Libros Ladrillos de nuestra vida (Fragmentos memorables y relatos breves)

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Yahvé

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17 Ene 2004
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Estimados compañeros de café, contertulios míos y tesoreros del saber Occidental:

Tengo a bien abrir este hilo ahora que cualquier libro puede obternerse en formato pdf a través de nuestro surtidor habitual con el fin de que copypasteemos fragmentos especialmente interesantes que nos hayan marcado, aleccionado o transmitido algo para el deleite del selecto personal que se sienta, y contemplativo, disfruta de este sosegado jardín de las delicias, apartado, recogido, guardado, que es este pequeño y mimado subforo. No es plato de gusto leer en la pantalla, para mí el primero, y es por ello que intentaré dividir en párrafos en la medida de lo posible todo aquello que juzgue a bien compartir con vosotros y de la misma forma lo pondré en negrita para no arruinar nuestra vista.

Regalémonos saber amigos, saber.


Empiezo con un fragmento especialmente preclaro y ameno que trata del alma y el instinto del hombre. Se recoge en el Lobo Estepario, del amigo Hesse, concretamente en su segunda parte, Tractact del Lobo Estepario e intenta explicar qué encierra la a priori simplista división del protagonista, Harry Haller, en Lobo y Hombre así como la multiplicidad del alma humana y el camino hacia los Inmortales.
Pura cremita.

Para terminar nuestro estudio queda por resolver todavía una última ficción, una mixtificación fundamental. Todas las «aclaraciones», toda la psicología, todos los intentos de comprensión necesitan, desde luego, de los medios auxiliares, teorías, mitologías, ficciones; y un autor honrado no debería omitir al final de una exposición la resolución en lo posible de estas ficciones. Cuando digo «arriba» o «abajo», ya es esto una afirmación que necesita explicarse, pues un arriba y un abajo no los hay más que en el pensamiento, en la abstracción. El mundo mismo no conoce ningún arriba ni abajo.
Así es también, para decirlo pronto, una mentira el lobo estepario. Cuando Harry se considera a sí mismo como hombre-lobo y piensa que está compuesto de dos seres hostiles y contrarios, ello es puramente una mitología simplificadora. Harry no es un hombre-lobo, y si nosotros también acogimos, aparentemente sin fijarnos, su ficción, por él mismo inventada y creída, tratando de considerarlo y de explicarlo realmente como un ente doble, como lobo estepario, nos aprovechamos de un engaño con la esperanza de ser comprendidos más fácilmente, engaño cuya depuración debe intentarse ahora.

La bidivisión en lobo y hombre, en instinto y espíritu, por la cual Harry procura hacerse más comprensible su sino, es una simplificación muy grosera, una violencia ejercida sobre la realidad en beneficio de una explicación plausible, pero equivocada, de las contradicciones que este hombre encuentra dentro de sí y que le parecen la fuente de sus no escasos sufrimientos. Harry encuentra en sí un «hombre», esto es, un mundo de ideas, sentimientos, de cultura, de naturaleza dominada y sublimada, y a la vez encuentra allí al lado, también dentro de sí, un «lobo», es decir, un mundo sombrío de instintos, de fiereza, de crueldad, de naturaleza ruda, no sublimada. A pesar de esta división aparentemente tan clara de su ser en dos esferas que le son hostiles, ha comprobado, sin embargó, alguna vez que por un rato, durante algún feliz momento, se reconcilian el lobo y el hombre. Si Harry quisiera tratar de determinar en cada instante aislado de su vida, en cada uno de sus actos, en cada una de sus sensaciones, qué participación tuviera el hombre y cuál el lobo, se encontraría en un callejón sin salida y se vendría abajo toda su bella teoría del lobo. Pues no hay un solo hombre, ni siquiera el negro primitivo, ni tampoco el idiota, tan lindamente sencillo que su naturaleza pueda explicarse como la suma de sólo dos o tres elementos principales; y querer explicar a un hombre precisamente tan diferenciado como Harry con la división pueril en lobo y hombre, es un intento infantil desesperado. Harry no está compuesto de dos seres, sino de ciento, de millares. Su vida oscila (como la vida de todos los hombres) no ya entre dos polos, por ejemplo el instinto y el alma, o el santo y el libertino, sino que oscila entre millares, entre incontables pares de polos.


No ha de asombrarnos que un hombre tan instruido y tan inteligente como Harry se tenga por un lobo estepario, crea poder encerrar la rica y complicada trama de su vida en una fórmula tan llana, tan primitiva y brutal. El hombre no posee muy desarrollada la capacidad de pensar, y hasta el más espiritual y cultivado mira al mundo y a sí propio siempre a través del lente de fórmulas muy ingenuas, simplificadoras y engañosas - ¡especialmente a sí propio!-. Pues, a lo que parece, es una necesidad innata fatal en todos los hombres representarse cada uno su yo como una unidad. Y aunque esta quimera sufra con frecuencia algún grave contratiempo y alguna sacudida, vuelve siempre a curar y surgir lozana. El juez, sentado frente al asesino y mirándolo a los ojos, que oye hablar todo un rato al criminal con su propia voz (la del juez) y encuentra además en su propio interior todos los matices y capacidades y posibilidades del otro, vuelve ya al momento siguiente a su propia identidad, a ser Juez, se cobija de nuevo rápidamente en la funda de su yo imaginario, cumple con su deber y condena a muerte al asesino. Y si alguna vez en las almas humanas organizadas delicadamente y de especiales condiciones de talento surge el presentimiento de su diversidad, si ellas, como todos los genios, rompen el mito de la unidad de la persona y se consideran como polipartitas, como un haz de muchos yos, entonces, con sólo que lleguen a expresar esto, las encierra inmediatamente la mayoría, llama en auxilio a la ciencia, comprueba esquizofrenia y protege al mundo de que de la boca de estos desgraciados tenga que oír un eco de la verdad. Pero ¿ a qué perder aquí palabras, a qué expresar cosas cuyo conocimiento se sobreentiende para todo el que piense, pero que no es costumbre expresarlas? Cuando, por consiguiente, un hombre se adelanta a extender a una duplicidad la unidad imaginada del yo, resulta ya casi un genio, al menos en todo caso una excepción rara e interesante. Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aun al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.


La ilusión descansa en una sencilla traslación. Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás. También en poesía, hasta en la más refinada, se viene operando siempre desde tiempo inmemorial con personajes aparentemente completos, aparentemente de unidad. En la poesía que hasta ahora se conoce, los especialistas, los competentes, prefieren el drama, y con razón, pues ofrece (u ofrecería) la posibilidad máxima de representar al yo como una multiplicidad -si a esto no lo contradijera la grosera apariencia de que cada personaje aislado del drama ha de antojársenos una unidad, ya que está metido dentro de un cuerpo solo, unitario y cerrado-. Y es el caso también que la estética ingenua considera lo más elevado al llamado drama de caracteres, en el cual cada figura aparece como unidad perfectamente destacada y distinta. Sólo poco a poco, y visto desde lejos, va surgiendo en algunos la sospecha de que quizá todo esto es una barata estética superficial, de que nos engañamos al aplicar a nuestros grandes dramáticos los conceptos, magníficos, pero no innatos a nosotros, sino sencillamente imbuidos, de belleza de la Antigüedad, la cual, partiendo siempre del cuerpo visible, inventó muy propiamente la ficción del yo, de la persona. En los poemas de la vieja India, este concepto es totalmente desconocido; los héroes de las epopeyas indias no son personas, sino nudos de personas, series de encarnaciones. Y en nuestro mundo moderno hay obras poéticas en las cuales, tras el velo del personaje o del carácter, del que el autor apenas si tiene plena conciencia, se intenta representar una multiplicidad anímica. Quien quiera llegar a conocer esto ha de decidirse a considerar a las figuras de una poesía así no como seres singulares, sino como partes o lados o aspectos diferentes de una unidad superior (sea el alma del poeta). El que examine, por ejemplo, al Fausto de esta manera, obtendrá de Fausto, Mefistófeles, Wagner y todos los demás una unidad, un hiperpersonaje, y únicamente en esta unidad superior, no en las figuras aisladas, es donde se denota algo de la verdadera esencia del alma humana.

Cuando Fausto dice aquella sentencia tan famosa entre los maestros de escuela y admirada con tanto horror por el filisteo: Hay viviendo dos almas en mi pecho, entonces se olvida de Mefistófeles y de una multitud entera de otras almas, que lleva igualmente en su pecho. También nuestro lobo estepario cree firmemente llevar dentro de su pecho dos almas (lobo y hombre), y por ello se siente ya fuertemente oprimido. Y es que, claro, el pecho, el cuerpo no es nunca más que uno; pero las almas que viven dentro no son dos, ni cinco, sino innumerables; el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos. Esto lo reconocieron y lo supieron con exactitud los antiguos asiarcas, y en el yoga budista se inventó una técnica precisa para desenmascarar el mito de la personalidad. Pintoresco y complejo es el juego de la vida: este mito, por desenmascarar el cual se afanó tanto la India durante mil años, es el mismo por cuyo sostenimiento y vigorización ha trabajado el mundo occidental también con tanto ahínco.

Si observamos desde este punto de vista al lobo estepario, nos explicamos por qué sufre tanto bajo su ridícula duplicidad. Cree, como Fausto, que dos almas son ya demasiado para un solo pecho y habrían de romperlo. Pero, por el contrario, son demasiado poco, y Harry comete una horrible violencia con su alma al tratar de explicársela de un aspecto tan rudimentario. Harry, a pesar de ser un hombre muy ilustrado, se produce como, por ejemplo, un salvaje que no supiera contar más que hasta dos. A un trozo de silo llama hombre; a otro, lobo, y con ello cree estar al fin de la cuenta y haberse agotado. En el «hombre» mete todo lo espiritual, sublimado o, por lo menos, cultivado, que encuentra dentro de sí, y en el «lobo» todo lo instintivo, fiero y caótico. Pero de un modo tan simple como en nuestros pensamientos, de un modo tan grosero como en nuestro ingenuo lenguaje, no ocurren las cosas en la vida, y Harry se engaña doblemente al aplicar esta teoría primitiva del lobo. Tememos que Harry atribuya ya al hombre regiones enteras de su alma que aún están muy distantes del hombre, y en cambio al lobo partes de su ser que hace ya mucho se han salido de la fiera.
Como todos los hombres, cree también Harry que sabe muy bien lo que es el ser humano, y, sin embargo, no lo sabe en absoluto, aun cuando lo sospecha con alguna frecuencia en sueños y en otros estados de conciencia difíciles de comprobar. ¡Si no olvidara estas sospechas! ¡Si al menos se las asimilara en todo lo posible! El hombre no es de ninguna manera un producto firme y duradero (éste fue, a pesar de los presentimientos contrapuestos de sus sabios, el ideal de la Antigüedad), es más bien un ensayo y una transición; no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios lo impulsa la determinación más íntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su vida temblando de miedo. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces, entienden bajo el concepto «hombre», es siempre no más que un transitorio convencionalismo burgués. Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de civilidad y desbestialización, una pequeña porción de espíritu no sólo se permite, sino que es necesaria. El «hombre» de esta convención es, como todo ideal burgués, un compromiso, un tímido ensayo de ingenua travesura para frustrar tanto a la perversa madre primitiva Naturaleza como al molesto padre primitivo Espíritu en sus vehementes exigencias, y lograr vivir en un término medio entre ellos. Por esto permite y tolera el burgués eso que llama «personalidad»; pero al mismo tiempo entrega la personalidad a aquel moloc «Estado» y enzarza continuamente al uno contra la otra. Por eso el burgués quema hoy por hereje o cuelga por criminal a quien pasado mañana ha de levantar estatuas.

Que el «hombre» no es algo creado ya, sino una exigencia del espíritu, una posibilidad lejana, tan deseada como temida, y que el camino que a él conduce sólo se va recorriendo a pequeños trocitos y bajo terribles tormentos y éxtasis, precisamente por aquellas raras individualidades a las que hoy se prepara el patíbulo y mañana el monumento; esta sospecha vive también en el lobo estepario. Pero lo que él dentro de sí llama «hombre», en contraposición a su «lobo», no es, en gran parte, otra cosa más que precisamente aquel «hombre» mediocre del convencionalismo burgués. El camino al verdadero hombre, el camino a los inmortales, no deja Harry de adivinarlo perfectamente y lo recorre también aquí y allá con timidez muy poco a poco, pagando esto con graves tormentos, con aislamiento doloroso. Pero afirmar y aspirar a aquella suprema exigencia, a aquella encarnación pura y buscada por el espíritu, caminar la única senda estrecha hacia la inmortalidad, eso lo teme él en lo más profundo de su alma. Se da perfecta cuenta: ello conduce a tormentos aún mayores, a la proscripción, al renunciamiento de todo, quizás al cadalso; y aunque al final de este camino sonríe seductora la inmortalidad, no está dispuesto a sufrir todos estos sufrimientos, a morir todas estas muertes. Aun teniendo más conciencia del fin de la encarnación que los burgueses, cierra, sin embargo, los ojos y no quiere saber que el apego desesperado al yo, el desesperado no querer morir, es el camino más seguro para la muerte eterna, en tanto que sabe morir, rasgar el velo del arcano, ir buscando eternamente mutaciones al yo, conduce a la inmortalidad. Cuando adora a sus favoritos entre los inmortales, por ejemplo a Mozart, no lo mira en último término nunca sino con ojos de burgués, y tiende a explicarse doctoralmente la perfección de Mozart sólo por sus altas dotes de músico, en lugar de por la grandeza de su abnegación, paciencia en el sufrimiento e independencia frente a los ideales de la burguesía, por su resignación para con aquel extremo aislamiento, parecido al del huerto de Getsemani, que en torno del que sufre y del que está en trance de reencarnación enrarece toda la atmósfera burguesa hasta convertirla en helado éter cósmico.

Pero, en fin, nuestro lobo estepario ha descubierto dentro de sí, al menos, la duplicidad fáustica; ha logrado hallar que a la unidad de su cuerpo no le es inherente una unidad espiritual, sino que, en el mejor de los casos, sólo se encuentra en camino, con una larga peregrinación por delante, hacia el ideal de esta armonía. Quisiera o vencer dentro de sí al lobo y vivir enteramente como hombre o, por el contrario, renunciar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida uniforme, sin desgarramientos. Probablemente no ha observado nunca con atención a un lobo auténtico; hubiese visto entonces quizá que tampoco los animales tienen un alma unitaria, que también en ellos, detrás de la bella y austera forma del cuerpo, viven una multiplicidad de afanes y de estados; que también el lobo tiene abismos en su interior, que también el lobo sufre. No, con la «¡Vuelta a la naturaleza!» va siempre el hombre por un falso camino, lleno de penalidades y sin esperanzas. Harry no puede volver a convertirse enteramente en lobo, y silo pudiera, vería que tampoco el lobo es a su vez nada sencillo y originario, sino algo ya muy complicado y complejo. También el lobo tiene dos y más de dos almas dentro de su pecho de lobo, y quien desea ser un lobo incurre en el mismo olvido que el hombre de aquella canción: «¡Feliz quien volviera a ser niño!» El hombre simpático, pero sentimental, que canta la canción del niño dichoso, quisiera volver también a la naturaleza, a la inocencia, a los principios, y ha olvidado por completo que los niños no son felices en absoluto, que son capaces de muchos conflictos, de muchas desarmonías, de todos los sufrimientos.

Hacia atrás no conduce, en suma, ninguna senda, ni hacia el lobo ni hacia el niño. En el principio de las cosas no hay sencillez ni inocencia; todo lo creado, hasta lo que parece más simple, es ya culpable, es ya complejo, ha sido arrojado al sucio torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede nunca más nadar contra corriente. El camino hacia la inocencia, hacia lo increado, hacia Dios, no va para atrás, sino hacia delante; no hacia el lobo o el niño, sino cada vez más hacia la culpa, cada vez más hondamente dentro de la encarnación humana. Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de apuro realmente; tienes que recorrer el camino más largo, más penoso y más difícil de la humana encarnación; habrás de multiplicar todavía con frecuencia tu duplicidad; tendrás que complicar aún más tu complicación. En lugar de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo, tendrás que acoger a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso algún día al fin, al descanso. Por este camino marcharon Buda y todos los grandes hombres, unos a sabiendas, otros inconscientemente, mientras la aventura les salía bien. Nacimiento significa desunión del todo, significa limitación, apartamiento de Dios, penosa reencarnación. Vuelta al todo, anulación de la dolorosa individualidad, llegar a ser Dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma que pueda volver a comprender nuevamente al todo.

No se trata aquí del hombre que conoce la escuela, la economía política ni la estadística, ni del hombre que a millones anda por la calle y que no tiene más importancia que la arena o que la espuma de los mares: da lo mismo un par de millones más o menos; son material nada más. No, nosotros hablamos aquí del hombre en sentido elevado, del término del largo camino de la encarnación humana, del hombre verdaderamente regio, de los inmortales. El genio no es tan raro como quiere antojársenos con frecuencia; claro que tampoco es tan frecuente, como se figuran las historias literarias y la historia universal y hasta los periódicos. El lobo estepario Harry, a nuestro juicio, sería genio bastante para intentar la aventura de la encarnación humana, en lugar de sacar a colación lastimeramente a cada dificultad su estúpido lobo estepario.
Que hombres de tales posibilidades salgan del paso con lobos esteparios y «hay viviendo dos almas en mi pecho», es tan extraño y entristecedor como que muestren con frecuencia aquella afición cobarde a lo burgués. Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del «lobo» y no quiere enterarse de que a veces el lobo es su parte mejor. A todo lo fiero dentro de silo llama lobo y lo tiene por malo, por peligroso, por terror de los burgueses; pero él, que cree, sin embargo, ser un artista y tener sentidos delicados, no es capaz de ver que fuera del lobo, detrás del lobo, viven otras muchas cosas en su interior; que no es lobo todo lo que muerde; que allí habitan además zorro, dragón, tigre, mono y ave del paraíso. Y que todo este mundo, este completo edén de miles de seres, terribles y lindos, grandes y pequeños, fuertes y delicados, es ahogado y apresado por el mito del lobo, lo mismo que el verdadero hombre que hay en él es ahogado y preso por la apariencia de hombre, por el burgués.

Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo «comestible» y la «mala hierba», entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos.


Así hace el lobo estepario con las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de «hombre» o de «lobo», ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como «hombre»!
Todo lo cobarde, todo lo simio, todo lo estúpido y minúsculo, como no sea muy directamente lobuno, lo cuenta al lado del «hombre», así como atribuye al lobo todo lo fuerte y noble sólo porque aún no consiguiera dominarlo.
Nos despedimos de Harry. Lo dejamos seguir solo su camino. Si ya estuviese con los inmortales, si ya hubiera llegado allí donde su penosa marcha parece apuntar, ¡cómo miraría asombrado este ir y venir, este fiero e irresoluto zigzag de su ruta, cómo sonreiría a este lobo estepario, animándolo, censurándolo, con lástima y con complacencia!

La verdad es que me he pasado considerablemente, si de alguna otra manera pudiese menos cansado para la vista, y por tanto más legible, comuníqueseme y lo solventaré. Creo que merece la pena.
 
Eso es un coñazo, por cosas como ésta me dejó helado El lobo estepario provocando en mi un rechazo hacia Hermann Hesse que aún no he superado. Quizás con el recién creado club del libro de este foro me obligue a leer algo más de él.

No sé por qué coño se le dio el Nobel, ¿no había nadie más para concedérselo?, ¿o es que había que premiar a un alemán tras la guerra para aliviar tensiones? Por entonces Borges ya había publicado Ficciones. Sin comentarios.
 
....Se me ocurrió hablar del vino y del hachis en el mismo artículo, porque
ambos poseen efectivamente algo en común: el desarrollo poético excesivo del
hombre. El gusto frenético del hombre por todas las sustancias, sanas o
peligrosas, que exaltan su personalidad, atestigua su grandeza. Siempre
aspira a enardecer sus esperanzas y a elevarse hacia el infinito. Pero es
preciso ver los resultados. He aqui un licor que activa la digestión,
fortalece los músculos y enriquece la sangre. Incluso tomado en gran
cantidad, no causa sino desórdenes bastante breves. Y he aqui una sustancia
que interrumpe las funciones digestivas, debilita los miembros y puede
ocacionar una embriaguez de veinticuatro horas. El vino exalta la voluntad,
el hachis la aniquila. El vino contituye un soporte físico, el hachis es un
arma para el suicidio. El vino hace que el hombre sea bueno y sociable. El
hachis lo aísla. Uno es laborioso, por decirlo asi, el otro en cambio es
perezoso. Pues ¿para qué trabajar, laborar, escribir, fabricar lo que sea,
si es posible apoderarse del paraíso de un solo golpe? En suma, el vino es
para el pueblo que trabaja y merece beberlo. El hachis pertenece a la clase
de los goces solitarios: esta hecho para los miserables ociosos. El vino es
útil, produce resultados fructíferos. El hachís es inútil y peligroso.

Charles Baudelaire
"LOS PARAISOS ARTIFICIALES"
"Acerca del vino y del hachis"
 
Harry Lime rebuznó:
Eso es un coñazo, por cosas como ésta me dejó helado El lobo estepario provocando en mi un rechazo hacia Hermann Hesse que aún no he superado. Quizás con el recién creado club del libro de este foro me obligue a leer algo más de él.

No sé por qué coño se le dio el Nobel, ¿no había nadie más para concedérselo?, ¿o es que había que premiar a un alemán tras la guerra para aliviar tensiones? Por entonces Borges ya había publicado Ficciones. Sin comentarios.

Si te aburre el Tractat del lobo estepario mejor hubiera sido que nunca hubieras aprendido a leer, te deberian haber hecho como a Conan, engancharte a esa especie de molino y a tirar millas.
 
Max_Demian rebuznó:
Harry Lime rebuznó:
Eso es un coñazo, por cosas como ésta me dejó helado El lobo estepario provocando en mi un rechazo hacia Hermann Hesse que aún no he superado. Quizás con el recién creado club del libro de este foro me obligue a leer algo más de él.

No sé por qué coño se le dio el Nobel, ¿no había nadie más para concedérselo?, ¿o es que había que premiar a un alemán tras la guerra para aliviar tensiones? Por entonces Borges ya había publicado Ficciones. Sin comentarios.

Si te aburre el Tractat del lobo estepario mejor hubiera sido que nunca hubieras aprendido a leer, te deberian haber hecho como a Conan, engancharte a esa especie de molino y a tirar millas.


Ójala lo hubieran hecho, con ello podría ser ahora mismo gobernador de California y si ni tan siquiera supiera sumar o restar podría haber llegado a presidente de los EEUU. Por cierto, si tan divertido e interesante es, ¿cómo es que aparece en la sección "Ladrillos"?
 
Creo que se debe a un error de concepto.
El calificativo de "ladrillo" no es peyorativo en este subforo.
 
Quizás no entienda vuestra jerga puesto que no llevo mucho en el foro, así que me guié por el DRAE para saber lo que era un ladrillo:

4. m. coloq. Cosa pesada o aburrida.

Eso es exactamente lo que pensé al leer el libro de Hesse, es un coñazo infecto. Es la primera vez que me pasa con una supuesta obra maestra, hasta ese momento había leído numerosos libros recomendados como maravillas de la literatura y siempre había estado de acuerdo, a lo sumo, me había parecido que no eran para tanto. Sin embargo El lobo esteparioo me produjo un rechazo total, a pesar de haberlo intentado leer en otras ocasiones diferentes, dejando pasar el tiempo.

Es lo que hay.
 
Harry Lime rebuznó:
es un coñazo infecto.

Es lo que hay.

Hideputa, hideputa!!

No lo entiendo, nada me parece mas estimulante que el análisis de la psique de un intelectual inadaptado. Tienes leido algo mas de Hermann Hesse? Lamentablemente no te puedo dar grandes argumentos en defensa de ese libro porque me unen grandes afinidades con Hermann Hesse, y comprendo que lo mismo que yo siento esa simpatia a ti te despierta gran antipatía... pero no sé, al menos podrías decir que libros no te parecen un coñazo infecto.
 
Por lo que tengo comprobado, la gente que adora este libro y los de su autor suelen haber leído Demian en su adolescencia o El lobo estepario a esa tierna edad. Desde ese momento se enganchan al autor y a su estilo.

Yo me lo leí habiendo pasado esa época febril y no pude con su estructura confusa e inconexa. Es un libro que empieza de una forma más o menos lógica y típica (simplemente aburrida) para ir cayendo en una vorágine de (al menos para mi) charlotadas y despropósitos. Todo aquél rollo del teatro sólo para locos o la matanza de coches me hicieron casi abandonar la lectura. Si continúe fue por vergüenza torera y poder decir que me había terminado este "clásico". Con respecto al fragmento que han pegado aquí, es sin duda la "chicane" del libro; el famoso Tractact es una cumbre del aburrimiento literario engarzada en un libro muy sobrevalorado.

Por otra parte, es posible que tan sólo aquellos que sientan esa dualidad lobo-hombre se vean reflejados en este mamotreto y por ello acaben siendo sus más duros defensores. Ya has apuntado que tú sí te sientes identificado con el autor/protagonista Hesse/Haller. Esa tortura de intelectual incomprendido y que quiere acabar con su existencia por culpa de su lobo interno, queda muy lejos de mi. Debo ser o un Homo Sapiens evolucionado que ha conseguido amalgamar esa dualidad en mi espíritu, o quizás un Homo Sapiens involucionado que no aprecia esa dualidad porque ni siquiera la posee (en este caso preferiría ser llamado Homo Erectus como aviso para próximas reprimendas)

Por desgracia no he leído nada más del autor, al ser este libro mi primera toma de contacto con él, comprenderás que, a partir de entonces, huyera de él como de la peste. No obstante, observo que el club de lectura de este foro tiene su Siddharta entre las próximas lecturas. Así que igual me da la venada y me flagelo otra vez.
 
Harry Lime rebuznó:
Por cierto, si tan divertido e interesante es, ¿cómo es que aparece en la sección "Ladrillos"?

Por ladrillo entiendo toda lectura ante la pantalla del ordenador que sobrepase lo humanamente saludable y no necesariamente tiene connotaciones negativas salvo para algunos viejos archienemigos como Baron Asler y otros de peor fortuna de los que ni recuerdo nombre.

Mi intención con este hilo es basicamente la recopilación de diversos fragmentos especialmente jugosos, ahora que Emule y *.pdf lo permiten en conjunción, de todas aquellas lecturas que nos hayan marcado de algún modo con la finalidad de ser leídos en momentos de asueto o bien tras un arduo día de batalla en el General, para ser comentados, criticados, o ignorados según se tenga a bien.
 
Jacques de Molay rebuznó:
Creo que se debe a un error de concepto.
El calificativo de "ladrillo" no es peyorativo en este subforo.

Ciertamente, Molay dixit
 
Fragmentos memorables (y relatos breves)

Melancolía, puede ser. No obstante, he visto la necesidad de postear los pasajes de En el camino, de Jack Kerouac, que más me impactaron durante mi primera lectura de este clásico; ya sea por sus descripciones llenas de color y vitalidad, ya sea por su frenética narración o por ciertas deliberaciones existencialistas. Magnífica obra de contrastes y minuciosas joias que conviene explotar al máximo.
Creo que puede llegar a ser interesante un post alimentado solamente por aquellos fragmentos que sean de notable consideración e importancia debido a su contenido descriptivo, retórico, épico, innovador o basado en mil razones más.

“La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos coches amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un “¡Ahhh!”. ¿Cómo se llamaban estos jóvenes en la Alemania de Goethe?” (I, I)

“Y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía ni quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato que nunca había visto antes, oyendo los siseos del vapor afuera, y el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos. No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal, la vida de un fantasma. Estaba a medio camino atravesando América, en la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro, y quizá por eso sucedía eso allí y entonces, aquel extraño atardecer rojo.” (I, III)

“La ópera era Fidelio. “¡Cuánta tiniebla!”, gritaba el barítono en el calabozo bajo una imponente losa. Lloré. También veo la vida de ese modo. Estaba tan interesado en la ópera que durante un rato olvidé las circunstancias de mi loca existencia y me perdí entre los tristes sonidos de Beethoven y los matizados tonos de Rembrandt del libreto.” (I, IX)

“Llegó enseguida el crepúsculo, un crepúsculo púrpura sobre viñas, naranjos y campos de melones; el sol de color de uva pisada, cortado con rojo borgoña, los campos color amor y misterios españoles. Saqué la cabeza por la ventanilla y respiré profundamente la fragancia del aire. Fue el más hermoso de todos los momentos” (I, XII)

“¿No es cierto que se empieza la vida como un dulce niño que cree en todo lo que pasa bajo el techo de su padre? Luego llega el día de la decepción cuando uno se da cuenta de que es desgraciado y miserable y pobre y está ciego y desnudo, y con rostro de fantasma dolorido y amargado camina temblando por la pesadilla de la vida” (I, XIV)

“Algo, alguien, un espíritu nos perseguía por el desierto de la vida y nos alcanzaría antes de llegar al cielo. Por supuesto, ahora que volvía a ello, no podía ser más que la muerte: la muerte que nos alcanza antes de que lleguemos al cielo. Lo que anhelamos durante nuestra vida, lo que nos hace suspirar y gemir y sufrir todo tipo de dulces náuseas, es el recuerdo de una santidad perdida que probablemente disfrutamos en el seno materno y sólo puede reproducirse (aunque nos moleste admitirlo) al morir. Pero, ¿quién quiere morir? En el torbellino de acontecimientos en el fondo de la mente seguía pensando en eso” (II, IV)

“Desde las orillas donde hombres infinitesimales pescaban con caña, y desde los brazos del delta que se extendían por una tierra cada vez más roja, el enorme río jorobado rodeaba Algiers con su brazo principal, con rumor indescriptible. Soñolienta y peninsular, Algiers parecía condenada a ser barrida algún día con sus avispas y chozas. El sol declinaba, los mosquitos revoloteaban, las temibles aguas rugían.” (II, VI)

“¿Qué se siente cuando uno se aleja de la gente y ésta retrocede en el llano hasta que se convierte en motitas que se desvanecen? Es que el mundo que nos rodea es demasiado grande, y es el adiós. Pero nos lanzamos hacia delante en busca de la próxima aventura disparatada bajo los cielos.” (II, VIII)

“Y durante un momento llegué al punto del éxtasis al que siempre había querido llegar; a ese paso completo a través del tiempo cronológico camino de las sombras sin nombre; al asombro en la desolación del reino de lo mortal con la sensación de la muerte pisándome los talones, y un fantasma siguiendo sus pasos y yo corriendo por una tabla desde la que todos los ángeles levantan el vuelo y se dirigen al vacío sagrado de la vacuidad increada, mientras poderosos e inconcebibles esplendores brillan en la esplendente Esencia Mental e innumerables regiones del loto caen abriendo la magia del cielo. Oía un indescriptible rumor hirviente que no estaba en mi oído sino en todas partes y no tenía nada que ver con el sonido. Comprendí que había muerto y renacido innumerables veces aunque no lo recordaba porque el paso de vida a muerte y de muerte a vida era fantasmalmente fácil; una acción mágica sin valor, lo mismo que dormir y despertar millones de veces, con una profunda ignorancia totalmente casual. Comprendí que estas ondulaciones de nacimiento y muerte sólo tenían lugar debido a la estabilidad de la Mente intrínseca, igual que la acción del viento sobre la superficie pura, serena y como de un espejo del agua. Sentí una dulce beatitud oscilante, como un gran chute de heroína en plena vena; como un trago de vino al atardecer que hace estremecerse; mis pies vacilaron. Pensé que iba a morir de un momento a otro” (II, X)

“La carretera era una larga línea recta. No era como conducir a través de Carolina, Texas, Arizona o Illinois; era como conducir a través del mundo por lugares donde por fin aprenderíamos a conocernos entre los indios del mundo, esa raza esencial básica de la humanidad primitiva y doliente que se extiende a lo largo del vientre ecuatorial del planeta desde Malaya (esa larga uña de China) hasta el gran subcontinente de la India, hasta Arabia, hasta Marruecos, hasta estos mismos desiertos y selvas de México y sobre los mares hasta Polinesia, hasta el místico Siam del Manto Amarillo y así, dando vueltas y vueltas, se oye el mismo lamento junto a las destrozadas murallas de Cádiz, España, que se oye 20.000 kilómetros más allá de las profundidades de Benarés, la capital del mundo. Estos individuos eran indudablemente indios y en nada se parecían a los edros y Panchos del estúpido saber popular americano… tenían pómulos salientes y ojos oblicuos y gestos delicados; no eran idiotas, no eran payasos; eran indios solemnes y graves, eran el origen de la humanidad, sus padres. Las olas son chinas, pero la tierra es asunto indio. Tan esenciales como las rocas del desierto son ellos en el desierto de la “historia”. […] Porque cuando llegue la destrucción al mundo de la “historia” y el Apocalipsis vuelva una vez más como tantas veces antes, ellos seguirán mirando con los mismos ojos desde las cuevas de México, desde las cuevas de Bali, donde empezó todo y donde Adán fue engañado y aprendió a conocer” (IV, V)
 
quiero colaborar con este.........


"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano."


moby dick......
 
Infección (fragmento)

Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aún así, seguir con el heroísmo de continuar amando.

Odio mi calle, porque nunca se revela a la vacuidad de los seres que pasan en ella. Odio los autobuses que cargan esperanzas con la chica de al lado, esperanzas como aquellas que se frustran a toda hora y en todas partes, autobuses que hacen pecar con los absurdos pensamientos: los mios, los de ella, pensamientos que recorren todo lo que saben vulnerable y no se cansan. Odio mis pasos, con su acostumbrada misión de ir siempre con rumbo fijo, pero maldiciendo tal obligación. Odio esta ciudad, una ciudad que espera, pero no le abre las puertas a los desesperados.

Odio mi cuerpo y mi alma, dos cosas importantes, rebeldes a los cuidados y normas de la maldita sociedad. Odio mi pelo, un pelo cansado de atenciones estúpidas; un pelo que puede originar las mil y un importancias en una cafetería. Odio la fachada de mi casa, por estar mirando siempre con envidia a la de la casa del frente. Odio a mis vecinos quienes creen encontrar en un cansado saludo mio el futuro de la patria. Odio todo lo que tengo de cielo para mirar, si, todo lo que alcanzo, porque nunca he podido encontrar en él la parte exacta donde habita dios.

Odio a mis amigos... uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Odio a mis amigas, las odio cuando acaban de bailar y se burlan de su pareja, las odio cuando tratan de aparentar el sentimiento inverso al que realmente sienten; las odio porque su pelo es tan artificial como sus pensamientos, las odio porque creen encontrar en mi el tónico ideal para quitar complejos, pero no saben que yo los tengo en cantidades mayores que los de ellas...por montones.

No se pero para mi lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta de que todo lo que uno hace, no sirve para nada. Estar convencido de que se hace algo importante, mientras hay cosas mucho más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que no se avanza terreno, que se estanca, que se patina.

Odio los clubes y los restaurantes, por ser lugares estupidos, artificiales e hipócritas. Odio a todos los maricas por estúpidos en toda la extensión de la palabra. Odio a mis maestros y sus intachables hipocresías. Odio a todos aquellos que se cagan encima del mundo todos los días.

Odio a todas las putas por andar vendiendo añoraciones falsas en todas sus casas y sus calles. Odio las misas mal oídas...odio todas las misas. Me odio por no saber encontrar mi misión verdadera. Por eso me odio...y a ustedes ¿les importa?

Odio a todo el mundo, no dejo de odiar a nadie, a nada...

a nada
a nadie
sin excepción!


Tomado de "Infección"
Andrés Caicedo
1967
 
[...] "Trabajé de detective privado, de fumigador de insectos, de camarero. Trabajé en fábricas y oficinas. Coqueteé con la delincuencia. Pero mis ciento cincuenta dólares mensuales siempre llegaban puntualmente. No tenía necesidad de dinero. Me parecía una extravagancia romántica poner en juego mi libertad mediante actos delictivos que eran meramente simbólicos. Fue entonces y en esas circunstancias cuando entré en contacto con la droga y me convertí en adicto; fue entonces cuando delinquí de modo consciente, al tener auténtica necesidad de dinero, algo que nunca me había ocurrido antes.
Ésta es la pregunta que se plantea con más frecuencia: ¿qué hace que alguien se convierta en drogadicto?
La respuesta es que, normalmente, nadie se propone convertirse en drogadicto. Nadie se despierta una mañana y decide serlo. Por lo menos es necesario pincharse dos veces al día durante tres meses para adquirir el hábito. Y no se experimenta realmente lo que es el síndrome de abstinencia hasta después de varios períodos de adicción separados por épocas de abstinencia. Tardé casi seis meses en adquiri mi primer hábito y, a pesar de ello, cuando lo dejé los síntomas del síndrome de abstinencia fueron leves. No creo exagerado afirmar que para convertirse en adicto se necesita cerca de un año y varios cientos de pinchazos.
Naturalmente, hay quien hace otras preguntas: ¿por qué empieza alguien a usar estupefacientes? ¿Por qué sigue usándolos hasta convertirse en adicto? Uno se hace adicto a los narcóticos porque carece de motivaciones fuertes que lo lleven en cualquier otra dirección. La droga llena un vacío. Yo empecé por pura curiosidad. Luego empecé a pincharme cada vez que me apetecía. Terminé colgado. La mayor parte de los adictos con los que he hablado tuvieron una experiencia semejante. No empezaron a consumir drogas por ninguna razón en concreto. Quien nunca haya sido adicto, no puede hacerse la idea de lo que significa necesitar droga con la tremenda intensidad de quien está enganchado. Nadie decide convertirse en yonqui. Una mañana se levanta sintiéndose muy mal y se da cuenta de que lo es.
Jamás he lamentado mi experiecia con las drogas. Creo que gracias a haberlas usado de modo intermitente en la actualidad mi salud es mejor de lo que sería si nunca las hubiera probado. Cuando uno deja de crecer, empieza a morir. Un adicto nunca deja de crecer. Muchos adictos se abstienen de las drogas periódicamente, lo que implica que el organismo expulsa las sustancias nocivas al contraerse, y las células que dependen de la droga son reemplazadas. Una persona que consume drogas está en estado contínuo de contracción y crecimiento en su ciclo diario de necesitar pincharse para poder sentir la satisfacción de haberse pinchado.
Muchos adictos parecen más jóvenes de lo que son. Recientemente, se han realizado experimentos científicos con un gusano al que obligaban a contraerse suprimiéndole la alimentación. Al contraerse periódicamente, el gusano estaba en crecimiento continuo, de modo que se vida era prolongada indefinidamente. Si un yonqui pudiera mantenerse de modo permanente en el estado en que se siente cada vez que deja la droga, quizá podría vivir hasta una edad increíblemente longeva.
La droga es una ecuación celular que enseña a quien la usa hechos de validez general. Yo he aprendido muchísimo gracias a su uso: he visto medir la vida por las gotas de solución de morfina que hay en un cuentagotas. He experimentado la angustiosa privación que provoca el síndrome de abstinencia, y el placer del alivio cuando las células sedientas de droga beben de la aguja. Quizá todo el placer sea alivio. He aprendido el estoicismo celular que la droga enseña al que la usa. He visto una celda llena de yonquis enfermos, silenciosos e inmóviles, en aislada miseria. Sabían que era inútil quejarse o moverse. Sabían que, en el fondo, nadie puede ayudar a nadie. Nadie tiene una clave o un secreto que pueda comunicar a los demás.
He aprendido la ecuación de la droga. La droga no es, como el alcohol o la hierba, un medio para incrementar el disfrute de la vida. La droga no proporciona alegría ni bienestar. Es una manera de vivir."

William S. Burroughs, Yonqui (Prefacio). 1953

En breve, el prefacio del mismo Burroughs a El almuerzo desnudo
 
CYRANO DE BERGERAC
Et que faudrait-il faire?
Chercher un protecteur puissant, prendre un patron,
Et comme un lierre obscur qui circonvient un tronc
Et s'en fait un tuteur en lui léchant l'écorce,
Grimper par ruse au lieu de s'élever par force?
Non, merci. Dédier, comme tous il le font,
Des vers aux financiers? se changer en bouffon
Dans l'espoir vil de voir, aux lèvres d'un ministre,
Naître un sourire, enfin, qui ne soit pas sinistre?
Non, merci. Déjeuner, chaque jour, d'un crapaud?
Avoir un ventre usé par la marche? une peau
Qui plus vite, à l'endroit des genoux, devient sale?
Exécuter des tours de souplesse dorsale?. . .
Non, merci. D'une main flatter la chèvre au cou
Cependant que, de l'autre, on arrose le chou,
Et, donneur de séné par désir de rhubarbe,
Avoir son encensoir, toujours, dans quelque barbe?
Non, merci! Se pousser de giron en giron,
Devenir un petit grand homme dans un rond,
Et naviguer, avec des madrigaux pour rames,
Et dans ses voiles des soupirs de vieilles dames?
Non, merci! Chez le bon éditeur de Sercy
Faire éditer ses vers en payant? Non, merci!
S'aller faire nommer pape par les conciles
Que dans des cabarets tiennent des imbéciles?
Non, merci! Travailler à se construire un nom
Sur un sonnet, au lieu d'en faire d'autres? Non,
Merci! Ne découvrir du talent qu'aux mazettes?
Être terrorisé par de vagues gazettes,
Et se dire sans cesse: 'Oh, pourvu que je sois
Dans les petits papiers du Mercure François?'. . .
Non, merci! Calculer, avoir peur, être blême,
Aimer mieux faire une visite qu'un poème,
Rédiger des placets, se faire présenter?
Non, merci! non, merci! non, merci! Mais. . .chanter,
Rêver, rire, passer, être seul, être libre,
Avoir l'oeil qui regarde bien, la voix qui vibre,
Mettre, quand il vous plaît, son feutre de travers,
Pour un oui, pour un non, se battre,--ou faire un vers!
Travailler sans souci de gloire ou de fortune,
A tel voyage, auquel on pense, dans la lune!
N'écrire jamais rien qui de soi ne sortît,
Et modeste d'ailleurs, se dire: mon petit,
Soit satisfait des fleurs, des fruits, même des feuilles,
Si c'est dans ton jardin à toi que tu les cueilles!
Puis, s'il advient d'un peu triompher, par hasard,
Ne pas être obligé d'en rien rendre à César,
Vis-à-vis de soi-même en garder le mérite,
Bref, dédaignant d'être le lierre parasite,
Lors même qu'on n'est pas le chêne ou le tilleul,
Ne pas monter bien haut, peut-être, mais tout seul!

(Sublime...sic!)
 
Unos fragmentos de Poetas en la noche, novela de José María Fonollosa escrita en verso que narra la existencia de un grupo de poetas en la Barcelona de los sesenta. Bendito urbanismo.


"En lo inmediato es cierto de este modo.
Mas no en lo intemporal. Produce espanto
la enorme cantidad de poemas huecos,
montones de palabras solamente,
que han escrito los poetas anteriores.

Y algunos de ellos fueron celebrados
cual genios en su tiempo. Un puñadito
de aciertos ha quedado de sus poemas.
De millares de poetas, de millones
de versos, unos pocos, escasísimos,

tienen vigencia. Igual ocurrirá
con nosotros. De un par o tres o cuatro,
quedará un todo o parte de algún poema.
Acaso del que más consideremos.

Acaso del que menos. Si es así,
¿por qué nos afanamos? ¿Alguien sabe
qué es lo que debe hacerse y cómo hacerse
para ser de esos pocos que se quedan
sobreviviendo apenas a retazos?

El hilo conductor regresa al punto
de partida: Poesía disgregada.
Se impone, pues, el poema único y múltiple,
la síntesis que el todo en sí contenga.
Qué genio el que esta hazaña lleve a cabo.

[...]

A lo mejor las cosas son distintas
a como las estoy investigando.

Tal vez deformé ya los reales hechos,
de tanto darles vueltas en la mente.
¿Y si nada se hubiera producido
a como lo analizo e interpreto?

¿Y si fuera más simple y vulgar todo?
¿Y si, sencillamente, tú aceptaste
al otro, porque viste en él más cerca

la posibilidad de matrimonio
que, acaso, en mí veías más lejana?
Pudo haberte inducido esto a aceptarle.

El afán primordial de la mujer,
es casarse, tan pronto como pueda.
Al amor antepone el matrimonio.

No repara en obstáculos, ni indicios
que indican, claramente, el gran desastre
que puede motivar su decisión

Las graves consecuencias para aquel
que la ama y no la obtiene: para el otro
que ella no ama y acepta por esposo:
para ella misma, incluso, en el futuro.

Quizá esto es la clave. O no lo sea.
No sé por qué ocurrió. Cómo, tampoco.

[...]

Urge el establecer la nueva estética,
la "Estética del mal". Tengo esbozadas
algunas sugerencias sobre el tema,
que alcanzan perspectivas singulares.

Los seres inferiores, los estímulos
de hambre y sexo resuelven simplemente,
usando la crueldad. Mas no así el hombre.
El hombre es superior. Es refinado.

Une a lo imprescindible el goce estético.
Para saciar el hambre ha combinado
delicias -el placer- en los manjares.

Lo que se da en llamar gastronomía.
Para saciar el sexo él ha inventado
delicias -el placer- en los sentidos.

Eso que califica de erotismo.
Y el erotismo es siempre lo enfermizo,
lo artificial. En cambio, lo más sano
y natural es la pornografía.

Mas del normal instinto de ser crueles,
cuya semilla porta en sí cada uno,
se siente avergonzado y lo constriñe
y fuerza a reprimir su desarrollo.


Todo ente, intelectual, analfabeto,
el pobre, el rico, en todas las esferas
el que demuestra horror y ostenta pena,
siente vaga inquietud ante el cruel hecho.

Incendios, cataclismos, violaciones,
muertes, motín, disturbio, asalto, robo,
fusilamientos, guerras... Todo cuanto
signifique violencia le conturba.

Si este desasosiego se encauzara,
tendría todo el mundo un placer nuevo,
igual de natural que el hambre y el sexo,
como éstos mejorados por el hombre.

[...]

La crueldad como forma alambicada
de delicias -placer- para el humano,
es reivindicación imprescindible
de esta necesidad vital que enfrena.

Básica para la supervivencia.

La belleza es placer. A la belleza
-el placer- siempre aspira el ser humano.
Si hay placer en ser cruel, también belleza
en la crueldad habrá. Debe probarse."
 
Grandioso Fonollosa!!!

Estos fragmentos podría, si mi arte diera para eso, haberlos escrito yo, ya que a menudo he reflexionado sobre el tema.
 
Contrataco con este fragmento del capítulo XXIV de La Regenta, de Clarín. Un placer ver la recreación perfecta de Alas del típico ambiente sobrecargado, sofocador y tedioso de los grandes manjares.
Una hemorragia de color, sensaciones y pensamientos. Grandiosa novela.


"La cena era breve pero buena, platos fuertes, buen Burdeos, buena champaña; en fin, como decía el Marqués, primero mar y pimienta, después fantasía y alcohol.
Todos, las baronesas inclusive, se reían de los plebeyos que allá fuera seguían bailando y tenían que contentarse con los helados que se servían sobre las mesas de billar.

De vez en cuando daban golpes en la puerta por fuera.

-¿Quién está ahí? -gritaba Ronzal con su alabada energía.

-Mi abrigo... café con leche... tengo ahí dentro mi abrigo...

-Ja, ja, ja... -contestaban los de dentro.

-¡Está esto que arde! -le decía Joaquín Orgaz a una niña del barón, que sonreía y miraba al techo.

«Sí ardía aquello, pero sin faltar a las reglas del buen tono vetustense», decía el Marqués al Barón, que estaba ya como un tomate y cada vez más cerca de la jamona.

La Marquesa tenía sueño, pero así y todo le gustaba la broma.

-Así debiera ser siempre -le decía a Saturnino que estaba decidido a emborracharse para no desentonar.

-Este poblachón se va poniendo lo más soso. ¿Verdad, pollo?

-So... sí... si... mo... -Saturno bebió una copa de champaña acto continuo. Lo de pollo le había halagado.

A la Marquesa se le ocurrió el disparate, tal vez sugerido por las nieblas del sueño, de mirar muy fijamente a Bermúdez, y ponerle unos ojos que ella sabía que in illo tempore mareaban a cualquiera.

-¿Por qué no se casa usted? -preguntó doña Rufina seria y melancólica, al parecer.

Bermúdez sostuvo la mirada de la ilustre dama y olvidó por un momento los cincuenta años de la Marquesa. Suspiró... y en seguida se le subió la champaña a las narices, tosió, se puso casi negro, medio asfixiado y la Marquesa tuvo que darle palmadas en la espalda.
Cuando Saturnino volvió en sí, la de Vegallana tenía los ojos cerrados y sólo los abría de tarde en tarde para mirar a la Regenta y a Mesía.
¡El idilio senil con que soñó un instante Bermúdez se había deshecho... y eso que él ya se había acordado de Ninon de Lenclós para justificar a los ojos del mundo unas relaciones con doña Rufina!
En tanto don Álvaro le estaba refiriendo a Ana la misma historia que ella había oído ya a Visita, aunque en forma muy distinta.
No había podido la Regenta resistir a la tentación de preguntarle si se había divertido mucho aquel verano...
Mesía vio el cielo abierto en aquella pregunta.
Supo hacerse el interesante, lo cual poco trabajo le costaba tratándose de Ana, que cada día iba descubriendo en él, aun sin verle, más encantos diabólicos.
El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad... Ana se creía próxima a una asfixia moral... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación. Había en todos sus sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el tacto. Todo le llegaba a las entrañas, todo era nuevo para ella. En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente pálida y morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa...

-¡Qué colorada está Anita! -le decía Paco a Visitación por lo bajo.

-Claro, de un lado la pone así la proximidad de Álvaro.

-¿Y del otro?

-Del otro la ponen así... las majaderías de su esposo que me está dando jaqueca.

En efecto, estaba inaguantable don Víctor con sus versos, por buenos que fueran.
Álvaro, en cuanto vio a la Regenta en el salón, sintió lo que él llamaba la corazonada. Aquella cara, aquella palidez repentina le dieron a entender que la noche era suya, que había llegado el momento de arriesgar algo.
Nunca había desistido de conquistar aquella plaza.
¡No faltaba más! Pero comprendiendo que mientras reinase en el corazón de Ana lo que él llamaba el misticismo erótico (era tan grosero como todo esto al pensar) no podría adelantar un paso, se había retirado, había levantado el campo hasta mejor ocasión. Además, esperaba que la ausencia, la indiferencia fingida y la historia de sus amores con la ministra le prepararían el terreno.

«Por supuesto, concluía, siempre y cuando que la fortaleza no se haya rendido al caudillo de la iglesia. Si el Magistral es aquí el amo... entonces no tengo que esperar nada... y además, ya no vale tanto la victoria».

«Sin buscar él la ocasión, se la ofrecía aquella noche: le habían puesto a la Regenta a su lado... la corazonada le decía que adelante... pues adelante. Lo primero que quería averiguar era lo del otro, si el Magistral mandaba allí».

En su narración tuvo que alterar la verdad histórica, porque a la Regenta no se le podía hablar francamente de amores con una mujer casada («tan atrasada estaba aquella señora»), pero vino a dar a entender, como pudo, que él había despreciado la pasión de una mujer codiciada por muchos... porque... porque... para el hijo de su madre los amoríos ya no eran ni siquiera un pasatiempo, desde que el amor le había caído encima del alma como un castigo.
El rostro de la dama al decir Mesía aquello y otras cosas por el estilo, todas de novela perfumada, le dejó ver al gallo vetustense que el Magistral no era dueño del corazón de Anita. Pero como en la anatomía humana nos encontramos con muchos más órganos que el corazón, Mesía no se dio por satisfecho porque pensó: «Suponiendo que Ana esté enamorada de mí, necesito todavía saber si la carne flaca no me ha buscado un sucedáneo».
No, don Álvaro no se hacía ilusiones. A esta modestia material y grosera le obligaba su filosofía, que cada vez le parecía más firme.
Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida. El miedo, el terror era como el de aquella noche en que vio a Mesía pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto y tan fuerte, que le ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, caída, perdición.
Don Álvaro habló de amor disimuladamente, con una melancolía bonachona, familiar, con una pasión dulce, suave, insinuante... Recordó mil incidentes sin importancia ostensible que Ana recordaba también. Ella no hablaba pero oía. Los pies también seguían su diálogo; diálogo poético sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto.
Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida: se oía a lo lejos la música del salón.

-¡A bailar, a bailar! -gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal.

Para Trabuco era el paraíso aquel baile que él llamó clandestino, allí, entre los mejores, lejos del vulgo de la clase media...
Se entreabrió la puerta para oír mejor la música, se separó la mesa hacia un rincón, y apretándose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empezó aquel baile improvisado.

Don Víctor gritó:

-Ana ¡a bailar! Álvaro, cójala usted...

No, quería abdicar su dictadura el buen Quintanar; don Álvaro ofreció el brazo a la Regenta que buscó valor para negarse y no lo encontró.
Ana había olvidado casi la polka; Mesía la llevaba como en el aire, como en un rapto; sintió que aquel cuerpo macizo, ardiente, de curvas dulces, temblaba en sus brazos.
Ana callaba, no veía, no oía, no hacía más que sentir un placer que parecía fuego; aquel gozo intenso, irresistible, la espantaba; se dejaba llevar como cuerpo muerto, como en una catástrofe; se le figuraba que dentro de ella se había roto algo, la virtud, la fe, la vergüenza; estaba perdida, pensaba vagamente...
El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay sí, era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita!

-¡Qué sosos van Álvaro y Ana! -decía Obdulia a Ronzal, su pareja.

En aquel instante Mesía notó que la cabeza de Ana caía sobre la limpia y tersa pechera que envidiaba Trabuco. Se detuvo el buen mozo, miró a la Regenta inclinando el rostro y vio que estaba desmayada. Tenía dos lágrimas en las mejillas pálidas, otras dos habían caído sobre la tela almidonada de la pechera. Alarma general. Se suspende el baile clandestino, don Víctor se aturde, ruega a su esposa que vuelva en sí... se busca agua, esencias... llega Somoza, pulsa a la dama, pide... un coche. Y se acuerda que Visita y Quintanar lleven a aquella señora a su casa, bien tapada, en la berlina de la Marquesa. Y así fue. En cuanto Ana volvió en sí, pidiendo mil perdones por haber turbado la fiesta, don Víctor, de muy mal humor, ya sin miedo, la llenó el cuerpo de pieles, la embozó, se despidió de la amable compañía y con la del Banco se llevó a la Regenta a la cama.
«¡El humo! ¡el calor, la falta de costumbre, la polka después de cenar, las luces!... Cualquier cosa, en fin, aquello no valía nada. Podía continuar la fiesta». Y continuó. Los del salón se habían enterado: «A la Regenta le había dado el ataque». «La habían hecho bailar a la fuerza». Pero pronto se olvidó el incidente, para comentar la conducta de aquellas señoras y caballeros que se encerraban en el gabinete de lectura a cenar y bailar como si el Casino no fuese de todos...
A las seis de la madrugada, al despedirse Paco de Mesía con un apretón de manos, a la puerta del Casino, el Marquesito exclamó:

-¡Bravo! ¡Al fin! ¿Eh?

Mesía tardó en contestar; se abrochó su gabán entallado de color de ceniza, hasta el cuello; se apretó a la garganta un pañuelo de seda blanco, y al cabo dijo:

-Ps... Veremos.

Llegó a su casa, la fonda; llamó al sereno que tardó en venir; pero en vez de reñirle como solía, le dio dos palmadas en el hombro y una propina en plata.

-¡Qué contento viene el señorito!... ¿Del baile, eh?

-Señor Roque, del baile...

Y al acostarse, al dejar en una percha una prenda de abrigo interior, de franela, murmuró a media voz don Álvaro, como hablando con el lecho, a cuyo embozo echaba mano:

-¡Lástima que la campaña me coja un poco viejo!..."
 
San Agustín, Confesiones, II 4

"Y yo quise hurtar y hurté, no por pobreza ni por necesidad, sino por el aborrecimiento que le tenía al bien y por la sobra de mi maldad: porque hurté de aquello que yo tenía en abundancia y mucho mejor de lo que hurtaba."
 
Un poco de Kafka, con un relato que, si bien figura entero, a causa de su poca extensión creo que puede, sin problema alguno, figurar en este hilo.

El buitre

"Era un buitre que me daba picotazos en los pies. Ya había roto las botas y las medias, y ahora estaba picoteando los mismos pies. Daba siempre un picotazo, volaba después inquieto varias veces en torno a mí, y luego proseguía el trabajo. Pasó al lado un señor, que se quedó mirando un rato y luego preguntó por qué aguantaba yo a aquel buitre. "Es que estoy indefenso -dije-; él ha llegado y se ha puesto a dar picotazos; yo, como es natural, he querido ahuyentarlo, hasta he tratado de estrangularle, pero un animal así tiene mucha fuerza, incluso quería saltarme a la cara, así que he preferido sacrificar los pies. Ahora ya están casi completamente desgarrados." ""Que usted se deje torturar de esa manera... -dijo el señor-. Un disparo y se terminó el buitre." "¿Es verdad? -pregunté-. ¿Y si quiere encargarse usted de ello?" "Con mucho gusto -dijo el señor-. Sólo tengo que ir a casa a buscar el fusil. ¿Puede usted esperar aún media hora?" "Eso no lo sé -dije, y durante un rato me quedé rígido de dolor; luego dije-: Por favor, inténtelo en cualquier caso." "Bueno -dijo el señor-, me daré prisa." Durante la conversación, el buitre había escuchado tranquilamente, siguiéndonos al señor y a mí con los ojos. Ahora vi que lo había comprendido todo; levantó el vuelo, se echó ampliamente hacia atrás para tomar el impulso suficiente y, como un lanzador de jabalina, hundió profundamente el pico en mí, metiéndomelo por la boca. Liberado, sentí, mientras caía hacia atrás, cómo se ahogaba sin remedio en mi sangre, que llenaba todas las profundidades, que se desbordaba por todas las orillas"


(Este relato, con otros, se encuentra en el libro La muralla china, publicado por Alianza Editorial dentro de la colección "Biblioteca Kafka")
 
"¡Desgraciado aquel a quien se le evapora el alma, perdido entre juicios, defendiendo litigantes desconocidos y buscando únicamente los aplausos de un auditorio ignorante! ¡Infeliz aquel que, antes cansado de vivir que de trabajar, se encuentra con la muerte en medio de sus ocupaciones! ¡Infeliz aquel de quien se ríe su heredero mientras está amasando su fortuna durante toda su vida , y sigue riendo mucho más después de muerto aquél! No puedo pasar por alto lo que se me ocurre como ejemplo. Turanio fue un viejo de una exactitud matemática; éste, después de de haber cumplido los noventa años, cuando Cayo César le hubo concedido libremente el retiro de su cargo de procurador de Roma, ordenó que se le pusiera en el lecho, como si verdaderamente estuviera muerto, y que toda su familia le llorase a su alrededor. Toda la casa continuó lamentando el cese de su viejo señor, y no puso fin a sus gemidos en tanto que fue repuesto en sus funciones. ¿Tanta utilidad proporciona el morir ocupado? Ese mismo espíritu tienen la mayoría; la manía del trabajo es en ellos más duradera que sus facultades; luchan contra la flaqueza de su cuerpo, y por ningún otro título les parece pesada su vejez, sino porque les aparta del trabajo. La ley no obliga al servicio militar a partir de los cincuenta años; a partir de los sesenta, no admite a los senadores; los hombres obtienen de sí mismos el descanso con mayores dificultades que de la ley. Entretanto, mientras se roban los unos a los otros, mientras se quitan el descanso y se hacen mutuamente desgraciados, discurre la vida sin fruto, sin placer y sin provecho alguno para el alma; nadie tiene presente la muerte, todos alargan sus esperanzas. Y muchos hay que disponen de lo que se ha de hacer para cuando ellos hayan dejado de existir y se encuentren más allá de la vida; enormes moles de piedra para sus sepulcros, inscripciones de sus hechos más notables, ofrendas para la hoguera y ambiciosos funerales. Ten por cierto que las muertes de éstos se pueden reducir a hachas y cirios, como entierro de niños."

Séneca; Sobre la brevedad de la vida, XX.
 
Cuando comprendí qué era lo que convertía a América en una nación de personas tan desgraciadas y peligrosas que no guardaban ninguna relación con la vida real, decidí abstenerme de escribir narraciones totalmente inventadas. Decidí escribir sobre la vida. Todas las personas debían tener la misma importancia. Todos los hechos tenían que tener el mismo peso. No había que dejar nada de lado. Que otros se ocupen de ordenar el caos. Yo, en cambio, me ocuparía de introducir el caos en el orden, cosa que creo haber logrado.

Kurt Vonnegut, El desayuno de los campeones
 
"Mis imposibles:
Séneca: o el torero de la virtud. Rousseau: o el retorno a la naturaleza in impuribus naturalibus. Schiller: o la trompeta moral de Sackingen. Dante: o la hiena que poetiza entre tumbas. Kant: o "cant" (en inglés, algo así como guardar las apariencias) como carácter ininteligible. Víctor Hugo: o el faro en el mar del absurdo. Liszt: o la escuela de la ligereza -tras las mujeres-. George Sand: o sea lactea ubertas, la vaca lechera con "bello estilo". Michelet: o el entusiasmo en levita. Carlyle: o el pesimismo como sopa fría. John Stuart Mill: o la claridad ofensiva. Los hermanos Goncourt: o los dos Ajax en lucha con Homero; música de Offenbach. Zola: la alegría de heder."

Friedrich Nietzsche. El ocaso de los ídolos, Incursiones de un intemporal, I.
 
"Bajamos en el centro y caminando lentamente volvimos al bar lácteo Korova, aullando malenco y jugando a la luz de la luna, las estrellas y las lámparas, porque al día sguiente teníamos que ir a la escuela; y cuando entramos en el Korova lo encontramos más lleno que antes. Pero el cheloveco que había estado chumlando en su propio paraíso, con blanco o synthenesco o lo que fuera, seguía en el mismo asunto: "Pilletes descastados bajando a la nada en un tiempo plantónico climatérico". Era probable que estuviese en la tercera o cuarta dosis de la noche, pues tenía ese aire pálido e inhumano, como si se hubiera convertido en una cosa; la cara del veco parecía de veras un pedazo de tiza tallada. En realidad, si quería pasarse tanto tiempo en el paraíso, debía de haber ido a uno de los cubículos privados de la trastienda, en lugar de quedarse en el mesto grande, pues aquí algunos de los málchicos querrían jugar un poco con él, aunque no mucho ya que en el viejo Korova había poderosos matones capaces de impedir cualquier desorden. De todos modos, el Lerdo se arrimó al veco, y mirándolo con una cara de payaso, mostrando la lengua, clavó el sabogo grande en el pie del veco. Pero el veco, hermanos míos, ni se enteró, pues andaba allá arriba, muy lejos de su propio cuerpo.
Casi todos eran nadsats (así llamábamos a los adolescentes) que tomaban leche y coca y jugaban, pero también algunos más starrios, tanto vecos como chinas (pero nunca de los burgueses), que reían y goboraban en el bar. Por los peinados y los platis sueltos (casi todos tejidos de fibra) se veía claramente que habían estado ensayando en los estudios de televisión que funcionaban a la vuelta de la esquina. Las débochcas del grupo tenían litsos muy vivaces y rotas muy anchas, y mostraban mucho los dientes, y smecaban sin importárseles un rábano del pérfido mundo. Y entonces el disco del estéreo hizo clic clac (era Johnny Zhivago, un coschca russky que cantaba Solamente día por medio), y en el intervalo, el breve silencio antes que se oyera el próximo, una de los débochcas -muy rubia, con una gran rota roja y sonriente, yo diría que bien entrada en la treintena- de pronto empezó a cantar, apenas unos compases, como si estuviese ofreciendo un ejemplo de algo que todos estaban goborando, y durante un momento, oh hermanos míos, fue como si un gran pájaro hubiese entrado volando en el bar lácteo, y sentí que todos los pequeños y malencos pelos del ploto se me ponían de punta, y el estremecimiento me subía como lagartos lentos y malencos, que luego bajaban otra vez. Porque yo conocía el trozo que esa ptitsa cantaba. Era de una ópera de Friedrich Gitterfenster, Das Bettzeug, el pasaje en que ella se muere con la garganta cortada en dos, y los slovos dicen "mejor así". De cualquier modo, sentí un escalofrío."

Anthony Burgess, La naranja mecánica
 
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