Aquí somos unos cuantos con relaciones de largo recorrido y en mi caso está siendo un último año para olvidar. Cambio de casa, suegro toca cojones, suegra con alzheimer y la pareja obviamente en estado de crispación constante no es lo mejor para una relación.
No es usted el único. La relación más larga con diferencia que he vivido fue con mi ex, durante 11 años. De novios, la cosa empezó muy bien, congeniábamos, íbamos a todas partes, disfrutábamos de la playa, del campo, de la nieve, nos dábamos auténticos atracones de sexo: parece que estábamos hechos el uno para el otro, pero todo empezó a torcerse a partir del tercer o cuarto año. En cuanto empezamos a convivir como pareja, parecíamos más una sociedad limitada llevando adelante el buen desarrollo de un negocio importante e ineludible que una mujer y un hombre juntos: apenas nos dábamos satisfacciones; todo era pensar en los recibos, las facturas, las compras, los muebles, el alquiler, el trabajo, las preocupaciones, las respectivas familias, llegar a fin de mes... Por entonces, al comienzo, yo estaba en el paro y me costaba muchísimo salir a tirar dinero sabiendo que muchos días los pasábamos cenando fiambres. Parece de risa, pero es así. Ella aceptó vivir adaptándose a una situación de restricciones.
Evidentemente, cuando transcurrió el tiempo apenas dedicábamos espacio y lugar el uno para el otro. Sólo hablábamos de problemas, de malestar, de la rutina que se ceñía cada vez más a nuestras vidas. Todos los intentos que hicimos para alejar el mal fario y la desgana recíproca fracasaron, sin embargo éramos demasiado jóvenes para pensar en la ruptura y continuamos juntos pensando que era sólo una mala racha, que aquello pasaría con el tiempo. La gente, en el fondo, pese a las buenas intenciones, difícilmente cambia. Se es como se es y raramente modificas tu personalidad o tu carácter si no es a causa de hechos realmente traumáticos.
Llegado un momento, se nos hacía casi imposible convivir: durante varios años, fue habitual que las relaciones entre nosotros se espaciaran hasta que hubo veces que con suerte hacíamos algún "rapidito" un sábado noche cada 4 ó 5 semanas. Muchas veces dormíamos en camas separadas. Un día, ella me declaró que me había engañado premeditamente, con alevosía y diurnidad, cuando hizo todo lo posible para alejarme durante una semana completa dándome ánimos para que hiciera un curso que ella aseguraba que me iría muy bien. Fui tan ingenuo que pensé que realmente deseaba ayudarme, en vez de aprovechar mi ausencia para volver con un antiguo novio que la rechazó en el pasado. Finalmente, cuando me declaró que me había puesto los cuernos, me puse de límite una fecha y di el paso en pocas semanas: hice las maletas, llamé a una empresa de mudanzas y un día cogí mis libros, mis muebles, mis pocas cosas de valor y me marché. Al principio el dolor era tan intenso y la sensación de soledad tan amarga que creí que no podría resistirlo.
Cuando pasaron unos meses donde parecía tener la piel en carne viva, donde todo era amargura, resignación, malestar y lágrimas, recuerdo perfectamente una mañana: me desperté y me sentí absolutamente libre, como si me hubieran descargado de un enorme peso muerto de toneladas que había llevado conmigo encima durante años. Casi estallo de satisfacción y felicidad: era libre de nuevo. Podía hacer lo que me viniera en gana, cuando me viniera en gana, sin dar explicaciones ni justificaciones a nadie. No sé cómo pude tardar tanto en darme cuenta de las ventajas de volver a estar soltero. Pero reconozco que lo pasé auténticamente mal con la ruptura.
Seguimos viéndonos de cuando en cuando -en todos los sentidos- durante meses e, incluso, ella se planteó en alguna ocasión que quizá teníamos un futuro por delante.
Un día, lo recuerdo como si fuera hoy, me propuso volver a empezar y me entró tal risa y fue tal el desparpajo cuando le dije que no, que en absoluto pensaba volver con ella ni loco, que no sé aún cómo pude estar atado más de una década de esa forma, sintiéndome por momentos casi esclavizado, formando parte de una sociedad de bienes gananciales y poco más.
¿Cosas buenas? Ella me ayudó en algunas ocasiones a ver aspectos positivos que yo era incapaz de reconocer en mí mismo.
¿Cosas malas? No tendría suficiente foro para escribirlas todas.
Por ella guardo sólo un cariño lejano, difuso. Ya no recuerdo la fecha de su cumpleaños. Esta pasada Navidad me envió un formal y correcto email felicitándome por las fechas señaladas, que yo respondí a los dos o tres días con frialdad y desapego.
Conclusión personal: a veces nos sentimos tan solos que nos agarramos a un clavo ardiendo incluso sabiendo que está provocando un daño casi irreparable en nuestro interior. Empecé demasiado joven a convivir con una mujer sin darme tiempo a disfrutar de todo aquello que debería haber vivido sin ataduras. No se puede volver atrás, aunque es cierto que luego he recuperado muy bien el tiempo "perdido".