Argail
"Suicida" con rególver de bolitas de anís
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- 9 Nov 2009
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La luz del techo estaba parpadeando, como siempre. Tras dos semanas tumbado en la cama sin otra cosa que mirar, Aday, comenzaba a estar harto del problema de iluminación. Si por el fuese la luz estaría permanentemente apagada. El pequeño televisor anclado en la pared no había sido encendido en todo el tiempo que llevaba en la pequeña habitación de la clínica; habitación que, aunque el chico no tenía que compartir con nadie más le resultaba opresiva y deprimente. Si pudiera apagaría la maldita luz y quizá después encendiese el televisor. A lo mejor mas tarde se dedicaría a mirar por la ventana de la habitación o se daría un paseo por el pasillo del que le llegaban sonidos de pasos y el ajetreo propio de un pequeño hospital además de los asepticos y penetrantes olores a los que casi se había vuelto inmune. Pero no podía. Habían pasado ya dos meses desde que ocurrió el accidente. Siempre se piensa que estas cosas solo les ocurren a otros, a otra gente. También se podría haber considerado un “accidente” el que coincidieran en un mismo coche los cuatro miembros de su desestructurada familia. Quizás años atrás hubiese sido algo más usual verlos circular hacia algún destino vacacional aleatorio, no era más que un cambio de escenario para continuar viendo como sus padres se enzarzaban día si día también en eternas discusiones que solían terminar en gritos y amenazas arruinando así todo propósito de descanso o diversión unido al consiguiente miedo y desasosiego. Esos días acabaron hace mucho tiempo.
Antes incluso de cumplir la mayoría de edad, el muchacho hacía vida lo mas separado de su familia que le era posible. Trabajaba sirviendo copas en uno de los pocos locales nocturnos que había en su pequeño pueblo de costa. Esto le permitía vivir a su modo sin tener que pedirle nada a sus padres y tener algún detalle con su hermana por la cual si sentía un afecto sincero. Cuando todo ocurrió acababa de terminar el bachillerato y aun dudaba entre las distintas oportunidades que se abrían a su paso; continuar estudiando, comenzar su andadura laboral o incluso se había planteado el buscarse la vida en otro país, viajar, vivir. Se sentía pletórico de fuerza y energía para afrontar su camino fuera el que fuese.
La muerte de su último abuelo reunió a la familia para un último viaje en coche. Durante los primeros minutos Aday intercambio algunas palabras con su hermana y sus padres pero al darse cuenta de que no tenían nada que decirse decidió dormir toda la parte del camino que pudiese.
Cuando despertó lo primero que le llamó la atención fue la extraña inclinación del coche y que se encontraban parados en mitad del arcén. Le pareció escuchar voces a lo lejos de gente que gritaba, el olor a humo y gasolina era insoportable. Intentó moverse pero fue incapaz. Más tarde le contaron que un vehículo invadió el carril contrario haciendo un adelantamiento y provocando un choque frontal del cual solo salió vivo el. Desde un primer momento Aday supo que su movilidad se había visto afectada pero no esperaba que el problema fuese tan grave. Lo que vino después fueron varias semanas de intervenciones quirúrgicas para reparar las lesiones que el chico había sufrido en el accidente. Cada vez que entraba en la sala de recuperación probaba, con una mezcla de ansiedad y esperanza a mover algún musculo pensando que quizá el cirujano había tocado algún punto en su anatomía que le hiciese acercarse siquiera un poco a su antiguo yo; en cambio, los médicos le daban muy pocas esperanzas en lo relativo a la recuperación del control de sus brazos y piernas, lo cual, hacía que Aday día tras día se fuera derrumbando y cayendo en un estado de evasión de la realidad que tan solo fue alterado el día que le trasladaron a un centro especial.
Todo cambio que significase entrar en quirófano o moverse de la cama lo hacía despertar un poco de su aturdimiento y la noticia de que lo iban a llevar a un sitio especializado en parálisis alimentó sus esperanzas.
El ambiente que se respiraba en la institución no hizo más que hacer que el ánimo de Aday decayese aun más. No se veía mas que gente en silla de ruedas arrastrando sus penas por los pasillos del centro, eso sin contar a los que, como él, no eran capaces de mover su cuerpo con ayuda de los brazos. Tenían multitud de actividades tanto de rehabilitación como de recreo y pudo constatar que muchas de las personas que llevaban allí una temporada volvían a sonreír y aceptaban su nueva condición con valentía. Él, de momento, era incapaz. Lo único que podía pensar era que su vida había terminado, con dieciocho años, todos sus sueños sus planes de vida… todo se había evaporado por un golpe de mala suerte. Por la noche no podía evitar llorar en silencio pensando en la clase de vida que le esperaba, estaba solo, no tenia parientes cercanos y sus amigos aun no habían ido a verlo. Si conseguía dormir le asaltaban espeluznantes pesadillas del accidente en las cuales sus padres y su hermana apenas reconocibles por el impacto se arrastraban por el lacerado coche hacia él. Más de una vez se despertó entre gritos de autentico pánico.
Los días pasaban y Aday tuvo que lidiar con la pérdida de su intimidad y el bochorno que le producía el no poder atender sus propias necesidades básicas. Pasaba casi todo el tiempo tumbado en la cama y aunque lo cambiaban de postura a menudo terminaron por salirle escaras. Su vida transcurría entre mirar sin mirar el televisor de la habitación tumbado en la cama y, cuando lo sentaban en una silla especial, admirar las blancas paredes y el suelo de terrazo de los pasillos del hospital. Cuando llevaba unas semanas en el complejo fueron sus amigos a visitarlo, lo raro, es que no parecían ellos, se les veía cohibidos y tristes y lo que necesitaba Aday eran sus bromas, su humor ácido y su apoyo. Estuvieron todo el día con él y cuando anochecía se despidieron con un tímido “hasta luego” que hizo pensar a Aday que había pasado el día con unos desconocidos. Tras eso, se deprimió aun más si es que eso era posible, ver a sus amigos, a los que conocía desde los cuatro años y saber que aunque lo visitaran de vez en cuando la relación se iría perdiendo le hizo sentir la persona más abandonada y desahuciada del mundo.
El día que le dieron el alta le pusieron al tanto de su situación. No iba a recuperar la movilidad de cuello para abajo, iba a ser trasladado a una clínica privada que había en su población, ya que, no tenía parientes que pudiesen cuidarlo pero con el dinero del seguro de vida de sus padres, que al parecer era bastante, podría permitirse una habitación para el solo donde recibiría los cuidados apropiados para la que era ahora su realidad.
Aday seguía clavando su mirada en la difusa luz del techo cuando entro la enfermera... (continuará)
Antes incluso de cumplir la mayoría de edad, el muchacho hacía vida lo mas separado de su familia que le era posible. Trabajaba sirviendo copas en uno de los pocos locales nocturnos que había en su pequeño pueblo de costa. Esto le permitía vivir a su modo sin tener que pedirle nada a sus padres y tener algún detalle con su hermana por la cual si sentía un afecto sincero. Cuando todo ocurrió acababa de terminar el bachillerato y aun dudaba entre las distintas oportunidades que se abrían a su paso; continuar estudiando, comenzar su andadura laboral o incluso se había planteado el buscarse la vida en otro país, viajar, vivir. Se sentía pletórico de fuerza y energía para afrontar su camino fuera el que fuese.
La muerte de su último abuelo reunió a la familia para un último viaje en coche. Durante los primeros minutos Aday intercambio algunas palabras con su hermana y sus padres pero al darse cuenta de que no tenían nada que decirse decidió dormir toda la parte del camino que pudiese.
Cuando despertó lo primero que le llamó la atención fue la extraña inclinación del coche y que se encontraban parados en mitad del arcén. Le pareció escuchar voces a lo lejos de gente que gritaba, el olor a humo y gasolina era insoportable. Intentó moverse pero fue incapaz. Más tarde le contaron que un vehículo invadió el carril contrario haciendo un adelantamiento y provocando un choque frontal del cual solo salió vivo el. Desde un primer momento Aday supo que su movilidad se había visto afectada pero no esperaba que el problema fuese tan grave. Lo que vino después fueron varias semanas de intervenciones quirúrgicas para reparar las lesiones que el chico había sufrido en el accidente. Cada vez que entraba en la sala de recuperación probaba, con una mezcla de ansiedad y esperanza a mover algún musculo pensando que quizá el cirujano había tocado algún punto en su anatomía que le hiciese acercarse siquiera un poco a su antiguo yo; en cambio, los médicos le daban muy pocas esperanzas en lo relativo a la recuperación del control de sus brazos y piernas, lo cual, hacía que Aday día tras día se fuera derrumbando y cayendo en un estado de evasión de la realidad que tan solo fue alterado el día que le trasladaron a un centro especial.
Todo cambio que significase entrar en quirófano o moverse de la cama lo hacía despertar un poco de su aturdimiento y la noticia de que lo iban a llevar a un sitio especializado en parálisis alimentó sus esperanzas.
El ambiente que se respiraba en la institución no hizo más que hacer que el ánimo de Aday decayese aun más. No se veía mas que gente en silla de ruedas arrastrando sus penas por los pasillos del centro, eso sin contar a los que, como él, no eran capaces de mover su cuerpo con ayuda de los brazos. Tenían multitud de actividades tanto de rehabilitación como de recreo y pudo constatar que muchas de las personas que llevaban allí una temporada volvían a sonreír y aceptaban su nueva condición con valentía. Él, de momento, era incapaz. Lo único que podía pensar era que su vida había terminado, con dieciocho años, todos sus sueños sus planes de vida… todo se había evaporado por un golpe de mala suerte. Por la noche no podía evitar llorar en silencio pensando en la clase de vida que le esperaba, estaba solo, no tenia parientes cercanos y sus amigos aun no habían ido a verlo. Si conseguía dormir le asaltaban espeluznantes pesadillas del accidente en las cuales sus padres y su hermana apenas reconocibles por el impacto se arrastraban por el lacerado coche hacia él. Más de una vez se despertó entre gritos de autentico pánico.
Los días pasaban y Aday tuvo que lidiar con la pérdida de su intimidad y el bochorno que le producía el no poder atender sus propias necesidades básicas. Pasaba casi todo el tiempo tumbado en la cama y aunque lo cambiaban de postura a menudo terminaron por salirle escaras. Su vida transcurría entre mirar sin mirar el televisor de la habitación tumbado en la cama y, cuando lo sentaban en una silla especial, admirar las blancas paredes y el suelo de terrazo de los pasillos del hospital. Cuando llevaba unas semanas en el complejo fueron sus amigos a visitarlo, lo raro, es que no parecían ellos, se les veía cohibidos y tristes y lo que necesitaba Aday eran sus bromas, su humor ácido y su apoyo. Estuvieron todo el día con él y cuando anochecía se despidieron con un tímido “hasta luego” que hizo pensar a Aday que había pasado el día con unos desconocidos. Tras eso, se deprimió aun más si es que eso era posible, ver a sus amigos, a los que conocía desde los cuatro años y saber que aunque lo visitaran de vez en cuando la relación se iría perdiendo le hizo sentir la persona más abandonada y desahuciada del mundo.
El día que le dieron el alta le pusieron al tanto de su situación. No iba a recuperar la movilidad de cuello para abajo, iba a ser trasladado a una clínica privada que había en su población, ya que, no tenía parientes que pudiesen cuidarlo pero con el dinero del seguro de vida de sus padres, que al parecer era bastante, podría permitirse una habitación para el solo donde recibiría los cuidados apropiados para la que era ahora su realidad.
Aday seguía clavando su mirada en la difusa luz del techo cuando entro la enfermera... (continuará)