Forero del todo a cienCon motivo del estreno de Sexo en Nueva York 2, he visto que en dos foros de mujeres hay links a artículos que hablan del estreno como si fuera un acontecimiento femenino.
Por contra, se da la curiosa-graciosa-patética circunstancia de que yo espero dos acontecimientos cinematográficos: uno es la vida de Hugh Hefner, intrepretada por Leonardo di Caprio o por Robert Downey Jr.; la otra es un remake de Lobos de Wall Street, novela autobiográfica escrita por Jordan Belfort, llevada de nuevo a la pantalla esta vez por Scorsese e interpretada también por Di Caprio.
Una es la biografía de un hombre que arriesgó un grave capital pidiendo préstamos para fundar una revista sobre sexo, en una época donde mirarle los tobillos a las mujeres era una osadía picaresca; multimillonario muy joven, referencia cultural, con un currículum sexual escrito en letras de oro y por fascículos, amigo íntimo de quien quiso, con un trabajo apasionante, anfitrión de miles de fiestas colosales, que contribuyó gravemente a cambiar la perspectiva sexual de toda su civilización, dándole un toque glamuroso, refinado y liberal al sexo, y con una de las vidas más deseables que se han vivido sobre este planeta. (Nótese que no lo expongo por informar sino por contrastar).
Otra es la biografía de un hombre que a los 26 años era uno de los brokers más importantes de EEUU, cometió varias estafas, fue a la cárcel, vivió como un rey y es una celebridad.
In the other corner, tenemos a cuatro neuróticas planimentales; una frígida, otra ninfómana, otra un cardo, otra una dulce tontita, todas comparten su gusto sumo y pasión cultural por los zapatos, cometen la temeridad de hablar de hombres mientras cenan en sitios guays y, para mayor escándalo, a veces toman esa iniciativa tras mirarle el culo al camarero que, tras posar para Hugo Boss, hace horas extras poniendo margaritas en el Upper West Side.
Compran vibradores de marca, aunque se les nota hasta agarrando un plátano que no le darían una alegría a un hombre ni contratando a dos rusas vestidas de La Roja; coleccionan Ragazzas, Vogues y Elles de forma compulsiva, sueñan con casarse de blanco y repletas de diamantes, no perdonan la pedicura en Gio’s, y nunca llegarán a saber si es más molón comprar vajillas en Bergdorf’s con su personal gay assistent, o caminar por Rodeo Drive tomándose un capuccino expresso con su perrita Fifí ajustándose unas gafas vintage Coco Chanel.
Este tipo de incidentes comparativos reveladores son los que me vienen a la mente inexorablemente cada vez que veo impresa la palabra Igualdad o Liberación femenina en alguna noticia, o que alguna mujer habla de que no hay hombres a su nivel o que no las comprenden, y chorradas diversas.
Hace poco también se dio un detalle similar que me ocasionó la misma sensación de patetismo y el deseo de estampar algo en la cara de alguien, o hacer un spam masivo.
Fue un domingo que comía con la familia. En la mesa del salón había un Diez Minutos, del cual me llamó la atención un titular: Encuentro de la Princesa Letizia con José Saramago, ¡mira qué zapatos llevó!
Nada de “mira de qué libros hablaron, mira cuál es el pasaje preferido de Letizia, mira qué relatos escribió Letizia en su infancia similares a la temática de…”.
Los zapatitos, esa expresión de la sofisticación de la mujer, hallada en los pies. Es como si la mujer hubiera empezado a sofisticarse, pero se hubiera equivocado en el punto de partida. Quizá sí somos inversos.
Por contra, se da la curiosa-graciosa-patética circunstancia de que yo espero dos acontecimientos cinematográficos: uno es la vida de Hugh Hefner, intrepretada por Leonardo di Caprio o por Robert Downey Jr.; la otra es un remake de Lobos de Wall Street, novela autobiográfica escrita por Jordan Belfort, llevada de nuevo a la pantalla esta vez por Scorsese e interpretada también por Di Caprio.
Una es la biografía de un hombre que arriesgó un grave capital pidiendo préstamos para fundar una revista sobre sexo, en una época donde mirarle los tobillos a las mujeres era una osadía picaresca; multimillonario muy joven, referencia cultural, con un currículum sexual escrito en letras de oro y por fascículos, amigo íntimo de quien quiso, con un trabajo apasionante, anfitrión de miles de fiestas colosales, que contribuyó gravemente a cambiar la perspectiva sexual de toda su civilización, dándole un toque glamuroso, refinado y liberal al sexo, y con una de las vidas más deseables que se han vivido sobre este planeta. (Nótese que no lo expongo por informar sino por contrastar).
Otra es la biografía de un hombre que a los 26 años era uno de los brokers más importantes de EEUU, cometió varias estafas, fue a la cárcel, vivió como un rey y es una celebridad.
In the other corner, tenemos a cuatro neuróticas planimentales; una frígida, otra ninfómana, otra un cardo, otra una dulce tontita, todas comparten su gusto sumo y pasión cultural por los zapatos, cometen la temeridad de hablar de hombres mientras cenan en sitios guays y, para mayor escándalo, a veces toman esa iniciativa tras mirarle el culo al camarero que, tras posar para Hugo Boss, hace horas extras poniendo margaritas en el Upper West Side.
Compran vibradores de marca, aunque se les nota hasta agarrando un plátano que no le darían una alegría a un hombre ni contratando a dos rusas vestidas de La Roja; coleccionan Ragazzas, Vogues y Elles de forma compulsiva, sueñan con casarse de blanco y repletas de diamantes, no perdonan la pedicura en Gio’s, y nunca llegarán a saber si es más molón comprar vajillas en Bergdorf’s con su personal gay assistent, o caminar por Rodeo Drive tomándose un capuccino expresso con su perrita Fifí ajustándose unas gafas vintage Coco Chanel.
Este tipo de incidentes comparativos reveladores son los que me vienen a la mente inexorablemente cada vez que veo impresa la palabra Igualdad o Liberación femenina en alguna noticia, o que alguna mujer habla de que no hay hombres a su nivel o que no las comprenden, y chorradas diversas.
Hace poco también se dio un detalle similar que me ocasionó la misma sensación de patetismo y el deseo de estampar algo en la cara de alguien, o hacer un spam masivo.
Fue un domingo que comía con la familia. En la mesa del salón había un Diez Minutos, del cual me llamó la atención un titular: Encuentro de la Princesa Letizia con José Saramago, ¡mira qué zapatos llevó!
Nada de “mira de qué libros hablaron, mira cuál es el pasaje preferido de Letizia, mira qué relatos escribió Letizia en su infancia similares a la temática de…”.
Los zapatitos, esa expresión de la sofisticación de la mujer, hallada en los pies. Es como si la mujer hubiera empezado a sofisticarse, pero se hubiera equivocado en el punto de partida. Quizá sí somos inversos.
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