Juvenal
Clásico
- Registro
- 23 Ago 2004
- Mensajes
- 3.253
- Reacciones
- 5
Sólo era cuestión de días que descendiera a este subforo. Traté de engañarme, pero sabía que acabaría pidiendo vuestro estimable consejo ante la ausencia no ya de una voz amiga, sino de alguien que pueda tomar la siguiente confesión de un modo aséptico, frío, sin la forma de una puñalada.
El motivo de que lo haga a través de un mensajero, por tanto, no es el evitar ensuciar mi ya decadente historial, sino que contempla la noble intención de ahorrar el dolor a aquella alma torturada, ajena al foro, que pudiera leerme un día.
El día ha sido hoy porque hoy me he sentido enfermo. No de un modo mental, lo cual aún me mantendría tranquilo, sino fisico. Me he sentido sin fuerzas recién comenzada la mañana como para continuar con garantías y he tenido que volver a mi morada, abatido, sabiendo que la parte buena de la jornada, aquella que da sentido al resto, había concluído unos 40 minutos después de levantado y con nefastas sensaciones.
Hoy apenas me ha mirado más que como a un bulto que entra en nuestro radio de movimientos.
La cosa viene de unos meses a esta parte. Coincidimos en el transporte público, siempre, infaliblemente, a la misma hora, y compartimos trayecto. Siempre me he enamorado mil veces al día en estos viajes, pero esta vez es muy distinto. No es un sentimiento carnal, sino algo mucho más sublimado y por ello más extraño. Sobre todo teniendo en cuenta que no hemos cruzado una palabra. Sé como huele, conozco su voz, la ropa que lleva cada día, el modo en que baja los escalones de la estación y he estudiado la sonrisa que pone a las clásicas ancianas mañaneras cuando le hacen algún comentario. Lo que no sé es su nombre.
Creo saber donde vive porque alguna vez nos hemos visto fuera del transporte interurbano e incluso adivino de forma lejana una parte del círculo de conocidos con el que guarda relación. Estas pesquisas me hacen sentir enfermo, esta vez ya de un modo mental, y sin embargo moriría por saber más, siquiera una canción que le guste. Intuyo, sin basarme en nada material, que podría enamorar a esa chica. Lo he hecho con algunas chicas que guardan sus características físicas. Pero no desde luego siendo un figurante más en el metro, no como un maniquí. Así, a pesar de mi atractivo, poco me distingue del resto.
Miradas que creo cruzadas, súbitas bajadas de cabeza, frialdad otros días, cercanía física otros, coqueteo con el pelo (su pelo...), el hecho quizás no casual de coincidir siempre, e incluso en ambientes ajenos al trasiego urbano matutino.....el Destino tal vez. Y sin embargo, por mi timidez, por el miedo atroz al desdén, al rechazo, desconozco totalmente la manera de acercarme a ella, de intercambiar algunas palabras, de saber más. De entender el porqué la amo aún sin conocerla.
Quizás una carta, una mirada más prolongada, la explotación de la red clientelar de conocidos en común, una confesión en barrena....perspectivas todas que me acojonan.
El caso es que ya está en juego mi salud, pues no sé amar de otra forma, que pronto acabará el curso, el uso del transporte público, y con ello, quizás, esta historia de andenes.
Internet ha sido la revolución de los tímidos. Millones de criaturas jamás nacerían de no ser por una herramienta que pone en contacto organismos que de otro modo se hubieran extinguido sin legado.
Lo terrible es que también nos ha capado, y ahora, sin el condenado msn de por medio, no sé sacar las uñas ni hincar los colmillos.
Y sin embargo mañana volveré a medir mis tiempos al levantarme, alargando o acortando mis acciones, con tal de llegar justo a las 8.51 y volver a empezar.
El motivo de que lo haga a través de un mensajero, por tanto, no es el evitar ensuciar mi ya decadente historial, sino que contempla la noble intención de ahorrar el dolor a aquella alma torturada, ajena al foro, que pudiera leerme un día.
El día ha sido hoy porque hoy me he sentido enfermo. No de un modo mental, lo cual aún me mantendría tranquilo, sino fisico. Me he sentido sin fuerzas recién comenzada la mañana como para continuar con garantías y he tenido que volver a mi morada, abatido, sabiendo que la parte buena de la jornada, aquella que da sentido al resto, había concluído unos 40 minutos después de levantado y con nefastas sensaciones.
Hoy apenas me ha mirado más que como a un bulto que entra en nuestro radio de movimientos.
La cosa viene de unos meses a esta parte. Coincidimos en el transporte público, siempre, infaliblemente, a la misma hora, y compartimos trayecto. Siempre me he enamorado mil veces al día en estos viajes, pero esta vez es muy distinto. No es un sentimiento carnal, sino algo mucho más sublimado y por ello más extraño. Sobre todo teniendo en cuenta que no hemos cruzado una palabra. Sé como huele, conozco su voz, la ropa que lleva cada día, el modo en que baja los escalones de la estación y he estudiado la sonrisa que pone a las clásicas ancianas mañaneras cuando le hacen algún comentario. Lo que no sé es su nombre.
Creo saber donde vive porque alguna vez nos hemos visto fuera del transporte interurbano e incluso adivino de forma lejana una parte del círculo de conocidos con el que guarda relación. Estas pesquisas me hacen sentir enfermo, esta vez ya de un modo mental, y sin embargo moriría por saber más, siquiera una canción que le guste. Intuyo, sin basarme en nada material, que podría enamorar a esa chica. Lo he hecho con algunas chicas que guardan sus características físicas. Pero no desde luego siendo un figurante más en el metro, no como un maniquí. Así, a pesar de mi atractivo, poco me distingue del resto.
Miradas que creo cruzadas, súbitas bajadas de cabeza, frialdad otros días, cercanía física otros, coqueteo con el pelo (su pelo...), el hecho quizás no casual de coincidir siempre, e incluso en ambientes ajenos al trasiego urbano matutino.....el Destino tal vez. Y sin embargo, por mi timidez, por el miedo atroz al desdén, al rechazo, desconozco totalmente la manera de acercarme a ella, de intercambiar algunas palabras, de saber más. De entender el porqué la amo aún sin conocerla.
Quizás una carta, una mirada más prolongada, la explotación de la red clientelar de conocidos en común, una confesión en barrena....perspectivas todas que me acojonan.
El caso es que ya está en juego mi salud, pues no sé amar de otra forma, que pronto acabará el curso, el uso del transporte público, y con ello, quizás, esta historia de andenes.
Internet ha sido la revolución de los tímidos. Millones de criaturas jamás nacerían de no ser por una herramienta que pone en contacto organismos que de otro modo se hubieran extinguido sin legado.
Lo terrible es que también nos ha capado, y ahora, sin el condenado msn de por medio, no sé sacar las uñas ni hincar los colmillos.
Y sin embargo mañana volveré a medir mis tiempos al levantarme, alargando o acortando mis acciones, con tal de llegar justo a las 8.51 y volver a empezar.