas-pero-que-como-siempre-recuerda-Curro-son-raciones que está ahí cerca. O sea, que ante la inmediata posibilidad de librarse de mí, no solo no la aprovecha sino que busca un modo de alargar la cita. Yo ya alucinaba en multicolor.
En la cena me llega a preguntar si me la tiraría y le digo que sí. Saca varias veces que a dónde vamos después, a una disco, a su casa, a la mía, a un hotel... Juguetea con sus rizos. Mira que a mí no me gustan mucho, pero por mi mente pasaba constantemente el deseo de follármela ahí mismo sobre la mesa. Me invita a tocarle el bíceps. Me lanza un piropo. Después de más de siete horas de cita, nos retiramos.
En el metro, mi parada estaba antes que la suya. Al llegar, nos decimos adiós y me levanto. La tía me dice:
- ¿No me vas a dar...?
Antes de que acabe la frase, me inclino y le doy dos besos en las mejillas.
Todavía estoy en una nube.