Asta
Freak
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- 26 Nov 2003
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Os voy a contar un sucedido, aunque sois todos unos mangurrinos,
pero necesito que alguien me dé una explicación plausible,
porque a mi entendimiento se le escapa la lógica de lo que me
ha pasado hoy.
Por las mañanas vengo arrastrando los pieses a mi trabajo,
estoy medio dormida y ni los cuatro cafés que me he trasegado
logran que nada me saque del estúpido ensimismamiento que
padezco hasta casi las diez de la mañana, hora en la que meto
quinta sin problemas.
Horas antes soy un ente abstracto y lamentable al que se le
pueden pegar mocos en la espalda sin miedo a que me entere.
Hoy no ha sido distinto. Bajaba yo la cuestecita del parque que
me lleva a la oficina, dando casi traspiés y canturreando,
(para no dormirme y darme un ostión) una pegadiza melodía
que acababa de oir en la radio, de Carmen de Mairena:
- “Yo soyyy esaaaa, que pone la cosa tieeeesa; soy elegaaaanteee,
por detrás y por delanteeeee”, cuando mi mirada absorta ha
reparado en la figura de un hombre cincuentón, sentado en
un banco de madera al que mis pasos me llevaban por ser
un atajo perfecto.
El hombre estaba cabizbajo, y su barbilla tocaba su pecho.
Enseguida pensé que había fallecido, porque yo soy de natural
optimista, cuando me he dado cuenta que estaba vivo por un
pequeño detalle. Realmente no era tan pequeño el detalle,
porque el aparato que tenía entre manos y que martirizaba a
golpe de tirón “parriba”, tirón “pabajo” era de unas dimensiones
nada reducidas.
Cuando el maromo me ha divisado desde su onánico asiento,
se ha levantado, se ha acercado unos pasos hacia mi posición y,
sonriendo de medio lado, ha procedido a aumentar el ritmo de
forma procaz y obscena. El tio gruñía entre risitas malévolas y
murmuraba “mira, mira..”.
Yo soy de buen talante y mejor obedecer, por lo que me he
parado y he observado.
Entonces el hombre ha cesado de golpe su quehacer y yo,
pensando que el espectáculo había llegado a su fin, he rebuscado
en mi bolso, en el compartimento donde guardo unos centimillos
para la máquina de bebidas, y le he dado un puñadito.
Bondadosa que es una...
Con la otra mano le he palmeado el hombro y le he asegurado
con una sonrisa amable que:
- “Muy bueno lo suyo, caballero. Felicidades”.
Entonces se ha guardado la polla, y se ha largado con rápidas
zancadas llamándome estúpida a grandes voces.
Me ha dejado anonadada.
Estoy muy triste. Hoy no consigo concentrarme en mi trabajo.
La vida es una mierda enorme y con moscas verdes
¿Qué hice mal?
¿En qué aspecto molesté al simpático hombrecillo del parque?
¿Por qué nadie me quiere?
pero necesito que alguien me dé una explicación plausible,
porque a mi entendimiento se le escapa la lógica de lo que me
ha pasado hoy.
Por las mañanas vengo arrastrando los pieses a mi trabajo,
estoy medio dormida y ni los cuatro cafés que me he trasegado
logran que nada me saque del estúpido ensimismamiento que
padezco hasta casi las diez de la mañana, hora en la que meto
quinta sin problemas.
Horas antes soy un ente abstracto y lamentable al que se le
pueden pegar mocos en la espalda sin miedo a que me entere.
Hoy no ha sido distinto. Bajaba yo la cuestecita del parque que
me lleva a la oficina, dando casi traspiés y canturreando,
(para no dormirme y darme un ostión) una pegadiza melodía
que acababa de oir en la radio, de Carmen de Mairena:
- “Yo soyyy esaaaa, que pone la cosa tieeeesa; soy elegaaaanteee,
por detrás y por delanteeeee”, cuando mi mirada absorta ha
reparado en la figura de un hombre cincuentón, sentado en
un banco de madera al que mis pasos me llevaban por ser
un atajo perfecto.
El hombre estaba cabizbajo, y su barbilla tocaba su pecho.
Enseguida pensé que había fallecido, porque yo soy de natural
optimista, cuando me he dado cuenta que estaba vivo por un
pequeño detalle. Realmente no era tan pequeño el detalle,
porque el aparato que tenía entre manos y que martirizaba a
golpe de tirón “parriba”, tirón “pabajo” era de unas dimensiones
nada reducidas.
Cuando el maromo me ha divisado desde su onánico asiento,
se ha levantado, se ha acercado unos pasos hacia mi posición y,
sonriendo de medio lado, ha procedido a aumentar el ritmo de
forma procaz y obscena. El tio gruñía entre risitas malévolas y
murmuraba “mira, mira..”.
Yo soy de buen talante y mejor obedecer, por lo que me he
parado y he observado.
Entonces el hombre ha cesado de golpe su quehacer y yo,
pensando que el espectáculo había llegado a su fin, he rebuscado
en mi bolso, en el compartimento donde guardo unos centimillos
para la máquina de bebidas, y le he dado un puñadito.
Bondadosa que es una...
Con la otra mano le he palmeado el hombro y le he asegurado
con una sonrisa amable que:
- “Muy bueno lo suyo, caballero. Felicidades”.
Entonces se ha guardado la polla, y se ha largado con rápidas
zancadas llamándome estúpida a grandes voces.
Me ha dejado anonadada.
Estoy muy triste. Hoy no consigo concentrarme en mi trabajo.
La vida es una mierda enorme y con moscas verdes
¿Qué hice mal?
¿En qué aspecto molesté al simpático hombrecillo del parque?
¿Por qué nadie me quiere?