Lo de mi madre tiene poco interés, fue un cliffhanger de esos que te fockan. O no, no lo sé.
El caso es que fui a hacer una visita de las que cada vez hago menos y casualmente coincidí con mi hermana. Con la excusa de cambiar de aires y ahorrarme el tedioso viaje en tren, mi madre dijo que se venía conmigo a la vuelta y que mi hermana se apuntaba también.
Estuve un día entero dándole vueltas, no sabía cómo se lo iba a decir ni mucho menos cómo iba a reorganizar la casa para que pareciera un sitio decente.
Al final, la noche antes de partir, se lo dije a mi madre primero y luego a mi hermana. Mi madre se lo tomó con una naturalidad más que sorprendente, me dijo que es una buena idea y que si ella fuera capaz también pondría unas masajistas en un piso que tiene cerrado por no querer que se lo destrocen otra vez.
Mi hermana prácticamente no reaccionó. Pensé que la cosa sería justo al revés, pero no hubo dramas ni escándalos y eso me vale.
Avisé a las masajistas de que durante dos días no iban a tener el piso disponible, les importó un pimiento, porque era lunes y martes y eran de empezar la semana a gasoil. Tuvieron el detalle de adecentar aquello un poco, sabiendo lo estresantes que son las visitas maternas.
Una vez en el piso, a pesar de estar avisadas, tuvo bastante gracia ver las caras de circunstancias ante los espejos a ras de suelo, las cortinas grapadas a la pared (obra del más fino bricolaje que yo no perpetré) o el baño fuera de servicio civil.
Cambié el futón por un colchón normal y cuando me disponía a montar el somier, mi madre me quiso evitar la molestia y dijo que le valía con poner el colchón sobre el futón, para no estar en el suelo. Me horrorizó la idea y casi monto un cirio, pero se empeñó, erre que erre, en no causarme más problemas. Cómo les gusta a algunas madres ser víctimas, cómo te obligan a ello.
El caso es que cuando le conté la historia antes de salir, ya tenía hecha la maleta y decidió no cambiar su equipaje. Según tuvo su dormitorio listo, abrió un paquete de guantes de fregar, sacó sus propias gamuzas y se fue a la cocina a dejarla como si fuera nueva, cosa que le llevó horas. Intentamos detenerla pero fue inútil, era feliz así. De hecho, fue una visita muy agradable, creo que nada le podía poner más contenta que saber que en ese momento ninguna mujer podía usurpar su lugar, porque las frescas que tenía de vez en cuando por casa no entraban ni en la categoría de mujer en su escala de valores.
Lo de Torbe sí que me lo guardo para otro episodio, que este cliffhanger es bueno. Pero no quiero disparar las expectativas, ya os adelanto que no apareció por mi piso el sumo hacedor de SIDRA.