LeChuck
Freak total
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Que tal.
Hay un fenómeno en esta nuestra Españita de brazos abiertos a nuestros primos latinos que me da un poco de risa y de pena al mismo tiempo.
Como tal vez hayáis percibido llevamos dos décadas de salvaje invasión y nuestros primos del otro lado del océano no es que sean numerosos, es que hay zonas en nuestras ciudades en las que no se ven formas humanas diferentes a los morenos achaparrados.
No es este un hilo para el odio y el desprecio, sino para la puesta en común de ese aspecto de la inmigración latina que es el negocio de barrio.
Y es que llevo unos años observando que, supongo debido a la laxitud de la normativa laboral/empresarial en estos países, parecen ser los latinos, de entre toda la miriada de nacionalidades que disfrutamos, los que más bordean los limites de lo que a mí entender es el emprendimiento serio y profesional.
A falta de legalidad para salir a buscarse la vida arrastrando carritos de salchipapas y jugos de frutas y alcohol en una nevera portátil, se resignan a pagar el alquiler de un local comercial y a distribuir por el desangelado espacio el equivalente a un carrito de la compra, de tal forma que si entras buscando Coca-Cola, gomas para el pelo, o maíz enlatado, quizás tengas suerte, pero si buscas pan de molde, desodorante o peras, pues no.
Especialmente frecuentes son los bares o locales de comida rápida que si bien no pretenden atraer sólo a compatriotas, acaban haciéndolo (y echando la persiana a no mucho tardar) gracias a su notable habilidad para repeler a la gente de bien, por ejemplo dejando que los amigotes con pinta de Dominican Don't Play compadreen a voces en la puerta del local a todas horas, o emitiendo reguetón sin parar y a máximo volumen por el equipo de sonido. El repelente definitivo es la bandera de algún país latino bien visible en el letrero o junto a la puerta. Normalmente la bandera de Colombia.
No son inusuales los minúsculos comercios en los que uno no sabe muy bien qué se vende, aunque se pueden ver pelucas y extensiones capilares colgando de las paredes, y tintes bajo el mostrador. Normalmente el propietario estará de charla con algún amigo, y los clientes ni están ni se los espera. A pesar de todo este tipo de negocio parece durar abierto mucho más de lo que dicta el sentido común.
Hace cosa de un mes me sorprendió el cierre de algo que ilustra la disparatada originalidad que guía a esta gente a la hora de emprender. Nada menos que una cafetería de barrio que también ofrecía sushi. Es decir, lo que originalmente sería Bar Simpson, frecuentada por tres jubilados y un par de fontaneros, ahora era Bar Nikei, en el que podías tomarte un cortado con un bollo industrial por la mañana y una selección variada de sushi a la noche, 100% hecho por... peruanos o algo así. Cerró, y yo me sorprendo ahora de que tal cosa me sorprendiese.
La tendencia actual por mi ciudad parecen ser las peluquerías para hombres. La escapatoria de los veinteañeros latinos al oscuro panorama laboral español. Montones de pequeñas peluquerías frecuentadas por jóvenes con aspecto de trapichear con drogas, decoradas pobremente y ambientadas con infecta música urbana latina. En una que había cerca de la que era mi casa hasta hace semanas las paredes habían sido decoradas con personajes de Dragón Ball pintados a spray. En general estos negocios apestan a chamizo de adolescentes y a negligencia en el cableado eléctrico.
Qué decir de los bares de copas y salsódromos por y para latinos (en los que algún desesperado español se aventura a ver si se le agarra alguna interesada con necesidad de embarazo exprés). Ruidosos y oscuros tugurios que siempre se llevan las medallas al local con más peleas multitudinarias, navajazos, amenazas y gritos a altas horas de la madrugada, y visitas de la policía. O eso me cuenta mi colega el nacional, que está hasta el rabo mismo de hacer al mes más viajes a los mismos cuatro antros de latinos que a todo el resto de locales de ocio de la ciudad.
En fin, que no tengo internet y esto lo he cagado con el móvil y me están dando calambres en los dedos.
Hay un fenómeno en esta nuestra Españita de brazos abiertos a nuestros primos latinos que me da un poco de risa y de pena al mismo tiempo.
Como tal vez hayáis percibido llevamos dos décadas de salvaje invasión y nuestros primos del otro lado del océano no es que sean numerosos, es que hay zonas en nuestras ciudades en las que no se ven formas humanas diferentes a los morenos achaparrados.
No es este un hilo para el odio y el desprecio, sino para la puesta en común de ese aspecto de la inmigración latina que es el negocio de barrio.
Y es que llevo unos años observando que, supongo debido a la laxitud de la normativa laboral/empresarial en estos países, parecen ser los latinos, de entre toda la miriada de nacionalidades que disfrutamos, los que más bordean los limites de lo que a mí entender es el emprendimiento serio y profesional.
A falta de legalidad para salir a buscarse la vida arrastrando carritos de salchipapas y jugos de frutas y alcohol en una nevera portátil, se resignan a pagar el alquiler de un local comercial y a distribuir por el desangelado espacio el equivalente a un carrito de la compra, de tal forma que si entras buscando Coca-Cola, gomas para el pelo, o maíz enlatado, quizás tengas suerte, pero si buscas pan de molde, desodorante o peras, pues no.
Especialmente frecuentes son los bares o locales de comida rápida que si bien no pretenden atraer sólo a compatriotas, acaban haciéndolo (y echando la persiana a no mucho tardar) gracias a su notable habilidad para repeler a la gente de bien, por ejemplo dejando que los amigotes con pinta de Dominican Don't Play compadreen a voces en la puerta del local a todas horas, o emitiendo reguetón sin parar y a máximo volumen por el equipo de sonido. El repelente definitivo es la bandera de algún país latino bien visible en el letrero o junto a la puerta. Normalmente la bandera de Colombia.
No son inusuales los minúsculos comercios en los que uno no sabe muy bien qué se vende, aunque se pueden ver pelucas y extensiones capilares colgando de las paredes, y tintes bajo el mostrador. Normalmente el propietario estará de charla con algún amigo, y los clientes ni están ni se los espera. A pesar de todo este tipo de negocio parece durar abierto mucho más de lo que dicta el sentido común.
Hace cosa de un mes me sorprendió el cierre de algo que ilustra la disparatada originalidad que guía a esta gente a la hora de emprender. Nada menos que una cafetería de barrio que también ofrecía sushi. Es decir, lo que originalmente sería Bar Simpson, frecuentada por tres jubilados y un par de fontaneros, ahora era Bar Nikei, en el que podías tomarte un cortado con un bollo industrial por la mañana y una selección variada de sushi a la noche, 100% hecho por... peruanos o algo así. Cerró, y yo me sorprendo ahora de que tal cosa me sorprendiese.
La tendencia actual por mi ciudad parecen ser las peluquerías para hombres. La escapatoria de los veinteañeros latinos al oscuro panorama laboral español. Montones de pequeñas peluquerías frecuentadas por jóvenes con aspecto de trapichear con drogas, decoradas pobremente y ambientadas con infecta música urbana latina. En una que había cerca de la que era mi casa hasta hace semanas las paredes habían sido decoradas con personajes de Dragón Ball pintados a spray. En general estos negocios apestan a chamizo de adolescentes y a negligencia en el cableado eléctrico.
Qué decir de los bares de copas y salsódromos por y para latinos (en los que algún desesperado español se aventura a ver si se le agarra alguna interesada con necesidad de embarazo exprés). Ruidosos y oscuros tugurios que siempre se llevan las medallas al local con más peleas multitudinarias, navajazos, amenazas y gritos a altas horas de la madrugada, y visitas de la policía. O eso me cuenta mi colega el nacional, que está hasta el rabo mismo de hacer al mes más viajes a los mismos cuatro antros de latinos que a todo el resto de locales de ocio de la ciudad.
En fin, que no tengo internet y esto lo he cagado con el móvil y me están dando calambres en los dedos.
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