Pásense por París, o por Marsella. Por ejemplo.
Esa nochevieja idílica en París, hasta que bajo la Torre Eiffel empieza un desfile de tocineras cuyo final no se ve. Un festival de luces iluminando las ametralladoras de los militares, los perros de la policía, y la recomendación de que no te quedes por los alrededores, porque se prevén disturbios, que efectivamente se producen.
Te piras al Sacre Coeur a despedir el año, con otras docenas de europeos. Docenas que salen corriendo en un momento dado, entre grititos, porque una panda de moros han roto botellas contra las escaleras, y amenazan al personal con los cascos rotos.
Somos romanos, presenciando el final. Tardará décadas en manifestarse, pero ya estamos en marcha.
Por otros lares, los Jalemanes acaban de comerse un milloncejo de morisma, nada menos, por órdenes del amigo americano. Probablemente por quejarse de las sanciones a Rusia, que les joden sobremanera, o por ponerle morros al TTIP, como los gabajocs.
Lo de Suecia con la morisma, de traca también.
Está claro que hay un plan. Puede ser para convertir a las clases medias en una masa informe y analfabeta a la que, simplemente, manipular y explotar mejor.
O puede ser otra cosa. Todo lo que nos queda es apartar la vista y tocar el arpa comiendo uvas mientras Roma arde.
Porque de arder no la libra nadie.