Por azares de la vida, he sido dotado de una voz grave y viril. Curiosamente, de niño la tenía bastante aguda, pero en un par de años, cuando di el estirón, me cambió de tal manera que ya en COU le saqué provecho por primera vez. Bueno, eso era lo que pretendía, sacarle provecho, pero al final nada: una compañera de clase, a la que yo pretendía, me pidió que llamara a su casa haciéndome pasar por el profesor para justificar su suspenso y decirle a la madre algo en plan "no se preocupe que su hija en septiembre aprueba". Coló perfectamente. La tía me dio las gracias y nada más, se libró del castigo por suspender, y yo me quedé sin un mísero besito. Sabía que me gustaba, y en cuanto pudo sacar tajada, no dudó en hacerlo. Sabía que yo no iba a ser capaz de decir que no. Momento pagafantas total, era joven e inexperto.
Actualmente en mi profesión intento emplear la voz como un arma comercial más. Y se nota. Se nota y mucho, especialmente por teléfono, porque la ausencia de presencia física excita la imaginación. No será la primera vez que concertando una reunión con algún cliente femenino o negociando las condiciones de una campaña con alguna responsable de negociación de alguna agencia o central he apreciado, de manera notabilísima, un especial agrado en mi interlocutora, especialmente si es la primera o segunda vez que habla conmigo. Callan, y noto que escuchan no tanto mis palabras como el tono de mi voz y cómo hablo. Estas cosas se notan. Y luego, cuando intervienen ellas adecuan su voz a las modulaciones que yo he imprimido a la mía. Si me he puesto meloso, melosas se ponen; si me he puesto firme, firme se ponen. Incluso responden favorablemente a las interjecciones guturales que me gusta hacer cuando veo que funciona, a los hummm y a los los mmm: tras hacerlo se les escapa una furtiva sonrisilla tímida, o hablan más despacio y susurrantes. Es muy, muy divertido.
Cuando trabajaba en la radio, una de las cosas que más me gustaban era subir a las peceras a oír y sobre todo ver en directo las voces de las locutoras. Era verdaderamente impresionante. Normalmente ponemos la tele o la radio y oímos en los doblajes o en las locutoras dicciones impecables, voces fantásticas, pero como todas son voces impecables y locuciones fantásticas y salen de unos altavoces, no nos percatamos de ello, o lo vemos como normal. Sin embargo, en la vida real la gente no tiene esa voz ni esa dicción, y cuando en la vida real oímos a alguien con esa voz y esa dicción -y no hablo de una que tenga una voz bonita, hablo de una profesional que se gana la vida con la voz y además lo está haciendo en ese momento-, cuando oímos y también vemos en vivo y en directo por primera vez estas cosas, impresiona. A todo el mundo le pasa. No sé si a alguno de vosotros le ha pasado, si conoce a algún doblador o locutor y les ha visto en vivo locutar, pero si es así, seguro que sabe a lo que me refiero.
De todas maneras, esto no sirve para nada a la hora de la verdad. Podrás tener la voz más chupi del mundo, y que la que esté al otro lado del teléfono se moje como una perra y se imagine que eres un Adonis, pero si luego no estás a la altura de tu voz, mierda pa ti.