LA GENERACION DE 1898 + LOS DEL 98

Frente Negro

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16 Mar 2004
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LA GENERACION DE 1898
impresiones subjetivas


ANGEL GANIVET

De Ganivet llevo leídos los dos volúmenes de Austral («Cartas finlandesas» e «Idearium español») y «Los trabajos del infatigable creador Pío Cid» (en la prolija edición que sacó Cátedra). Sin considerar plenamente acabado su pensamiento, ese aristocratismo bohemio, esa ironización sobre las utopías progresistas al fin realizadas (lo que vio por las latitudes bálticas -y que resulta de una vigencia sobrecogedora si nos asomamos, un siglo después, al cine de Kaurismaki-), esa voluntad de mutación desde la más irrenunciable memoria (encarnada en su titánico alter ego Pío Cid, heráclida antihéroe -y, por ello, héroe a un tiempo: paradoja digna de un semidios hindú o del hiperactivo Ken Kesey-), me resultan, si no magistralmente imbuidas de carisma, sí la mar de simpáticas. Y, desde luego, pienso que todo el 98 en embrión se recoge en la breve obra ganivetiana. Acabaré esta subjetiva impresión con una atrevida descarga hermenéutica: si en el futuro llego a leer «La conquista del reino de Maya», ¿quizás me traiga al recuerdo esa obra del cinematográfico 98 USA «La costa de los mosquitos»?

MIGUEL DE UNAMUNO

Mi equipaje unamuniano: cierto capítulo de la obra de Vintila Horia «Viaje a los centros de la Tierra», algunos trabajos de Ortega, correspondencia (con Ganivet, con Machado, con Azorín..), sus comentarios sobre el Carlismo, datos biográficos sobre sus últimos días y el visionado de algunas adaptaciones al cine de obras suyas («Niebla», «Nada menos que todo un hombre», «Abel Sánchez»). La fiel colección Austral me espera: sé que debo empezar, por razones personales e intransferibles, por un título determinado («Vida de Don Quijote y Sancho») y continuar con otro, también muy concreto («Del sentimiento trágico de la vida»). Sospecho que, durante la lectura, el Rector y yo nos hemos de cascar pero, a diferencia de mis desencuentros con Machado [ver el párrafo correspondiente un poco más adelante], la lid será sin acritú.

JACINTO BENAVENTE

Los historiadores se empeñan en incluirlo en la Generación pero, desde mi enfoque (lo reconozco, bastante lego y lleno de prejuicios), veo a Benavente sustancialmente opuesto al espíritu del 98. Algún día, para ratificar o enmendar esta imagen, tendría que leerlo o asistir a algo suyo representado (creo recordar una lectura adolescente de «Los intereses creados» que se me hizo plúmbea): lo cierto es que, como otros nombres (habituales en los libros de texto de mi bachillerato, en las bibliotecas familiares, en las películas de nuestra postguerra o en los teleteatros de mis años de infancia), hincarle el diente a don Jacinto se me hace muy, pero que muy cuesta arriba. Y, desde luego, entre mis prioridades, antes que Benavente, se hallarían nombres precursores o menores del 98 (Macías Picavea, Lucas Mallada, Silverio Lanza...), a quienes, por los datos recogidos, considero bastante más representativos del alma noventayochista.

RAMON DEL VALLE-INCLAN

Sobre Valle (aparte de una aproximación escolar a través de la revista «LA TIJERA LITERARIA»), mis datos hasta el momento son, si no olvido algún otro, la fervorosa biografía de su tocayo Gómez de la Serna, un ensayo de María Teresa de Borbón Parma sobre su relación con el Carlismo, unas impresiones de Machado y algunas adaptaciones al cine de obras suyas («Sonatas», «Luces de bohemia», «Divinas palabras» -¿cabría añadir, como adaptaciones oblicuas, ciertos trabajos de Gonzalo Suárez de ambiente umbrío y desmesurado, caso de «La loba y la paloma», «Parranda» o «Beatriz»?-). En general, el perfil de Don Ramón se me antoja bastante atractivo y presumo que acabaré en breve (libando de sus títulos diseminados en la colección Austral) por sumergirme en el mundo creativo de este «extravagante ciudadano» (con quien me parangonó Moncho Alpuente hace más de una década -ignoro por ahora si con fundamento- en cierto artículo de «EL PAIS»).

PIO BAROJA

Leídos diversos ensayos e impresiones (de Ortega, Machado, Azorín...) sobre su «humilde y errante» persona (¿sería excesivo definir su visión del mundo como la de un protobeatnik español?), es uno de los noventayochistas cuya obra más ganas tengo de disfrutar; si no lo he hecho hasta ahora es porque el deseo de regalarme algún día sus OOCC (en Biblioteca Nueva, si no recuerdo mal), deseo pendiente de una providencial inyección económica que me permita realizarlo, me ha impedido sumergirme fraccionadamente en Baroja (en volúmenes sueltos de bolsillo) por surgir siempre al paso otras prioridades (acaso, a veces, más frívolamente injustas) de consumo libresco.

AZORIN

Azorín, con sus primores de lo vulgar y sus pequeñas filosofías (precursoras tanto del «nouveau roman» como de las obsesiones minimalistas), sin olvidar los ejercicios de «nuevo periodismo» anticipados en libros como «Los pueblos» o «La ruta de Don Quijote», y, naturalmente, su dolor patético (casi zen en su nihilismo) por Castilla y por España, dolor destilado, volumen a volumen, por su obra toda, ha sido una constante en mí desde aquella primera lectura infantil de fragmentos de «Confesiones de un pequeño filósofo» en el libro de texto «Vela y ancla» (de Ed. Doncel). Desde entonces, he ido, con constancia de adicto, buscando en puestos de baratillo esos volúmenes breves (muchos de ellos en Austral) hasta hacer acopio de casi tres cuartos de su ingente bibliografía, a lo que añadir algunos trabajos sobre el maestro (el voluminoso «Azorín íntegro» de Riopérez y Milá, el ensayo «Azorín el pequeño filósofo» de Anna Krause y el interesante monográfico que el dominical de «ABC» sacó en junio del 73, además de las reflexiones de Ortega). La huella impremeditada de Azorín (ya casi impronta -usando el lenguaje de Lorenz-) puede detectarse en algunos de mis escritos (especialmente explícita, en la novela «Fe Jones» -sobre todo para quien haya leído la novela azoriniana «María Fontán»- y en determinadas colaboraciones para «ABC» -amén de en la canción «El futuro», directamente inspirada en los apuntes de balnearios recogidos en «Los pueblos»-, pero en los últimos años, de un modo más soterrado, hay páginas mías en donde el buen azorinauta puede llegar a detectar la vieja melodía).

RAMIRO DE MAEZTU

No estoy muy ducho en este señor: los escasos datos que sobre él manejo (análisis crítico de Morodo -«Los orígenes ideológicos del Franquismo: Acción Española»- más, como funesto remate, elogios diversos de católicos integristas -una de las tribus de pensamiento que más grima y tedio me producen-) motivaron no profundizar más en su figura. Tengo, pendiente de satisfacción plena, una cierta curiosidad por sus andanzas finiseculares (al descubrir, esbozada, en un par de ocasiones -el capítulo «Fragua de una generación» dentro del ya citado «Azorín íntegro», y un libro, cuyo nombre y autor no recuerdo, sobre los comienzos anarquistas de varios miembros del 98- su desmedida fijación por Nietzsche); la verdad es que, hasta el momento, lo más agradable (subjetivamente hablando) que me ha deparado Maeztu ha sido la presencia de sus nietas Elena y Almudena en el desaparecido grupo musical LA MODE.

ANTONIO MACHADO

Aparte referencias infantiles (el primer encuentro, en los textos escolares, con las poesías que empiezan «Una tarde parda y fría de invierno...» y «Anoche, cuando dormía, soñé ¡bendita ilusión!...») y adolescentes (una edición del Círculo de Lectores de «Poemas y cantares» más el famoso lp de Serrat), en el 88 me hice con la flamante edición de Oreste Macri en Espasa Calpe de «Poesías y prosas completas», de la que, hasta la fecha, llevo tres lecturas, a cual más intensiva (la última, el pasado otoño). Machado, a medida que voy penetrando en su cogollo de ideas (especialmente centrado en sus escritos como «Juan de Mairena»), se me empequeñece por su masonismo, su beatería laica, sus desagradables toques de homofobia puritana, su demofilia (que, si bienintencionada -adoquín del infierno, ateniéndonos al refrán-, acaba cayendo en un fundamentalismo profilisteo -la pesadillesca consigna, enunciada por Garci y encarnada por José Luis Perales, Antonio Mercero y Mª Teresa Campos, de «VIVA LA CLASE MEDIA»: ¿cabe más exacto retrato del monstruo engendrado por la utópica razón machadiana?-), su antinietzscheísmo de converso (revolviéndose contra simpatías juveniles, esa negativa a conmoverse ante la oposición suprema entre pujanza y decadencia), sus sofismas «justos y benéficos» destinados a no incidir para nada en la realidad (pues la realidad -como ha quedado bien claro a estas alturas del siglo para quienes no se resignan a confundir lucidez con propaganda memoliberal- no tiene nada que ver con las construcciones machadianas, tendentes a un dualismo profundamente desmovilizador) salvo como cimiento dialéctico de un fariseísmo de mesocracias que, al final, ha acabado por utilizarlo como coartada retórica para desarrollar uno de los más insidiosos y embrutecedores dobles lenguajes que ha padecido España (a cuyo lado, el establishment caciquil canovista contra el cual se rebelaron los noventayochistas resulta casi candoroso). Machado, hoy por hoy, se me aproxima en no pocas de sus poesías (como expresión sensible de un andalucismo sobrio e intimista -que acaricia, por razones biográficas, mi paleocórtex sentimental y que asocio con epígonos como el cantautor Benito Moreno- y de un castellanismo, en buena medida, compartido con Azorín -aunque mucho más completo en la visión de éste-) y en algunos de sus escritos de guerra, cuando la traumática realidad le pone en trance de despertar de su ensueño masónico/republicano (despertar ejemplificado en sus invectivas contra la Sociedad de Naciones, su rusofilia -cuya última muestra fue su idea de instalarse en Moscú tras su salida de España- y sus piropos a Stalin) y de descubrir, quizás, el último y más real de sus heterónimos (parafraseando cierto pasaje de «Las bicicletas son para el verano», Machado, de haber nacido en Rusia, ¿no habría acabado por adoptar el apelativo de... «Máximo Gorki»?).

CODA

Con lo anterior, queda claro que no soy (ni lo pretendo) un erudito sobre el 98 español. Sin embargo, por mi trayectoria, mis inquietudes, mis presuntas excentricidades en el plano político, mi visceral anticonformismo, mi hipersensibilidad frente a la decadencia, me atrevo a considerarme (sin el menor rubor: negarlo sería, sencillamente, falsa modestia para congraciarme con los filisteos) el sujeto más noventayochista que hoy pisa el ruedo ibérico (precisamente, tan noventayochista que no necesito justificarme desde el mimetismo arqueológico del «especialista en el 98»). Hoy, en pleno 1998, el continuum con la Generación de hace un siglo puede darse con más rigor enlazando los nombres de entonces (y sus influencias, improntas y mitos) con muchos de los mitos, influencias e improntas que desde el prisma corazonesco se blanden y ondean. Hay en dicho prisma, como en la citada Generación, seriedad y compromiso, pesimismo y nihilismo (lo suficientemente profundos como para albergar en su seno alguna esperanza de regeneración), desapego completo frente al desorden establecido, actitudes dignas de ser calificadas como «locura quijotesca»...: por el contrario, los ajenos al camino del corazón (en su mayoría) carecen de la menor autoridad moral (pese a poseer, eso sí, muchos más medios materiales de difusión para imponer su mensaje) que les dé derecho a reclamarse «herederos del 98» (¿cómo van a tener tal autoridad desde las complacencias parapoliciales, desde las poltronas ministeriales, desde las sinecuras basureramente mediáticas, desde la corrupción pasada y presente?).

FERNANDO MARQUEZ


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LOS DEL 98

Reivindicar la Generación del 98 pudiera parecer a estas alturas algo intempestivo, algo más bien extemporáneo si esa reivindicación quiere no quedarse en un mero juego floral o en la usual mercantilización que la sociedad actual realiza de los noventayochistas. Todo ello no hace sino dejar de lado los espíritus que ardiendo posibilitaron esa tremenda explosión de creatividad, esa variedad de caracteres geniales e indomables que marcan un hito en la memoria colectiva. Todo cliché queda barrido estudiando la tremenda radicalidad de los noventayochistas, todo apriorismo, toda leyenda, todo intento de apropiación, toda mercantilización de los mismos. En realidad, los del 98 encajarían muy mal con esa España actual que, para legitimarse, intenta reivindicarlos. Ya mucho les costaba encajar en su época, imagínense ahora... Almas ardiendo en una época de dolor y colapso, de certeza de decadencia y de fracaso. Cuba no es más que una excusa. Su ánimo destapa un fracaso de raíces más profundas. Dos centurias de modernidad y progreso habían barrido la Castilla cantada en sus poemas. Decadencia y fracaso que se canta, otro producto que la modernidad nuestra envasa y recicla para legitimarse. El fracaso de la guerra de Cuba parece el fracaso de la nación española, del estado nacional español. Lo cierto es que los noventayochistas no cantan la España/Nación, cantan una Castilla que hace mucho dejó de existir. Cantan una textura humana, una figura, un perfil que ellos encarnaban todavía: un dolor, no el de Cuba, por extrañamiento, por ser casi alienígenas en un mundo cada vez más burgués, más mercantilizado, más hecho a la medida de ese último hombre del que hablara Nietzsche. Su agudo nihilismo, su textura contramoderna, su desconfianza del progreso, del poder moderno, del Estado, del capital y del buen burgués les colocaría transversalmente en contra de una sociedad que, bien lo sabían ellos, les dejaba de lado cada vez más -en realidad, era la historia quien lo hacía, el propio devenir nihilista de ese hombre grosero diseñado para habitar entre las moscas del mercado, que diría Nietzsche-. Recuerdo las palabras del padre de Cara de Plata -en las «Comedias bárbaras» de Valle-Inclán- cuando se entera de que su heredero deja su heredad y se alista al requeté. La sentencia es tremenda pues el viejo aristócrata constata el fin de su estirpe; sin embargo, alaba la decisión de su hijo de desentenderse de su linaje: «en tiempos como los que llegan no serás sino delincuente». No queda otra opción.

Mucho hastío y nihilismo activo, hasta asco, encontramos entre los noventayochistas, y al tiempo mucha sangre y vida, mucha tensión desplegada en una búsqueda que siempre quedará inconclusa. Decepción tras decepción, la modernidad política les dejará de lado o a lo sumo los alabará y usará tras su muerte. Es penosa la trayectoria política de Unamuno, tan penosa como la de un hidalgo en un mundo de gusanos. Es penosa mas al tiempo ilustra su egregia dimensión, su inmensa estatura, intentándolo con muchos, para encontrar al cabo la soledad y la muerte.

Sus vidas son un canto a un mundo que ya no existe y sus respuestas vitales diferentes no son más que resultado de la diferencia de los destinos y caracteres humanos. Un Azorín no se diferencia un ápice de un Valle-Inclán en su íntimo ser, en su carácter al margen de su tiempo. Lo mismo cabe decir de los hermanos Machado en su discreción, en su menor tono vital aparente. Mas ¿dónde queda España en todo esto?, ¿de qué España habla el 98 dicho lo dicho?

Hoy por hoy resulta patético -tras repasar mínimamente el perfil de esa generación, sin parangón en cualquier país europeo, y esto no es afirmación retórica- contemplar a aquellos que juegan con su memoria para sonsacarles alguna rentabilidad política o académica. Politicastros, más bien tirando a fachas repugnantes, levantan el recuerdo del 98, en este su centenario, para legitimar su adhesión inquebrantable a la nación española de diseño borbónico, moderno e ilustrado. Obesos catedráticos legitiman su salario como funcionarios en prolijos juegos florales e interminables análisis literarios... Esta España sólo merecería su desdén y, precisamente en la medida en que los invoca convertidos en productos de mercadotecnia, más quizá un desdén cainita, agrio y seco, conscientes los noventayochistas de la necesidad de catarsis aun dolorosa. Su lucidez es dura, distante, su torsión contramoderna, decía, no tiene parangón en país europeo alguno. Las viejas raíces encuentran su epílogo triunfal, una lucidez de campo abierto, agreste, muy consciente de lo que la modernidad supone -y en época muy temprana-. De sus rostros no podría sino emerger una gran risotada al escuchar todo eso de la postmodernidad envasada como un nuevo artículo de consumo cultural para esta Europa decadente. La Iberia sumergida de la que hablara Celaya, ese tipo humano sobre el que se han fundado culturas y civilizaciones, no puede servir de coartada a esta España que se olvidó de sí para diluirse en el gran mercado donde ya no queda sino el hombre burgués y los flujos de capital. Esta España y cualquier Estado imaginable no es sino un instrumento de gestión del capital y, por ende, del nihilismo. Estúpido sería proyectar sobre algo tan podrido algo tan egregio como lo que los noventayochistas añoraban.

Ya no existen generaciones de esa altura. Ni siquiera personajes aislados de semejante calado. La compraventa burguesa deja muy pocos resquicios a la propia experiencia de la vida más allá del puesto que el engranaje exige para cada cual en el capital circulante. Como diría Althusser, el capital ya configura de manera directa las subjetualidades: no explota las conciencias, las configura de raíz. Ante un mundo tan ajeno a las sensibilidades noventayochistas, qué indica su ejemplo hoy en día. Desde luego es difícil, mas sólo veo en perspectiva a personajes tan diferentes en apariencia como el anarca jungeriano de inmenso fondo, el taxista de «Taxi driver» o aquel Rimbaud que decide dejarlo todo y dedicarse al tráfico de armas. Acaso el 1998 les dedique como recompensa la fractura de una España convertida en sucursal de los Pryca, por ese pequeño territorio que, de manera paradójica, la viera nacer muy de cerca.

Me refiero a lo avanzado del proceso independentista en Euskalherría. Tampoco nos queramos ilusionar con movimiento secesionista alguno como tal. Los aires burgueses del PNV no son más que una reedición del estado nacional en versión vascongada. Lo cierto es que la independencia vía Arzalluz no sería más que un reajuste en la manera de gestionar el propio capital circulante con el euskera como ornato. El precio de esto es alto ya que la víctima del hombre, del individuo sin límite ni perfil alguno que demanda el mercado, es la propia singularidad de la tierra, esa Iberia sumergida de Celaya. Arzalluz, en realidad, no deja de ser un Pujolón de caserío, antiguo cura, metido a sargentillo inconsciente de la expansión del capital. La burguesía no puede romper con la burguesía y desde el nacionalismo tal cual se llega milimétricamente al mismo lugar al que nos conduce el Estado español, al desarraigo del mercado mundial. Pero no todo es Arzalluz ni PNV: la cuestión vasca -entendida como Movimiento de Liberación- tiene, en su fondo, una telúrica y empecinada conexión con la tierra, un componente tribal evidente. En su fibra late algo ajeno al mercader, todavía consciente de la vía muerta que el capital y la modernidad representan. Pareciera un 98, esta vez de masas, que se revuelve de manera violenta, como sólo el taxista Travis sabe hacerlo, ante una España que se ha negado a sí misma. El pueblo no se anda con componendas, tampoco entiende los devenires del intelecto anarca: desde que el mundo es mundo, expresa su malestar con sangre y brutalidad. Un epílogo salvaje, cuanto más salvaje, más auténtico, emerge ante el ocaso definitivo de aquello para lo que los noventayochistas fueron su epílogo culto. De lo más profundo de la Iberia sumergida surge esa respuesta ante la crisis terminal, ante la modernidad, ante el progreso que uniformiza y desarraiga, que tala robles y siembra plantaciones de eucaliptos, que profana la tierra. Es paradójico ver en las balas de ETA el mismo humo antiguo que en Cara de Plata, que en cualquier noventayochista.

Soy consciente de que estos comentarios van muy a contracorriente. Algo más: atentan la configuración humanista de las mentes contemporáneas. No se escandalizan ante la sangre del individuo y su venerado confort. Llaman a la guerra, o la alaban, aun a sabiendas de que la derrota, triunfe un nacionalismo u otro, es cierta. Nuevos partos espera la historia tras ese amanecer que Nietzsche profetizara. Viejas savias con formas nuevas, bárbaros que llegarán, límites que nos fracturarán, pero esta vez de verdad, ya que, como dice Jünger, la expansión del capital, de la técnica en su ilimitud, termina colisionando con la propia limitud de la tierra.

Recordemos el 98 y a sus hombres: más allá de los velos de los apegos nacionales. Acaso nuevas convergencias surjan.

JOSE CARLOS AGUIRRE

PUBLICADO EN LA REVISTA EL CORAZÓN DEL BOSQUE, Nº 18/19, PRIMAVERA-VERANO DE 1998. PÁGS.: 37 -38
 
Realmente interesante.

La dimensión espiritual del hombre jamás morirá si éste se aísla de un mundo tecnificado. Es posible y hay ejemplos, como los amish. Cada vez entiendo mejor a los integristas islámicos, aún viendo su barbarie.
 
Perineo rebuznó:
Realmente interesante.

La dimensión espiritual del hombre jamás morirá si éste se aísla de un mundo tecnificado. Es posible y hay ejemplos, como los amish. Cada vez entiendo mejor a los integristas islámicos, aún viendo su barbarie.

Eso también puede leerse entre líneas en la última película (para mí buena) del hindú M. Night Shymalan: el bosque.
 
SigillumDiaboli rebuznó:
Perineo rebuznó:
Realmente interesante.

La dimensión espiritual del hombre jamás morirá si éste se aísla de un mundo tecnificado. Es posible y hay ejemplos, como los amish. Cada vez entiendo mejor a los integristas islámicos, aún viendo su barbarie.

Eso también puede leerse entre líneas en la última película (para mí buena) del hindú M. Night Shymalan: el bosque.

Sí, aunque yo preferiría una comunidad no basada en el engaño, sinó en una fuerte conciencia de grupo.
 
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